¡A la escucha!

No vale pararse, hay que seguir

Mientras ustedes me están leyendo yo estoy volando hacia Shanghái. No es un viaje de placer, en absoluto, es un viaje de estudios. Sí, estoy estudiando. Desde hace ya unos meses me metí en un buen jaleo: me puse a estudiar un Global Executive MBA. Un máster con el que quiero formarme y seguir creciendo. Y que me está suponiendo, créanme, un gran esfuerzo personal y económico (voy a estar pagando este máster los dos próximos años). En esta columna he cogido el mal hábito de “desnudarme” bastante ante ustedes, de contarles mi vida, momentos, preocupaciones, anhelos, situaciones cotidianas de esa Helena que ustedes no ven. Y esta parte me apetecía contársela precisamente hoy.

Los próximos días estaré visitando empresas, conociendo a mis compañeros de curso (la mayoría son alumnos extranjeros) y trabajando en el TFM, el Trabajo Fin de Máster que tendré que entregar allá por noviembre. Sí, con la que está cayendo, yo también me dije a mi misma, “¿y ahora te vas a meter en esto del máster?”. Y encima, no uno facilito. Sí, me metí en este follón porque quiero seguir aprendiendo, porque quiero que el futuro me pille preparada, porque quiero que lo que venga, lo gane por lo que soy y por lo que me he preparado. Le estoy robando muchas horas a los míos, estoy hipotecando todos los fines de semana para seguir aprendiendo porque, estoy convencida, valdrá la pena.

Estos días contábamos muchas estadísticas, de diferentes ámbitos, para dibujar de la forma más exacta posible cuál es la situación real de la mujer en el mundo laboral. Hablamos de las mujeres rurales, de las mujeres científicas, de las niñas y de cómo hay que empoderarlas, y hablamos también de mujeres directivas. Hay varios estudios y no todos coincidían en la cifra exacta (unos hablaban de un 38%, otros de un 35%, algunos lo rebajaban al 28%). El caso es que, de media, lo que reflejaban todos esos estudios es que uno de cada tres directivos en España es mujer. Y que la progresión de los últimos 10 años ha sido escasa, apenas ha crecido un 10%. Son pocas las mujeres que acceden a un puesto de dirección. Los porqués, las barreras que impiden llegar a más mujeres a esos puestos, los conocemos todos: la maternidad, la conciliación y el sistema viciado de que son ellos los que están ahí y son entre ellos los que se dan las oportunidades. Es la pescadilla que se muerde la cola.

La Fundación La Caixa sacaba los colores a las empresas tras un “experimento” que a mí me ha parecido brillante: han enviado 1.400 currículums a 1.400 ofertas de empleo real. Misma cualificación, misma formación, currículums exactamente iguales, excepto en un detalle, en unos el aspirante era un hombre y en el otro, una mujer. Y han comprobado que a ellos les llamaban un 30% más que a ellas. En Yale, hicieron algo muy parecido: enviaron el mismo currículum con nombre de hombre y con nombre de mujer para el mismo puesto y, sorpresa, le llamaron a él, a ella no. El estudio que ha hecho La Fundación La Caixa desvelaba algo también perverso: a ellos la paternidad les supone un valor extra, a nosotras, ser madres nos penaliza.

Un año más este viernes volvimos a pedir que la mitad de la población sea escuchada. Que la igualdad sea real, que las mujeres dejemos de pedir paso. Que prescindir del talento femenino empobrece a la sociedad. Que en esto se trata siempre de sumar. Pero un año después, aquí estamos, repitiendo lo mismo y siendo sinceras, no viendo demasiados cambios. No al menos en el terreno más cercano.

Soy mujer, soy madre, soy hermana, soy esposa. Soy todas esas cosas y además, soy soñadora. Quiero soñar con que el futuro será más fácil para nuestras hijas. Quiero soñar con que nuestros hijos sabrán ser líderes mucho más integradores, mucho más inteligentes. Que no necesitarán aprender el feminismo porque ellos también lo serán. Al menos así los educamos desde hace muchas generaciones. No sólo con mensajes, sino también dando ejemplo. Hace casi 12 años, con mi segundo hijo, repartí mi baja maternal con mi marido: yo me cogí los dos primeros meses y él los dos segundos. Entonces tuve que dar muchas explicaciones, yo a mujeres y él a hombres, de por qué habíamos decidido hacerlo así. Por qué mi marido quería también disfrutar de ser padre por segunda vez, de una forma más consciente a como tuvimos que hacerlo con nuestra primera hija. Pero es que a mí también me tocó contar a muchas mujeres que no era peor madre por dejar a mi bebé en casa. Que me sentía igual de responsable quedándome en casa como yendo a trabajar. Y también tuve que dar muchas explicaciones para que otras mujeres y otros hombres entendieran que no quería renunciar a mi derecho a ser madre. Que si frenaba mi carrera sería no mi error, sino de que quien tomara esa decisión.

En este máster, que tantas horas de sueño me está robando pero que me ha devuelto la ilusión de algo tan maravilloso como la sensación de volver a aprender, hablamos mucho de liderazgo. De cómo tienen que ser los directivos del mañana, de qué es lo que demandan las empresas, la sociedad, de qué tipo de liderazgos se ejercen para hacer crecer a la empresa y hacer mejor el proyecto. De líderes cohesionadores, de empatía, de personas que intentan sacar lo mejor de su equipo, de conocer a quienes trabajan contigo para saber cuáles son sus fortalezas y debilidades. Hablamos mucho de esto sí y me motiva para buscar efectivamente ese tipo de liderazgo: no el tutelado, no el de “Te dejo que estés ahí pero mientras hagas exactamente lo que yo quiero que hagas”. Eso no es liderar, eso es simplemente ejecutar las órdenes de otro. Así que sí, creo que los liderazgos que nos “ceden” ahora ellos son más por postureo que por un compromiso real por introducir talento femenino. Y que muchos no han necesitado un MBA ni una preparación extra para estar donde están. Simplemente han llegado por ser ellos.

Llega una nueva forma de hacer negocios implantada ya en los países desarrollados con mayor nivel cultural. Ya no valdrá el que tanto nos gusta aquí, y el que tanto llevamos sufriendo, “yo gano, tú pierdes”. Buscar ganar yo para que pierdas tú. Llega la empatía, la eficacia, la ilusión en el trabajo, la conciliación. Llega el Win to win, el todos ganamos. Ganamos tú y yo porque juntos somos más fuertes, empujamos los dos, nos beneficiamos los dos.

No sé lo que deparará el futuro pero sí que sé que estaré formada y preparada. Nos vemos a la vuelta.

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