Sobre este blog

Semiosfera Digital quiere ser un blog que, con una mirada crítica, se interrogue acerca de los fenómenos relativos a los espacios digitales. En este sentido, se abordarán aquí cuestiones como la circulación del sentido en los nuevos medios; la relación entre estos y los medios de comunicación de masas tradicionales; la tipología de los públicos y la configuración de la opinión pública en un mundo cada vez más hipermediatizado; o cómo estos espacios propician la viralización de rumores y bulos.

La democracia traicionada

Los audios entre Villarejo y Ferreras, sobre los que se ha escrito, hablado y twitteado muchísimo (si no se hacía y de inmediato se arriesgaba uno a la lapidación en la plaza pública digital), han evidenciado que los medios de comunicación no son una “ventana sobre el mundo” que refleja la realidad tal y como es, sino dispositivos que establecen regímenes de visibilidad (cfr. Lozano 1998). Ahora bien, que los medios conforman marcos, crean agendas y, en definitiva, ejercen una función de filtro de la realidad, es algo que en Teoría de la comunicación se lleva explicando desde hace más de medio siglo. Y no es malo en sí mismo, principalmente porque debido a la complejidad de la realidad no podría ser de otra manera.

La crudeza y bajeza de lo escuchado en los audios también ha puesto de manifiesto algo que sin embargo se ha comentado menos: el fact checking no es suficiente. Paréntesis: que la periodista Ana Pastor, fundadora de Newtral, una empresa que tiene como razón de ser la verificación de datos en función de su correspondencia con los hechos, hable ahora precisamente de “contexto”, saca sonrisas a todos aquellos que llevamos tiempo argumentando que esa no es la vía. No lo es por su escasa efectividad en tiempos de “infodemia”, donde se multiplican los canales y los enunciadores y en los que la información circula más rápido que nunca. En este sentido, argumenta Lorusso (2018) que el fact checking es, en la mayoría de los casos, una ilusión, un simulacro que delega la transmisión de información de unas fuentes a otras que consideramos más creíbles. Y es que la cosa va de esto: de fiabilidad, de confianza y de credibilidad. 

La crudeza y bajeza de lo escuchado en los audios de Ferreras y Villarejo ha puesto de manifiesto algo que sin embargo se ha comentado menos: el 'fact checking' no es suficiente

Walter Lippmann, hace ya un siglo, argumentaba que no podemos hacernos una concepción del mundo que nos rodea a través de los hechos, de lo factual, porque por mucho que estos existan es imposible que accedamos a todos ellos todo el tiempo. Ni siquiera lo podemos lograr a través de las descripciones que nos llegan de él, pues, salvo en el caso de algunos temas que conocemos en profundidad, no sabremos distinguir las fidedignas de las falsas. Esto nos lleva a elegir a unos informadores a los que dotamos de fiabilidad y que se convierten en fuentes de autoridad, confiamos en sus palabras antes incluso que en los propios hechos. 

Ahora bien, uno de los grandes problemas de la era de la posverdad en la que nos hallamos no es que estamos ante un decaimiento o reducción de la verdad, sino, más bien al contrario, que nos encontramos ante una multiplicación de la misma y de sus enunciadores. Aquí, la selección de esas fuentes a las que dotar de credibilidad se hace cada vez más según criterios de simpatía y de adhesión irracional. Por eso la responsabilidad de dos figuras como Antonio Caño y Antonio García Ferreras era mayúscula y han defraudado. 

Se habían erigido como fuentes de autoridad, informadores fiables, avalados por los criterios que exige el periodismo, por las instituciones que les respaldaban (en concreto El País) y por la pluralidad que promulgaban (Al rojo vivo: “más periodismo”). Esto les distinguía del youtuber de cabecera de cada cual. Tenían un “contrato fiduciario”, establecido entre enunciador y enunciatario (Greimas), que no respondía a gustos e intereses individuales, sino a la confianza depositada en quienes se deben -en teoría- a la ética, el rigor y el deber de proporcionar a la ciudadanía información veraz, derecho recogido en el artículo 20 de la Constitución Española.

