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Ari es una persona muy importante en mi familia. Creo, además, que lo es ahora y lo será para siempre. Ari ha sido la profesora de los tres a los seis años de mis dos hijos: como se llevan tres, cuando el mayor pasó a Primaria tuvimos la suerte de que ella cogiera también al pequeño, que justo entraba en Infantil.

Ari les quiere mucho. Eso lo primero. A ellos y a sus otros niños, seguro. Un día me dijo, cuando todos sus alumnos llegaban a formar la fila y le iban saludando: "¿En qué trabajo te dan 25 abrazos cada mañana?" Tenía razón. Pero también pensé que para que esos abrazos hicieran de tu empleo algo tan especial como lo es para ella, tienes que amar a quienes te los dan. Saber que cada día dejas a tus hijos en manos de una persona que los va a querer tanto siempre me pareció una bendición.

Ari les ha enseñado cosas, ha estimulado su curiosidad, les ha implantado para siempre el chip de querer saber. También ha sabido ponerles límites, corregir lo que no acertaban en el aula y en la vida, les ha dicho "no" cuando tenía que hacerlo. Pero creo, y diría que no me equivoco, que todo lo que ha conseguido con ellos ha sido porque mis hijos siempre se sintieron queridos, respetados, escuchados y valorados por ella. Tengo para mí que ha puesto una semilla en sus vidas que ahora nos toca regar.

Los maestros y maestras nos marcan, nos influyen en fases de la vida en las que necesitamos muchas manos

Ari también nos ha ayudado a ser mejores padres, nos ha quitado miedos y nos ha puesto en alerta cuando hacía falta, nos ha aconsejado y nos ha enseñado. Nunca nos doró la píldora y fue justa y ecuánime. Yo puedo decir que también he aprendido de ella en la misión más tremenda que me encomendó la vida, que es la de ser padre. Y creo que nunca habrá manera de agradecerle lo que ha hecho por lo que más queremos en esta vida.

El otro día mi hijo pequeño hacía su fiesta de despedida de Infantil, ahora que ya va a ir al cole de mayores, y vi a Ari pedir un pañuelo para secarse las lágrimas de la emoción. Ya lleva un tiempo en esto, han pasado por sus manos cientos de críos, y que se siga conmoviendo al despedirlos me pareció que define a una buena persona que, además, hace su trabajo con una implicación y un amor que convierten todo a su alrededor en algo un poquito mejor.

A nosotros nos tocó Ari, pero supongo que habrá muchas Aris por aquí, que quien me lee le está poniendo otro nombre a su figura y que a veces te toca a los tres años, otra a los 10, otra a los 15. Los maestros y maestras nos marcan, nos influyen en fases de la vida en las que necesitamos muchas manos, y cuando eres padre y a veces te ves superado e incluso desamparado, saber que hay una Ari ahí tiene un valor que no se puede calcular. Ari nunca estará bien pagada, porque alguien a quien dejas a tus hijos tantas horas de tu vida y te los devuelve mejores personas hace una labor que no se tasa con dinero.

Por eso, por Ari y por todas las Aris que están por ahí, mi apoyo a todos los maestros y maestras que hacen su trabajo con amor y dedicación y que están luchando por mejorar sus condiciones. Nunca os pagarán lo suficiente, insisto, pero es seguro que deberíais cobrar mucho más. Sois vitales y trascendentes en nuestras vidas y en las de nuestros hijos. Que sirva esta columna para que se sepa que, seguro, esto lo pensamos muchos y muchas.

Ari es una persona muy importante en mi familia. Creo, además, que lo es ahora y lo será para siempre. Ari ha sido la profesora de los tres a los seis años de mis dos hijos: como se llevan tres, cuando el mayor pasó a Primaria tuvimos la suerte de que ella cogiera también al pequeño, que justo entraba en Infantil.

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