Qué ven mis ojos

Tomar a un país entero por tonto debe de ser agotador

"Las cosas son lo que parecen, excepto cuando son peor"

Las cosas son lo que parecen, más a menudo de lo que estamos dispuestos a creer, quizá porque en sí mismas resultan increíbles: ¿de verdad esa o aquella otra persona son así; de verdad han hecho eso que se cuenta de ellas? El mundo de la política, que es siempre un buen ejemplo y un buen indicio de lo que ocurre a todos los niveles, está tan hecho de ocultaciones que si fuera un baile, lo sería de disfraces. Cuando la orquesta deja de tocar, lo que suele ocurrir es que, tarde o temprano, las caretas caen por su propio peso, o alguien desenmascara a uno de esos cocineros de la realidad que sólo dan en sus restaurantes gato por liebre. Ninguna mentira engaña para siempre.

Con la derecha española, al final ha pasado eso, incluida la que trataba de parecer otra cosa, tanto en uno como en otro de sus extremos, porque los tenía y por eso nunca hubo quien se creyera aquello de que eran de centro: los círculos no tienen eso, extremos. Ahora, la parte más ultra ha sacado los pies de los tiestos del balcón de la calle Génova, y va a ir a las próximas elecciones generales y autonómicas con candidatos directamente golpistas; y el otro lado, su ala en principio más moderada, la que dijo por tierra, mar y aire que venía a abrir las ventanas y a renovar el aire viciado por la corrupción y el monopolio del bipartidismo, resulta que lo único que quería era cambiarse por el PP, ocupar su sitio, y por eso a estas alturas ya le sirven sus antiguos candidatos e, incluso, se los trata de colar a sus propios militantes y precandidatos bajo cuerda y con trampas en las primarias, en un proceso escandaloso mucho más grande que los lazos amarillo-independentista con los que acostumbran a tapar las grietas de sus paredes y los agujeros de sus barcos. El intento de pucherazo traerá consecuencias, porque ese guiso no hay quien se lo coma. Tanto ruido, para descubrir que en todas las cocinas cuecen habas.

A la pregunta de una entrevistadora sobre si Vox es un partido constitucionalista, Albert Rivera, al que los sondeos auguran un mal 28 de abril, respondió que eso habría que preguntárselo a ellos, pero que desde luego quien no lo era es Pedro Sánchez. O sea, que su antiguo socio de supuesto gobierno, ahora es el diablo, y el PSOE es un partido antisistema, eso sí, en su opinión de ese día, que ya sabemos que al día siguiente puede ser la contraria. Tal vez su incongruencia sea producto del cansancio: tomar por tonto a un país entero, debe de ser agotador.

Y eso es lo básico, la esencia, el centro del asunto, la pregunta clave: ¿qué país es éste? Porque se es lo que se vota, y lo demás son disculpas. Quien vota a los xenófobos no puede no serlo. Quien apoya a los neofascistas, es uno de ellos como mínimo durante cuatro años. Te querré hasta el martes, se titula una canción de David Bowie. Pues eso, que hasta entonces, son pareja, son el novio de la muerte, en este caso. Una papeleta no es un juguete, ni una urna es un cuarto oscuro donde castigar a quienes se portan mal. Si pedimos límites, tengámoslos.

El bloque de la derecha está formado por PP, Ciudadanos y Vox, y es justo eso, un bloque. Donde va uno, va el resto, y entre los tres nos llevan al mismo sitio, las arenas movedizas del neoliberalismo. Quien aún no lo haya querido entender, será porque no ha querido. Y a quienes pretendan aparentar que no tienen nada que ver con los ultras a los que votan, nadie se los va a creer. En España hay suficientes opciones como para tener que resignarse a la peor.

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