Plaza Pública

Alta Films avala el fracaso de un modelo cultural obsoleto

Rubén Caravaca Fernández

El anuncio del posible cierre de Alta Films, la empresa de cine independiente más importante de nuestro país, ha calentado el debate sobre la cultura y su gestión. En su comunicado, la empresa hace mención a las tres razones principales que les llevarán al cerrojazo si nadie lo remedia:

• Reducción del consumo cultural por la subida del IVA del 8 al 21%.

• La bajada de ventas de DVDs y de asistencia de espectadores.

• La falta de interés de las cadenas de televisión por comprar y difundir otros tipos de películas, que no sean las de las grandes compañías multinacionales.

Desde el anuncio se han producido muestras de indignación y de solidaridad hacia la empresa que ha contribuido a que conociéramos otro tipo de cine, pero sobre todo a que la diversidad y la pluralidad cultural se divulgaran. Ha sido una mala –¿y van?– noticia para el mundo cultural.

Luis García Montero ha escrito sobre el tema en estas mismas páginas La tragedia del cine, y sus argumentos vuelven a ser los habituales, que por supuesto poco tienen que ver con los expresados por la empresa de exhibición: la piratería y la animosidad que tiene el PP a los actores por su posicionamiento ante la Guerra de Irak.

Tesis habituales, muy poco consistentes que defienden intereses muy concretos que poco, no digo nada, tienen que ver con un análisis riguroso.

La explicación de que la piratería es la causante de los males que aquejan a la cultura, sólo la utilizan ya aquellos que tienen intereses muy concretos en las grandes industrias culturales y del entretenimiento. Son los que callan o son contratados por los que promueven “el chanchulleo cultural” –en palabras de Ignacio Echevarría–, apoyando premios literarios surgidos durante el franquismo, que muy poco tenían que ver con la literatura y más con una clara intencionalidad política entonces y ahora económica, o aquellos que son un obstáculo para propuestas independientes y libres. Hablamos normalmente de castas en la política, pero en la cultura son todavía más evidentes. Cualquier nuevo talento o propuesta innovadora lo tiene complicado si no traga con el tinglado dominante.

Son los mismos que apoyaron o callaron cuando se produjo el cierre patronal de los exhibidores, a los que se opuso Alta Films, ya que no recogían ninguna de las reivindicaciones de la industria de cine independiente de nuestro país:

• Creación de cuotas de pantalla para nuestro cine y el europeo.

• Apoyo a la reconversión digital.

Obligatoriedad de exhibición de cine propio en todas las televisiones.

¿Dónde estaban entonces los que ahora se lamentan por el cierre de Alta Films? ¿Por qué no se posicionaron y apoyaron medidas proteccionistas para nuestra cultura? ¿Por qué callaron ante los intereses de la cultura mainstream? La respuesta parece bien sencilla: intereses económicos coincidentes.

No conozco en profundidad la realidad del cine, pero sí la musical. Un reciente informe de la Comisión Europea pone de manifiesto que “la piratería musical no disminuye las ventas” al contrario, mucha música legal no se compraría si antes no se hubiera descargado en “webs ilegales”, indicando que la música cada vez se escucha más por streaming con los consiguientes beneficios para los autores. La rotundidad del informe evidencia que muchas de las propuestas recogidas en el anteproyecto de Ley de Propiedad Intelectual son una auténtica falacia, intentando beneficiar a las grandes industrias del ocio, como en su día descubrieron los cables de WikiLeaks; los nombres más conocidos de la cultura también guardaron un significativo silencio entonces.

La crisis de la cultura es una crisis de modelo y una crisis política. La cultura es un derecho irrenunciable. Desde hace años la complicidad entre la cultura establecida y la clase política está reduciendo la misma a una vertiente exclusivamente económica. Si hubiera realmente interés, se pondrían las bases para apoyar a nuestra industria independiente y no se criminalizaría a la que promueve la cultura libre que no gratuita. Son complementarias, pueden y saben caminar en común.

El Campo de Cebada es un espacio autogestionado en el centro de Madrid. Desde hace dos años se proyecta cine de verano en su pantalla pintada en la pared. El pasado año Alta Films dejó algunos títulos para que otro público accediera a ver otro tipo de cine. Este año hay un compromiso para volver a realizarlo. Se está barajando la posibilidad de que los asistentes hagan el donativo que consideren oportuno tras la proyección que irá directamente a la distribuidora.

Algunos de los asistentes tendrán la oportunidad de ver otro tipo de películas y desearán verlas en un cine de verdad, quizás entonces no podrán hacerlo. No será ni por la piratería ni por los promotores de la cultura libre, sino por la inexistencia de una política cultural como país y por los intereses de una cultura establecida que para nada le interesa que existan otros modelos, donde todos puedan convivir y vivir del trabajo cultural, algo que parece sólo pueden permitirse unos pocos.

Un modelo basado en el respeto entre todos los participantes. Procesos culturales donde la innovación y el emprendimiento no sean palabras sin sentido. Donde formación, investigación y conocimiento estén unidos al trabajo cotidiano. Donde transversalidad, reciprocidad, pluralidad y diversidad vayan juntas. Donde se tenga en cuenta la realidad de un trabajo discontinuo, el cultural, y no se le siga castigando con las medidas fiscales y legales más perjudiciales de nuestro entorno. Es preciso hablar de todo esto si realmente queremos remediar el sin sentido actual, que va a llevar a que algo que realmente era la marca de este país se diluya por privilegiar otro tipo de intereses.

La complicidad política-económica-cultural y el miedo al futuro, son también responsables de una crisis en un sector que poco tiene que ver con la profesionalidad de los que trabajan en el mismo y mucho menos con el público. Lo demás son falacias para justificar intereses que poco tienen que ver con la cultura, quizás por ello nunca se quiere hablar del fondo, quedándonos en la forma.

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