Sin ellos esto no es posible

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La conversación se produjo en uno de esos trayectos en coche en el que tus hijos se van desahogando. Sin preverlo, sin forzarlo. Iba con mi hija y su entonces amigo/novio. Ella se iba quejando del mal rato que había pasado ese día cuando había salido a correr. Había aprovechado la hora de antes de comer. No suele haber mucha gente a esa hora por nuestro barrio. Todo el mundo está trabajando. El caso es que se había cruzado con varios grupos de trabajadores, todos hombres, y se había sentido más que incómoda. Miradas, comentarios, alguno le había silbado… Contaba que lo que iba a suponer un momento de liberación, de relajarse después de una mañana de estudio, se había convertido en un momento de estrés. Que había apretado el paso para regresar antes a casa. Era la una de la tarde, de una mañana de primavera. Hacía tiempo que ella había descartado salir a correr a última hora del día, cuando ya es de noche: pasaba demasiado miedo.

Su novio se sorprendió. Dijo que nunca se había parado a pensar en que, para una chica, salir a correr sola por la ciudad podía suponer una situación incómoda, tensa, violenta incluso. Esas miradas cohibiéndole le habían activado todas las alarmas. Él solía hacer deporte también. Él, confesaba, jamás había sentido eso. Jamás había tenido que apretar el paso para llegar antes a casa.

Supongo que sigue habiendo mil situaciones que se repiten cada día de las que ellos no son conscientes, en las que nunca se han parado a pensar en lo complicado que puede ser para ellas y lo fácil que puede ser para ellos. Pero esto ocurre.

Los datos no nos dan mucha esperanza en que esto esté mejorando. Viendo cómo perciben los chicos más jóvenes lo que supone la paridad, la igualdad, el respeto a ellas en las relaciones de pareja, tengo la certeza y el temor de que vamos hacia atrás. En el último CIS, el 44% de los hombres decía que las políticas de igualdad habían ido “demasiado lejos: DEMASIADO LEJOS. Sabiendo que nos queda un camino muy largo todavía, me cuesta comprender qué es lo que ellos entienden por demasiado lejos. ¿Hemos sido demasiado osadas? ¿les hemos incomodado? ¿con lo que ya teníamos era suficiente, aunque no fuera ni de lejos una igualdad real?

Que lo de este 8M no se quede en eslóganes impactantes, que lo del lazo morado no sea un postureo más. Necesitamos hombres comprometidos de verdad, no de boquilla. Hombres a los que veamos tomar decisiones arriesgadas

Hay medidas que se han tenido que tomar por obligación. Cierto. Se han tenido que forzar, como la paridad en los consejos de administración de las grandes empresas. Ha sido necesario ese empujón forzado para que los cambios lleguen (y todavía no lo hemos logrado, ojo). Y quizás eso no se haya entendido bien, forzar a alguien a hacer algo de lo que no está convencido suele generar rechazo. Y aquí puede estar la clave de ese dato: ¿cuántos hombres creen de verdad que hay que impulsar esa igualdad y cuántos están dispuestos a ser agentes activos? Porque en estos años estoy cansada de escuchar grandes declaraciones de hombres que dicen estar comprometidos con esto, de hacerse grandes declaraciones en días como hoy, con su lazo morado, y dos días después seguir en lo mismo, seguir ninguneando al talento femenino que tienen en sus empresas, seguir tomando decisiones absolutamente injustas, y dar más privilegios a ellos que a ellas. Harta estoy.

Así que, por favor. Que lo de este 8M no se quede en eslóganes impactantes, que lo del lazo morado no sea un postureo más. Necesitamos hombres comprometidos de verdad, no de boquilla. Hombres a los que veamos tomar decisiones arriesgadas. Sin ellos esto no es posible, sin su convencimiento, sin su empuje, sin su comprensión, la igualdad no llegará nunca.

La conversación se produjo en uno de esos trayectos en coche en el que tus hijos se van desahogando. Sin preverlo, sin forzarlo. Iba con mi hija y su entonces amigo/novio. Ella se iba quejando del mal rato que había pasado ese día cuando había salido a correr. Había aprovechado la hora de antes de comer. No suele haber mucha gente a esa hora por nuestro barrio. Todo el mundo está trabajando. El caso es que se había cruzado con varios grupos de trabajadores, todos hombres, y se había sentido más que incómoda. Miradas, comentarios, alguno le había silbado… Contaba que lo que iba a suponer un momento de liberación, de relajarse después de una mañana de estudio, se había convertido en un momento de estrés. Que había apretado el paso para regresar antes a casa. Era la una de la tarde, de una mañana de primavera. Hacía tiempo que ella había descartado salir a correr a última hora del día, cuando ya es de noche: pasaba demasiado miedo.

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