Submarino amarillo

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Unos millonarios enlatados se han perdido en el mar. La agonía, a cuarto de millón. Menuda horterada bajar al Titanic y acabar como Bob Esponja. Gran conmoción en propios y ajenos: los grafistas preparando cuentas atrás a toda prisa, no hay que perder detalle de la asfixia. Ana Rosa anunció un programa especial («no me voy del plató hasta que saquen a Julen») sazonado con intervenciones magnánimas de Dani Alves. «Un divorcio duro», comenta Feijóo. «Tengo amigos cuarentones que se han sentido incómodos», declara el presidente.

El pecio. Medio mundo ha mandado rescatadores para recuperar el cachivache y el rojerío está indignadísimo: ¿cómo pueden desplegar tantísimos medios para rescatar a cuatro ricos mientras se deja morir cada día a miles de migrantes a los que se salvaría con mucho menos? Gran sorpresa, camaradas: el agua moja. Tampoco es que una cosa tenga mucho que ver con la otra, pero qué sabré yo. La falacia del falso dilema y la revolución en mantillas.

Si palma el empresario, ¿quién generará empleo? Menos mal que Soros se está quietecito. Para compensar, en Twitter se están haciendo chistes buenísimos con este Succession submarino. Los del minuto y resultado cianótico piden las sales: la gente no tiene educación, «conectamos con un forense; doctor, ¿qué le ocurre a un cuerpo cuando implosiona?». Más periodismo, sonido de tragaperras. Tras complicadísimas averiguaciones, traigo una conclusión de relumbrón: ningún chascarrillo mató a estos fulanos. ¡Sapristi! La culpa, a la temeridad.

Yo prepararía el telefilm: cuatro jovencitos en un garaje echan centavos en un tarro vacío de mantequilla de cacahuete. «Algún día, Jim, cumpliremos nuestro sueño». El que es pobre es porque quiere, etcétera. El que alquilaba el ataúd decía en una entrevista que el cacharro no está supervisado por nadie. Artefacto experimental, cágate lorito. «A mí el Estado no me dice lo que puedo o no puedo hacer», decía rascándose las sienes con un revólver. Como última contribución a la causa de la libertad, espero que le pasen la minuta de buzos y pilotos a los deudos. Imagina que los encuentran y le deben la vida a papá Estado: qué bochorno.

No soy uno de esos brillantes submarinólogos de la gran ciudad, pero diría que no puedes vender una actividad «de riesgo extremo» si de cuando en cuando no matas a nadie

No soy uno de esos brillantes submarinólogos de la gran ciudad, pero diría que no puedes vender una actividad «de riesgo extremo» si de cuando en cuando no matas a nadie. Recordemos la sabiduría del Tao: toda crisis es una oportunidad. El lunes sale a bolsa OceanGate 2. Paquete promocional: visita a los restos del Titanic con toppings de la expedición anterior. A más reventones, más paisaje: hay que rentabilizar los cadáveres, es lo que ellos hubiesen querido.

Esto es el comienzo, conste: el día menos pensado revienta un cohete cargado de plutócratas que querían ponerse en órbita. Elon Musk, calienta, que sales. Manda narices que el turismo de hiperlujo vaya a hacer más por la lucha de clases que todos los pistoleros de la mano negra.

Unos millonarios enlatados se han perdido en el mar. La agonía, a cuarto de millón. Menuda horterada bajar al Titanic y acabar como Bob Esponja. Gran conmoción en propios y ajenos: los grafistas preparando cuentas atrás a toda prisa, no hay que perder detalle de la asfixia. Ana Rosa anunció un programa especial («no me voy del plató hasta que saquen a Julen») sazonado con intervenciones magnánimas de Dani Alves. «Un divorcio duro», comenta Feijóo. «Tengo amigos cuarentones que se han sentido incómodos», declara el presidente.

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