“Somos demócratas, ¿en serio?”

Somos demócratas y no permitiremos que un delincuente como él gobierne este país”. La declaración la hace una mujer, a cámara, visiblemente alterada. Es una de las muchas manifestantes, partidaria de Bolsonaro, que estos días ha salido a la calle para protestar por los resultados de las elecciones que han dado la victoria a Lula Da Silva. Unas elecciones celebradas en democracia, en las que se ha votado con total libertad y en las que el pueblo de Brasil ha decidido quién quiere que le gobierne. Pero todo esto lo obvia esta señora y todos los que la jalean por detrás.

Como ella, otras mujeres argumentan frente al periodista que su protesta es legítima, ellos sí saben lo que le conviene a ese país y han comprado punto por punto el discurso que Bolsonaro se ha empeñado en repetir durante la campaña: si perdía, ojo, porque los resultados estarían amañados. Exactamente lo mismo que dijo Trump cuando perdió frente a Biden. Se repiten los patrones y se repite ese caldo de cultivo tan peligroso que van sembrando los autoproclamados guardianes de la democracia.

Bolsonaro ha salido, tarde y tímidamente, para pedirles a sus seguidores, no que no protesten, sino que lo hagan de otra forma. Básicamente que no bloqueen las carreteras porque así perjudican a todos, a los que han votado a Lula y a los que le han votado a él. Podríamos añadir aquello que dijo alguien una vez y que se repite demasiado a menudo en este tipo de situaciones, los que han votado bien y los que han votado mal, porque ya saben, los guardianes de esa democracia saben cuál es el voto correcto.

Lo peor es que el patrón se repite, casi siempre con los mismos. La democracia es una garantía de estabilidad hasta que no sirve para los intereses de algunos

El peligro de todo esto ya lo conocemos: lo vivimos con el asalto al Capitolio en Estados Unidos tras la derrota de Donald Trump. Aquello pudo haber terminado muy mal, mucho peor de lo que vivimos. Ahora, con la comisión de investigación, sabemos que el entonces presidente pudo hacer mucho más por parar aquella barbaridad, que incluso se pensó ir a apoyarles a las escalinatas del Capitolio. Y que alguien, con algo más de sensatez que él, le recomendó que no lo hiciera.

En Brasil todo es posible. Y lo peor es que el patrón se repite, casi siempre con los mismos. La democracia es una garantía de estabilidad hasta que no sirve para los intereses de algunos. Y esto de llamar “gobiernos ilegítimos” a gobiernos que salieron de las urnas es un peligroso juego que nos puede estallar a todos en la cara. Sembrar la duda de la legitimidad si el resultado no es el que me conviene es sembrar la semilla de la división. Decidir que quienes no optan por opciones políticas como las mías son mi enemigo o ciudadanos de segunda, genera un odio que luego es difícil, complicadísimo, disipar. Y acaba siempre en violencia. Lo vimos en Estados Unidos y lo estamos viendo en Brasil.

Ninguna democracia es inmune a ese tipo de discursos. Protejámosla haciendo algo muy básico: respetándola. Es muy simple, y muy necesario en estos tiempos. 

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