Querido Papá Noel

Hace ya unos cuantos años que en casa no te escribimos, ya sabes, los chicos han crecido y lo de que vengas en trineo y te deslices por la chimenea que no tenemos, como que no les encaja. Pero no por eso hemos dejado de alimentar la magia de esta noche, de poner nuestro zapato bajo el árbol y de despertarnos con la ilusión de unos niños la mañana del 25 y buscar ese regalo especial que sabemos que, quien más nos quiere, nos ha dejado.

Este año te escribo porque ando falta de esa ilusión. Llegamos a este 24 de diciembre, yo al menos, exhausta. No sé cuántos test me he hecho en los últimos días, no sé cuántas veces he cambiado de planes, no sé cuántas veces he reprimido las ganas de gritar y llorar y, lo de dormir, que sabes que ya en circunstancias normales lo llevo más bien mal, ha sido una odisea. No he pegado ojo en la última semana, ha vuelto la ansiedad, mi cabeza ha ido a mil de nuevo y los dilemas sobre qué hacer me han desvelado noche tras noche. He vuelto a tener miedo, no del virus, pero sí de contagiar a quien más quiero.

Mientras no nos volquemos en vacunar allí donde no hay vacunas, ya podemos seguir poniéndonos dosis aquí, 4, 5 ó 10 que dará igual: surgirá otra variante donde apenas hay gente vacunada y el ciclo volverá a repetirse.

Sí, nos falta ilusión. Y mira que la teníamos. Nos había costado construirla, pero tras el verano parecía que todo iba a ir a mejor. Estas navidades prometían ser como las de antes, incluso mi hija mayor nos pidió pasarlas por primera vez en Madrid para poder celebrar la Nochevieja con sus amigos. Empezábamos a cambiar los planes, a retomar aquello que habíamos dejado aparcado por precaución y, de repente, en cuestión de días, todo se ha ido al garete. Hable con quien hable está igual: con miedo a contagiarse, no por los efectos, por la gravedad, pero sí porque va a tener que improvisar una Nochebuena de un día para otro. Dejar plantados a sus padres, cancelar viajes y aislarse. Y esta vez, lo sabes bien, nos ha pillado a todos con la batería de la moral y la paciencia en mínimos. Esta vez no tenemos ni la paciencia ni la conciencia en plena forma. Y mira que era fácil de prever: esto iba a pasar. Mientras no nos volquemos en vacunar allí donde no hay vacunas, ya podemos seguir poniéndonos dosis aquí, 4, 5 ó 10 que dará igual: surgirá otra variante donde apenas hay gente vacunada y el ciclo volverá a repetirse. Es sencillo, pero parece que no lo acabamos de entender.

En esta carta te podría pedir test pero, sinceramente, ni lo intentes. Sería hacerte perder el tiempo y sé que lo tienes escaso. También te podría pedir más rastreadores, pero o pones a todo el ejército de elfos en esa tarea o lo veo imposible. También he pensado pedirte más refuerzos en la sanidad, especialmente en los centros de salud que están, créeme, desbordados. Pero sé que no está en tu mano. Te pediría también que dejases un poco de sensatez, así en general, que la espolvorearas un poco por todas las ciudades y especialmente por las casas de quienes nos gobiernan, pero es pedirte demasiado.

Así que tras descartar todo esto, he decidido escribirte para que esta noche nos dejes un poco de ilusión, que la necesitamos. Mándanos un poco de esperanza, de pensar que, en pocos meses, dejaremos por fin de hablar de covid, de pandemia, de restricciones, de dosis de refuerzo… Deja un poco de tu magia en La Palma: allí parece que el volcán se ha apagado definitivamente, mañana lo confirmarán, pero a partir de ahora necesitan dosis extra de ilusión y de empuje para reconstruir las vidas que se han quedado sepultadas bajo la lava. Y en tu viaje hacia Canarias, no te olvides de los pueblos y ciudades que han perdido todo en las últimas crecidas del Ebro. De mi querida Tudela, que anda estos días haciendo recuento de las pérdidas: el trabajo de un año perdido por las riadas, una ruina.

Un poquito de ese “¡Ho ho ho!” tuyo y el tintineo de los cascabeles, un poco de magia de Navidad. Eso nos ayudará a encontrar la fórmula

Más sobre este tema
stats