No ponga un Koldo en su vida, pero si aparece…

No le demos vueltas: más pronto que tarde, el caso Koldo le costará la carrera política a José Luis Ábalos. Un Gobierno cuyo origen fue en 2018 una moción de censura tras la sentencia que condenó al Partido Popular como “partícipe a título lucrativo” de todo un entramado de corrupción institucional descubierto en el caso Gürtel no puede esperar a que los tiempos desesperantes de la Justicia aclaren hasta qué punto está contaminado. Si se demostrara que Ábalos tuviera algún conocimiento previo del cobro de comisiones por parte de su asesor Koldo García en la compra masiva de mascarillas en abril de 2020, tras el estallido de la pandemia, estaría acabado. Si no se hubiera enterado de nada mientras el tal Koldo utilizaba el nombre de Ábalos y el poder que este le había otorgado a la hora de hacer negocio privado con dinero público, también estaría políticamente acabado, por aquello de la responsabilidad in vigilando o la incapacidad de controlar la rectitud de su equipo más directo.

Lo ha insinuado este viernes la vicepresidenta María Jesús Montero: “Yo sé lo que yo haría” si estuviera en la situación de Ábalos. Le ha señalado la puerta de salida, por la que uno puede cruzar sin perder la dignidad o bien acaba cruzándola por obligación y marcado por la sospecha. Vamos a repetirlo aunque ya suene a tópico y mantra interesado o equidistante: ningún partido ni institución está exenta de que surja en su seno algún caso de corrupción. Lo que marca la diferencia entre un comportamiento ético que respeta el compromiso con el servicio público es la respuesta que cada partido, organización o cargo público da ante la aparición de una posible corrupción. Y hay que constatar que desde 2018 hasta ahora, ningún caso de corrupción ha salpicado a los Gobiernos de Pedro Sánchez, ni en solitario ni en coalición.

Me niego a asumir equidistancia alguna en este asunto: desde siempre, y por supuesto con errores de calado, la izquierda tiene en España un expediente de reacción más rápida, exigente y contundente que la derecha en la gestión de casos de corrupción en sus filas. Un repaso a la hemeroteca desde aquellos años noventa en que se destaparon múltiples tramas en el ya caduco gobierno del llamado felipismo recordará el desfile de dimisiones, ceses y encarcelamientos. Desde un ministro de Agricultura a otro de Interior o un Gobernador del Banco de España o un Director General de la Guardia Civil. Se dirá: ¡faltaría más! Con razón, porque sobraban los motivos. Pero ese mismo ejercicio de memoria nos llevará a concluir que el manual de instrucciones de la derecha ante la corrupción siempre se ha mostrado más laxo, flexible y permisivo. Hasta el punto de que, a día de hoy, nunca han asumido responsabilidad política alguna ni Mariano Rajoy por la Gürtel o la Kitchen o el espionaje y fábrica de desinformación de la llamada policía patriótica, ni Esperanza Aguirre por esa charca de ranas corruptas que durante años actuó bajo su mando en Madrid, ni por supuesto Isabel Díaz Ayuso por el hecho comprobado de que su hermano recibió una suculenta comisión precisamente por un contrato millonario de compra de mascarillas en las peores semanas de la pandemia. No hablo de responsabilidad judicial sino política. 

De modo que el Gobierno de Pedro Sánchez y el PSOE en el que milita y por cuyas listas es diputado José Luis Ábalos tiene la obligación de no dejar el más mínimo margen de duda en el ejercicio de transparencia y en la asunción preventiva de responsabilidad en el llamado caso Koldo. Es evidente que la derecha intenta apretar el botón del ventilador para confundir aún más al electorado y sumar al desgaste por la amnistía el que puede producir la sospecha de una actitud cómplice o permisiva ante la corrupción en el entorno de uno de sus dirigentes. Es una de las facturas que se pagan por entregarse al servicio público. Si tu mano derecha se dedica a utilizar su poder o el que tú le delegas para cobrar comisiones en adjudicaciones públicas e incrementar su patrimonio personal, tú asumes la responsabilidad que te toca aunque estés limpio como una patena respecto al código penal o el mercantil. Se trata del código ético, cuyo cumplimiento es prioritario en el ejercicio de la política y el servicio público.

