El día en que el PSOE legitimó los bulos para siempre

Leo un titular real, de hace un tiempo. No pondré contexto porque los bulos no entienden de contexto: "Margarita Robles avisa a Podemos: 'La complicidad con la violencia no cabe en democracia'". Voy a reformularlo: "La ministra de Defensa acusa a Podemos de ser cómplice de la violencia y lo sitúa fuera de la democracia". Va, lo vuelvo a rehacer: "Un miembro del Gobierno considera que su partido gobierna con violentos y no es democrático". Así se fábrica un bulo: se cogen gotitas de verdad (en este caso, seamos sinceros, es que entre el primer titular y lo que quiso decir la ministra de Defensa hay vasos comunicantes de chorro ancho), se adereza de intención y ahí lo tienes. No quedaría muy lejos de "El Gobierno de España gobierna con separatistas y terroristas" que se ha escuchado por el apoyo de ERC o Bildu a la investidura o determinadas decisiones del Gobierno. Como Pedro Sánchez y los ministros del PSOE no dijeron en ningún momento que las declaraciones de Margarita Robles fueran a título personal, debemos considerar que aquella era una postura del Gobierno. Así que, retorciendo el titular, alguien podría llegar a inferir que "el Gobierno reconoce que gobierna con violentos antidemocráticos".

El problema de los bulos, las medias verdades y la interesada asunción de falsedades en aras de un supuesto beneficio electoral es que no tienen límite. En el momento en que se compra uno, ya es muy difícil no comprar todos. Cuando decides bajar el listón a ese terreno en el que la realidad da igual, todos esos mensajes a la oposición de no embarrar el debate y a que la política sea (porque lo debe ser) otra cosa dejan de tener todo sentido. El precio a pagar por no despeñarse (más) en las elecciones de Castilla y León (que habría que debatir si será efectivo o no) es desplumar la naturaleza de la democracia y comprar la involución. Parece un precio caro, pero igual es que no es un precio y lo que se ha decidido es jugar en campo contrario, sea este cual sea. Bueno, es una elección.

Hace tiempo, un expolítico me dijo que cuando estás en política, muchas veces te toca decir cosas que no piensas porque es la postura de tu partido. "Yo lo hacía, claro, pero lo pasaba mal. Ahora veo a políticos decir una cosa por la mañana y la contraria por la tarde y no parece que tengan mayor problema", comentaba. Quizá el truco sea ese. En cualquier caso, el único en toda esta ecuación que ha dicho la verdad cueste lo que cueste es Alberto Garzón. Se le podrá criticar lo que sea, pero desde luego es el único honesto en este juego. Y, aun a costa de su crédito en este trilerismo político en el que mentir no importa incluso para matar a un miembro de tu gobierno, él ha abierto un debate tremendo alrededor de nuestra ganadería intensiva, que no sé si es lo que pretendía o no. Quizá sí.

El problema de los bulos, las medias verdades y la interesada asunción de falsedades en aras de un supuesto beneficio electoral es que no tienen límite. En el momento en que se compra uno, ya es muy difícil no comprar todos

En cualquier caso, además del valor que hay que tener para 'matar' a un señor un lunes en la radio y sentarte con él en el Consejo de Ministros un martes, el precio de este affaire Garzón y las macrogranjas es la calidad de la democracia. La que, dice el Gobierno, está denostando la oposición con su estilo lleno de falsedades y bulos. Un discurso que ha muerto por la vía de los hechos cuando se ha decidido comprar el terreno de juego del rival. Un campo de batalla que ahora es legítimo explotar. No sabemos si Unidas Podemos lo hará en el futuro, pero, de no hacerlo, mostraría un alto compromiso con la institucionalidad y la coalición. Un sentido de Estado del que ha carecido un partido que se dice de Estado.

Ahora relean el primer párrafo y tengan en cuenta esa forma de hacer las cosas en el futuro. Lo verán. Lo veremos. Lo que no podemos garantizar ahora es que lo vaya a hacer únicamente la oposición. La derrota, que es de todos, es grande y dolorosa.

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