Plaza Pública

'Brexit' con lengua

Ramon J. Moles

Finalmente se ha consumado la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Con ello la UE pasa de tener 28 miembros a tener 27, de los cuales solo dos (Irlanda y Malta) tienen el idioma inglés como idioma cooficial junto al irlandés y el maltés, que son sus idiomas oficiales principales: los otros 25 tienen como oficiales un total de 24 lenguas distintas al inglés.

Vaya por delante que el saber no ocupa lugar y que el dominio de idiomas es una capacidad meritoria, pero el Brexit debería suponer un cambio de estatus del inglés como idioma de trabajo en el ámbito comunitario. La cuestión no es baladí: el uso de uno u otro idioma es un instrumento de poder extremadamente poderoso. El hecho de no poder alegar desconocimiento de una lengua (es lo que la hace oficial), en la práctica se acompaña de usos de la misma que vienen prácticamente obligados por las circunstancias. Es lo que sucede con el inglés más allá de su oficialidad: si quieres prosperar en el mundo académico tienes que publicar en inglés, si quieres encontrar trabajo tienes que hablar inglés, si quieres saber cómo funciona un electrodoméstico mejor que leas las instrucciones en inglés. En la práctica se ha convertido en la “lengua franca”, impuesta por una situación de supremacía burocrático-cultural anglosajona que ha acompañado a la expansión del poderío de Estados Unidos, Reino Unido y otros países anglófonos. Si eres anglófono tienes una ventaja que va a hacer que sólo en algunas ocasiones se te exija que hables otros idiomas, si no lo eres da igual que seas políglota y hables varios idiomas distintos del inglés: el “mercado” te obliga a hablar inglés. No en vano Francia, consciente de ello, lanzó hace años sus políticas de francofonía para intentar contrarrestar esta “imposición”. Fíjense que no ha sucedido lo mismo con el castellano.

Pues bien, hoy el inglés ya no es el idioma oficial de un Estado miembro de la UE: sólo es el idioma cooficial de otros dos Estados miembros (Irlanda y Malta) con mucho menos peso geopolítico que el Reino Unido. Este hecho debiera tener como consecuencia, por un lado, la recuperación del peso específico de otros idiomas (castellano, francés, italiano o alemán), acorde con la consideración geopolítica de sus Estados y con el respeto al multilingüismo que declara la propia UE en el articulo 43 de su Carta de los Derechos Fundamentales.

Y por otro lado debiera considerarse que si los más de 60 idiomas “regionales y minoritarios” que cuentan con más de 40 millones de hablantes (como el catalán, el euskera, el frisón, el galés, el sami y el yidis) deben ser objeto de protección por cuanto no cuentan con estatus oficial suficientemente “estatalizado”, razón de más para resituar al inglés en el suyo justo y actual: el de un idioma cooficial de dos de los Estados de la Unión, y aún de escaso peso demográfico, que pasará de ser hablado por el 13% de europeos a menos del 1%. Es por tanto una situación asimilable al catalán, que cuenta con muchos más hablantes que el irlandés. En otras palabras, si el inglés mantiene su estatus, el del catalán en la UE (que es idioma cooficial en parte de España) debiera ser equiparado.

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De otro modo, parecerá que los Estados que todavía se mantienen en la UE han preparado una salida del Reino Unido excesivamente cariñosa para el inglés, tal que un “Brexit con lengua”.

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Ramon J. Moles es profesor de Derecho Administrativo.

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