Callaos de una p*** vez

Hace años, cuando uno era un joven que creía en más cosas de las que podía entender, ser de una izquierda parlamentaria que no podía ganar era de lo más relajado. Asumías el papel en el rincón cómodo del tener razón pero no influir nunca y vivías allí feliz, acostado en la calma del perdedor estable, fuera de toda turbulencia que no fuera más allá de ver el mundo arder sin poder hacer nada y que Felipe González te mostrara cada cierto tiempo que te odiaba más que a la derecha. Igual que ahora, vamos.

De repente, hace unos años, irrumpieron unos jóvenes que nos dijeron que se podía ganar. Que se podía influir. Que se podía estar. Siempre pensé que me hubiera encantado que coincidieran con un Felipe González en activo para ver cómo reaccionaba, pero no sucedió. El caso es que le dieron la vuelta a todo. Nos enseñaron a ganar. Nos hicieron creer en ello. Nos sacudieron.

A cambio, instalaron, todos ellos sin excepción (algunos de los que lo hacían ya no están en política pero eran otra página del mismo libro), un lenguaje, una manera de actuar, una agresividad en fondo y forma que sin duda en su momento sirvió para algo tan excepcional como romper el bipartidismo y cambiar, para siempre, la dinámica de gobierno del país. Un hecho extraordinario que requirió, sin duda, de actuaciones fuera de lo normal. Sirvió. Hicieron bien.

Pero han pasado los años, se ha asentado un mapa, y aunque el país necesita una transformación radical (a eso tenemos que aspirar los izquierdistas que nunca votaremos al PSOE) lo cierto es que esas formas de chocar, esas maneras de enfrentar, esos másteres en tensar nos tienen hartos. Rotunda y poderosamente hartos. Sin matices. Cansados. Hastiados. Destrozados moralmente.

Si alguien está leyendo esto y está pensando en alguien en concreto, en unas personas sí y en otras no, de todos los que salieron de aquel terremoto primigenio de Podemos, o de las otras formaciones que allí andaban y siguen hoy dando guerra, se equivocan. No salvo a nadie. A ni una sola persona. ¿Saben esa mierda de que todos los políticos son iguales? Pues aquí voy y lo aplico. Porque estoy, estamos, hartos. Porque ya vale de esto. Porque van demasiadas veces.

No salvo a nadie. A ni una sola persona. ¿Saben esa mierda de que todos los políticos son iguales? Pues aquí voy y lo aplico. Porque estoy, estamos, hartos. Porque ya vale de esto. Porque van demasiadas veces

El domingo, si no pasa nada raro en mi vida personal, estaré en el acto de Sumar en el Magariños porque creo que es donde hay que estar. Es el mejor intento de aglutinarnos a todos, los que nos queremos y los que no nos soportamos. Porque es lo que hay que hacer y porque no hacerlo es una irresponsabilidad. Pero si en ese acto, que tiene que ser el tobogán sobre el que se deslicen todas nuestras ilusiones a la piscina de la unidad, no están todos, habré ido como el que va a un safari. A ver qué hay, a ver qué se mueve, a ver qué pasa. Nada más. No lo entenderé como el inicio de nada.

No pienso entrar en el juego de de quién es la culpa, quién es el que hace más, por qué sucede una cosa o la otra. Lleváis casi una década metiéndonos en esas dinámicas que no nos corresponden. Lleváis casi una década haciendo que nos preocupemos por vosotros, por vuestras mierdas, más que vosotros por nosotros. Ya tuvimos suficiente. Basta de hacernos elegir. Haced vuestro trabajo. Todos y todas. Sin excepción.

Por eso, como no paro de leer tuits, declaraciones, arengas radiofónicas y respuestas a preguntas que no debisteis contestar, en las que se lanzan indirectas, tantarantanes, pasivoagresividades y maldades en general de los unos a los otros, os pediría, a todos y a todas, que os callarais de una p*** vez. Que dejéis de hablar hacia afuera y trabajéis para adentro. Porque si el domingo no está allí todo dios será, una vez más, un edificio defectuoso con la primera piedra puesta del revés.

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