Ferreras era perfectamente consciente de la autoridad de la que gozaba (en pasado), de la institución que le sostiene y de la responsabilidad que ello conlleva. Así lo reflejan sus declaraciones cuando afirma querer hacer de laSexta una televisión de Estado; que La Razón está haciendo las cosas bien y empieza a ser periódico oficial, pues, más allá de su legítima línea editorial, refleja pluralidad y criterio entrevistando a Pablo Iglesias; que él capta audiencia cualitativamente medio-altas, el truco está en mostrarse plurales, rigurosos y serios, con el fin de obtener mayor credibilidad, de ser fuentes fiables y objetivas para cuando llegue el combate importante pegar las hostias que más duelen, las que matan, como hicieron él con Monedero y “su chica” con Iglesias. 

Por eso, este crimen, estratégicamente planeado, con alevosía y en la nocturnidad de los restaurantes donde se reúnen señores más burdos y toscos incluso que las fakes news que difunden a un mes de las elecciones generales, ha dejado un reguero de víctimas: Pablo Iglesias, Podemos, el oficio esencial del periodismo y sus profesionales honestos..., pero la más grande y la más grave es la traición que se le ha hecho a la democracia. Se ha roto el contrato fiduciario que había con todos los ciudadanos. 

Con toda la gravedad de los hechos, esta triste historia podía traer consigo la oportunidad de reflexionar y actuar en conjunto, como sociedad, sobre uno de los pilares en los que se basa nuestro sistema: el derecho a la información y, en consecuencia, sobre los medios de comunicación. Pero, si bien es cierto que se ha abordado el tema desde distintas perspectivas y se han realizado, a mi juicio, análisis interesantísimos (Pablo Iglesias recopila algunos, en infoLibre se han escrito otros tantos), parece sobresalir el ruido que ahoga esta oportunidad y fomenta la impunidad de la que se creen que gozan algunos. 

Así nos encontramos con una izquierda que, oh sorpresa, levanta caza de brujas y se pelea con la propia izquierda. Mientras unos, puristas y mandones (y también bastante incoherentes), se dedican a escribir manifiestos de justo comportamiento, otros parecen desear tanto o más que los propios implicados que esto pase rápido y se dedican a generar polémicas entre ellos en vez que criticar lo acaecido y sus culpables. 

También vemos algunos periodistas que desde una más que legítima frustración gritan muy alto “no todos somos iguales”. Cierto, pero no basta. Sobre todo, porque el mensaje que parece que le está llegando a la ciudadanía es justamente el contrario. En ese sentido creo que es necesario pasar a la acción, fomentando los mecanismos de control al propio gremio, creando y reforzando los Colegios de Periodistas y refundando Asociaciones de Prensa que no generen vergüenza. 

Por último, creo que los ciudadanos tenemos el deber de exigir una democracia con mayores garantías, que respete nuestro derecho a la información veraz. Y esto no pasa por quedarnos en el hastío y la desafección, consumiendo cada vez menos prensa y haciendo de todos los profesionales de un sector lo mismo. Ser críticos es justamente lo contrario, es tener la capacidad de distinguir. Y una forma de participar para avanzar juntos es apoyar a los medios independientes conformados por profesionales honestos y fiables, que han demostrado que sí existe una forma correcta y rigurosa de realizar esta labor primordial para cualquier sistema democrático digno de denominarse así.

 

Lecturas sugeridas:

- Lippmann, W. (2003), (v.o. 1922): La opinión pública, Madrid, Cuadernos de Langre.

- Lorusso, A. M. (2018): Postverità. Fra Reality TV, social media e storytelling. Bari, Laterza.

- Lozano, J. (1998): “Televisión: verdaderamente falso”, en Revista de Occidente, Nº 208, 1998, págs. 55-62. 

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Publicado el
19 de julio de 2022 - 20:36 h
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