El adiós de Luis a Almudena

No conocí a Almudena Grandes. Y mira que lo lamento. He devorado sus libros, he disfrutado con sus historias y podía identificar perfectamente su voz ronca cada vez que se asomaba en la radio. No la conocí, la vida no me cruzó con ella y tampoco conozco a su marido. Pero a ninguno de los dos me los puedo quitar de la cabeza desde que vi a Luis García Montero, asomado a su tumba, besando un pequeño libro y dejándolo sobre el féretro de Almudena. Completamente viernes es el libro de poemas de Luis que descansará para siempre con ella, sobre ella. Con el último beso depositado sobre la tapa. El primero de tantos que, imagino, echará de menos no poder darle. Es su despedida, la más íntima, la última, la definitiva: él deja el libro, se queda unos segundos mirándole y cuando levanta la cabeza, sientes su tristeza, sientes que a partir de ese instante buscará siempre la forma de seguir andando en una vida en la que siempre le faltará ella.

Ese mismo día, Luis escribió un tuit para agradecer a todos el cariño y para describir cómo se encontraba: ”Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre”.

Quedaba mucha vida en Almudena para vivir. Y es una putada perderla así tan pronto.

Me cuesta escribir sobre esto, me cuesta imaginar perder a tu compañera o compañero de vida: el dolor, el inmenso dolor tiene que ser insoportable y el miedo a no saber si en esa soledad podrás aprender a vivir otra vez. Sobre todo, cuando sabes que quedaba mucho camino por recorrer, muchas historias por contar, muchos veranos por disfrutar y muchas Navidades de las que renegar. Quedaba mucha vida en Almudena para vivir. Y es una putada perderla así tan pronto. 

Ramón Lobo promovió en redes ir al cementerio con un libro, como hicieron en Portugal cuando murió Saramago. Una despedida civil de quienes, como yo, no habían conocido a Almudena pero la admiraban y querían por sus libros y por su compromiso. Cientos de personas acudieron a esa cita improvisada por redes. Cientos de personas, con sus libros, con sus recuerdos, con su respeto. Fue una imagen emocionante. Y costaba entender que, también en esto, se quisiese buscar la bronca política. No estaban los que no quisieron estar, sin excusas, pero también sin reproches. No quisieron estar. Y fue su decisión. Supongo o quiero suponer que, en algún momento, lo habrán lamentado. Me gustaría pensar que ha sido así.

Dos días antes de morir Almudena tendría que haber coincidido con Luis en la entrega de los primeros premios de esta casa, de infoLibre. Jesús Maraña me llamó esa misma tarde para contarme un poco la dinámica del acto y me avisó que lo entregaría con Ramón Lobo. No pregunté el porqué del cambio. Pero cuando Jesús, durante su discurso, envió uno de sus “abrazos largos” a Almudena intuí que su situación no era buena.

He devorado todo lo que se ha escrito sobre ella, sobre su relación con Luis. Recomiendo buscar un vídeo precioso que ha hecho Carlos del Amor sobre ese libro que Luis le ha dejado a Almudena en su tumba. Son muchos los que estos días han querido recordarla. Escuchaba a Julia Otero repasar parte de la entrevista que le hizo en televisión, cómo hablaba Almudena del amor, de estar enamorado como único estado posible para seguir viviendo en este mundo...

No he mantenido buena relación con la muerte, ni con la pérdida. He sido cobarde durante años con este asunto: prefería obviarlo, ignorarlo. Sólo pensar en ello me generaba una angustia máxima, me bloqueaba... Así que no hablaba sobre ello. Era mejor vivir sin pensar. Con la edad, conforme vas perdiendo a gente que era pilar en tu vida, aprendes a mirarla a la cara, a aceptar y a recordar que está ahí. Pero se nos olvida, una y otra vez.

La despedida más larga. Mi compañero de vida me definía así estos días el amor: hablábamos sobre esa imagen de Luis en el entierro de la Almudena y él decía que, al final, la vida, el amor, es estar cada día aprendiendo a despedirte de quien amas. Saborear cada día como si no fuera a haber más. Saber que cada minuto de cada día puede ser el último. La vida nos arrastra sin piedad, nos hace olvidar, nos enfada, nos entretiene con tonterías. Y nos hace trampas: piensas que nunca llegará ese momento, que lo que vivimos y que lo que sentimos es inmortal, que nosotros somos inmortales.

Almudena lo ha logrado con sus libros. Sus historias se seguirán leyendo. Es y será una de las escritoras referentes de este país. Ha sabido rescatar la memoria de muchas familias olvidadas. Ha buceado en nuestra historia más reciente para contarla desde el lado de los vencidos. Pero también, al menos yo, recordaré la despedida de su marido. Creo que es el mejor regalo que te puede hacer esta vida: que en tu despedida te dé ese último beso. Te deje un libro sobre tu féretro, su poemario, el que escribió pensando en ella, o gracias a ella.

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