Koldo, en realidad, sería un buen fichaje para ese club al que pertenecen los Luceños y Medinas, el hermano de la propia Ayuso o ese empresario que nada tenía que ver con el negocio sanitario pero que era amigo de la infancia de la presidenta de Madrid

Discrepo de quienes concluyen que un portero de club nocturno (sea eso lo que sea) no puede acabar dedicado a la política. A ver si ahora sólo pueden dedicarse al servicio público abogados, economistas y registradores de la propiedad. No es ese el problema. Lo que no se justifica es que Koldo García, con un currículum ya contaminado por otros motivos y comportamientos antes de llegar a la antesala del despacho del entonces ministro Ábalos acabe en el consejo de administración de Renfe o con poderes para negociar contratos millonarios. 

Levanten las alfombras y sigan todas las pistas para descubrir y castigar hasta el último eslabón de esa cadena que manejó más de cincuenta millones de euros en adjudicaciones. Y no se queden en la responsabilidad de algún político o algún asesor corrupto: sienten en el banquillo a los corruptores. El llamado caso Koldo no se explica sin el papel del empresario Juan Carlos Cueto en la sociedad Soluciones de Gestión y Apoyo a Empresas SL., como apuntaba en estas páginas Alicia Gutiérrez este mismo viernes (ver aquí). Suele ocurrir que los medios colocamos los focos en las corruptelas de los Koldos de turno, mientras el rastro de los empresarios que se llevan la cabeza del león se pierde en paraísos fiscales y sociedades extrañas.

La receta, por tanto, ante la crisis que afecta estos días a las filas socialistas consiste en no dilatar el ejercicio de transparencia absoluta y asunción de responsabilidad, al menos por una ignorancia imperdonable: si no sabes lo que hace tu mano derecha tienes un serio problema, te llames Aguirre o Ábalos. Que la señora Ayuso tenga la desfachatez de sacar a relucir el caso de su hermano comisionista para acusar al Gobierno en pleno y a su presidente sólo demuestra lo que ya sabíamos. El cuajo con el que la derecha gestiona la estrategia del calamar y la técnica del ventilador es insuperable (ver aquí). Koldo, en realidad, sería un buen fichaje para ese club al que pertenecen los Luceños y Medinas, el hermano de la propia Ayuso o ese empresario que nada tenía que ver con el negocio sanitario pero que era amigo de la infancia de la presidenta de Madrid (ver aquí). Eso sí, la justicia no vio nada ilegal en esas comisiones por impresentable que fuera un caso que le costó nada menos que la presidencia del PP a Pablo Casado (¡por denunciarlo!).

No caigamos una vez más en la trampa de esa coctelera en la que “todos son iguales”, ese mensaje letal que aleja aún más de la política a la ciudadanía y que sólo alegra precisamente a quienes más aprovechan el descrédito político para manejar el poder y desgastar la democracia. Cualquiera puede cruzarse con un Koldo o un Cueto, pero si mete la mano en la cartera de todos utilizando tu nombre, estás nominado.

 

P.D. Por cierto, cuando Díaz Ayuso sale de inmediato a aprovechar el caso Koldo no es por un ataque repentino de exigencia ética, sino porque esta presunta trama de corrupción le sirve para opacar su responsabilidad política por las muertes de 7.291 personas en las residencias madrileñas en marzo y abril de 2020. Hace unos días llegó a proclamar en la Asamblea de Madrid que esos mayores no se habrían salvado ”en ningún sitio” (ver aquí). Ha escalado un peldaño más en la ignominia, incluso ofrece la duda de si con esas palabras asume implícitamente lo que suponía dictar aquellos protocolos que prohibían trasladar a hospitales a los mayores. Mucho más conveniente hablar de Koldo, dónde va a parar.

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