Y si… ¿Y si lo que pasó la noche del martes en Estados Unidos nos diera motivos para respirar? ¿Y si, realmente, los discursos de brocha gorda, plagados de mentiras y exabruptos de Trump, empezaran a tener poco rédito electoral? ¿Y si quienes se han dedicado a hacer un corta y pega de esa forma de hacer política aprendieran y se dedicaran de verdad a hacer propuestas y no a mentir?

Alivio. Es lo que han sentido en el Partido Demócrata tras los resultados de esas elecciones de mitad de mandato en las que estaban en juego mucho más que la Cámara de Representantes y el Senado. Estaba en juego una forma de entender la política, la de cuestionar las instituciones y la propia democracia para lograr ganar votos. Trump se empleó a fondo para apoyar a aquellos candidatos que seguían cuestionando el resultado de las elecciones de 2020. Se fue de mitin en mitin a repetir lo de siempre, que sólo él podía arreglarlo todo, que con Biden en la Casa Blanca todo iba mal, y que quien dijera lo contrario, mentía. Siguió llamando fake a todo periodista que le pusiera frente a sus propias contradicciones, siguió siendo él en su más pura esencia. Deslizó de nuevo el fantasma del fraude electoral si perdían y llegó a decir que, si eso ocurría, la culpa sería de los demás, y si ganaban, el mérito, todo el mérito, sería suyo. Fue más Trump que nunca. Y perdió. Y como recordaba Pedro Rodríguez estos días, lo que más odia Trump es ser un perdedor. Dicen quienes estaban con él la tarde del miércoles que se dedicó a gritar a todo el mundo. Su enfado era monumental porque sabe que lo que pasó el martes pone en riesgo su regreso a la Casa Blanca. Ya no es el rey del partido, hay otro nuevo líder, Ronald De Santis, y a Trump las peleas de gallos no le gustan, sobre todo si sabe que va a perder.

Todo puede sonar relativamente tranquilizador. Es arriesgado trasladar lo que ha pasado en Estados Unidos al resto de países o democracias, pero si se logró importar el estilo trumpista, puede que, con su fin, o su probable muerte, también veamos el final de todos esos discursos cargados de hipérboles que tanto hemos sufrido esta semana. Ya no compramos vendedores de humo. Se compran políticas efectivas, soluciones reales a los problemas reales de la gente, no los que inventan políticos hambrientos de poder.

Pero como en todo, aquí hay un pero. Puede que lo que venga después de Trump sea peor que Trump. Puede que el político que bebió del padre, sea aún más radical y más trumpista que él. Puede que el que venga le haga mejor al que se fue.

Es arriesgado trasladar lo que ha pasado en Estados Unidos al resto de países o democracias, pero si se logró importar el estilo 'trumpista', puede que, con su fin o su probable muerte, también veamos el final de todos esos discursos cargados de hipérboles

Es lo que dicen quienes conocen a De Santis y es lo que, de momento, ha dejado ver al frente del Estado de Florida. Decidió que la pandemia iba a ser un mal menor, fue el primero en levantar las restricciones, pasó ampliamente del uso obligatorio de las mascarillas y de los pasaportes covid; es contrario al aborto y por supuesto insiste en que Biden no ganó las elecciones, que todo fue un fraude. Se ha metido incluso con los libros de matemáticas que estudian en su estado: los ha rechazado porque "adoctrinaban" y es de los que ha prohibido hablar en las escuelas de la condición sexual de los alumnos, nada de homosexualidad ni transgénero. Ésas son sus credenciales, su carta de presentación para un político que, si quiere ganar de verdad la carrera presidencial a Trump, deberá ser más duro que él. Bajarse al barro y jugar a su juego. Pero, ¿y si?…

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