¿Condena usted la violencia?

Por lo visto, ha resucitado la kale borroka: ¡ahora con virutas de yihadismo! Lo leo en la prensa decente, que anda asustadísima porque la chavalería dejó al pelotón velocípedo sin sus vueltecitas a la Cibeles. «Han inundado las calles de chinchetas y de cristales», denunció el alcalde, confiando en que la ONU desplegase a los cascos azules ante tamaña atrocidad. Mientras leen esta columna, súmense al minuto de silencio en recuerdo de las vallas caídas en combate.

La policía está que trina. Sus portavoces sindicales han emitido solemne comunicado: si no molieron a palos a esos cien mil rojos fue porque los políticos les sujetaron la correa. «Se ha atado a los policías nacionales de pies y manos. En condiciones normales, La Vuelta nunca se hubiera cortado». Año dos mil veinticinco de nuestro señor y todavía premiamos con porras y pistolas a unos cabestros que querrían hacer sus labores sin la supervisión de los poderes democráticamente constituidos. 

Madrid, en palabras de la presidentriz regional, fue un Sarajevo: sesenta y cinco mil muertos no hacen un genocidio, pero bastan cuatro gritos para declarar el estado de guerra. Los adeptos a la causa popular-sionista no tardaron en desempolvar la retórica de costumbre: que si hay muchos equipos deportivos financiados por satrapías (¡acabemos con todos!), que si esos mismos manifestantes no han dicho ni mu sobre tal matanza en una pedanía del Congo y que qué contradictorios son los progres, que apoyan a los machistas homófobos de Hamás. Un conocido columnista aseguraba en sus redes que, de haberse cancelado la etapa de marras, «toda esa gente que quería que se cancelara estaría desolada, porque habría perdido su oportunidad de propaganda, épica bufa y chute hormonal». Qué finura, qué conocimiento del alma humana.

«¿Condenas la violencia de ETA?», le insistía Esperanza Aguirre a Pablo Iglesias en un célebre encontronazo televisivo. La estratagema es idiota, pero su utilidad se demuestra cada año. No solo funciona con el caso palestino: hace unos días, un yanqui le pegó un balazo a otro (son sus costumbres, hay que respetarlas) y una miríada de moderados se apresuró a sacarle los colores a la progresía internacional, que andaba remoloneando con el pronunciamiento. Según me cuentan, como el tal Charlie Kirk era más de derechas que el bigote de un guardia civil, su sangre cae sobre todos los izquierdistas de Occidente. «La gente anda haciendo chistes», dicen, como si los chistes fuesen balas. El vicepresidente J. D. Vance ha animado a «castigar» a quienes «celebren» (concepto resbaladizo) el asesinato del mozo. Los lloricas del «ya no se puede decir nada sin que te cancelen» guardan respetuoso silencio.

Cuando un policía le aplastó el cuello a George Floyd, el ala conservadora señaló a los que señalaban la violencia policial que se ejerce contra los negros. Charlie Kirk estaba entre ellos: lo llamó escoria y dijo que su muerte no merecía tanta atención. Los cínicos de siempre abrieron el cajón de los ejemplos a la búsqueda de algún blanquito de Oklahoma al que algún afrodescendiente le hubiese dado matarile hasta hilvanar una consigna que diluyese el hecho incontrovertible de que, en la tierra de la libertad, si eres oscuro tienes muchas papeletas para que un madero te mande al otro barrio. «Todas las vidas importan».

Tomemos todos buena nota, porque cuando el exterminio se consume, las sabandijas intentarán escabullirse entre los escombros

Me parece mal (fíjate qué cosa) que la gente se mate a tiros, aquí y en Pernambuco. Sin embargo, puestos a escoger, prefiero que las víctimas de la tenencia libre de armas sean los defensores de la tenencia libre de armas. En un país donde se venden rifles en los supermercados y en el que sus ciudadanos se enorgullecen de que les falte una sanidad pública es lógico que haya muertos a balazos y desequilibrados que apuñalen a muchachas en los autobuses. Con todo (atentos, se viene sorpresa), me parece mal que estas cosas pasen. (Ojalá esta impactante declaración le llegue a algún fan sobrevenido del tal Kirk: el pobre se va a quedar a cuadros).

Aun así, si me vas a pedir que para bramar contra la primera matanza retransmitida en streaming me solidarice antes con los caídos en la Guerra de los Cien Años, condene la limpieza étnica acontecida en no sé cuál excolonia belga y llore a los desdichados que Stalin mandó al gulag, quizás empiezo a sospechar que no te importan los muertos, sino encontrar recovecos para justificar tu propia inhumanidad. Y en ese juego de hijosdeputa no pienso participar.

Por cierto, tras el advenimiento del último informe de la ONU (qué tranquilidad deben de sentir los que temían intoxicarse con la propaganda salafista), mucho cínico se está animando a declarar cuánto le espantan los niños muertos. «Netanyahu tendrá que responder», dicen ahora los que hasta ayer por la tarde te sermoneaban con el sacrosanto derecho a la defensa. «Es el Gobierno de Israel, no su pueblo», nos aclaran los mismos que aseguraban que todos y cada uno de los gazatíes tienen el carné de Hamás. «No hace falta polarizar», alertan los tertulianos. Estos tibios, esta asquerosa recua de colaboracionistas, escribirán en sus memorias cómo corrieron delante de los grises. Tomemos todos buena nota, porque cuando el exterminio se consume, las sabandijas intentarán escabullirse entre los escombros.

Por lo visto, ha resucitado la kale borroka: ¡ahora con virutas de yihadismo! Lo leo en la prensa decente, que anda asustadísima porque la chavalería dejó al pelotón velocípedo sin sus vueltecitas a la Cibeles. «Han inundado las calles de chinchetas y de cristales», denunció el alcalde, confiando en que la ONU desplegase a los cascos azules ante tamaña atrocidad. Mientras leen esta columna, súmense al minuto de silencio en recuerdo de las vallas caídas en combate.

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