@cibermonfi

La tentación de irse a la playa

Supongo que terminaré votando en las elecciones municipales y autonómicas del próximo mayo, aunque no les oculto que ahora mismo me siento muy tentado por la abstención. Una voz interior me dice que, en materia electoral, la abstención es el único instrumento que tengo para expresar mi hartazgo con la gran mayoría de líderes y lideresas de los partidos y las plataformas que se llaman progresistas. Mi hartazgo por su ánimo fratricida, su afición a apuñalar por la espalda al compañero, su permanente coartada para aquello que solo es conspiración para satisfacer su egolatría dividiendo lo que estaba milagrosamente unido, su mesiánica convicción en que él o ella –en esta materia parece haberse conseguido la plena igualdad de géneros– son insustituibles. Todo eso que con frecuencia he llamado la pasión de la izquierda española por el fraccionalismo del Frente Popular de Judea.

Ustedes pueden poner los nombres que deseen a los comportamientos que acabo de escribir. Yo prefiero mencionar los pecados y no los pecadores, pero tengan la seguridad de que en mi lista privada entran todos aquellos en los que ustedes están pensando –del PSOE, de Podemos, de Izquierda Unida y de los demás–, y también sus rivales. No pienso malgastar un ápice de mis escasas energías discutiendo con nadie sobre si Fulano tiene más culpa que Mengano o viceversa. Estoy hasta las narices de casi todos y todas. Justo en el momento en que se hacía imperiosa la necesidad de unidad de los progresistas ante el empuje nacional y global de la derecha y la ultraderecha, van y se enzarzan de nuevo en riñas conyugales.

Que no nos vengan algunos listillos con milongas: tales riñas no suman, solo restan. Las querellas de familia provocan un gran desaliento en el campo progresista, y ese desaliento suele traducirse en abstencionismo ante las urnas. Está en la naturaleza de la gente de izquierdas ser más exigente con sus líderes y partidos, más crítica con sus errores, más irritable con sus divisiones, y también más proclive a castigarlos melancólicamente negándose a acudir a las urnas.

No es el caso de los conservadores y los reaccionarios. Ahora los españoles de derechas son felices porque tienen tres ofertas a la hora de votar. Según sean más o menos fachas, pueden escoger entre Vox, PP y Ciudadanos. Esto, como se ha visto en Andalucía, no les desmotiva, más bien al contrario. En primer lugar, la gente de derechas siempre vota, aunque tenga que escaparse del convento de clausura o ser transportada en silla de ruedas al colegio electoral.  Y en segundo, sabe que sus tres partidos se entenderán cuando sea preciso; son primos hermanos, defienden los mismos intereses y no desperdician una ocasión de conquistar el poder político por un asunto de matices.

Dicen las últimas encuestas que el PSOE subiría algo en los próximos comicios, pero sin recuperar, ni muchísimo menos, el chorro de votos que perderían Unidos Podemos y la retahíla de mareas, confluencias, plataformas y alegres candidaturas personalistas. Para contento de Felipe y Susana, el PSOE solo tendría la posibilidad de gobernar intentando de nuevo matrimonios de conveniencia con Ciudadanos. Y este sería el escenario menos espeluznante, porque lo más probable es que el Trifachito cosechara en mayo nuevos ayuntamientos y comunidades y, luego, también llegara a La Moncloa.

Les hablé antes de que una voz interior me pide que castigue con la abstención a las izquierdas cainitas, que les exprese con un sonoro silencio electoral lo empachado que estoy de sus gilipolleces cuando están en la oposición y de sus traiciones cuando llegan al poder. Pero no se preocupen, otra voz me dice que, venga, ve a votar una vez más, quizá la última. Al menos para que no te reproches a ti mismo no haber intentado oponer una papeleta a los émulos de Trump y Bolsonaro.

De acuerdo, le digo a mi segunda voz interior. Pero con una condición, la que expresó aquí mismo Jesús Maraña hace pocos días: que aquel partido, plataforma, confluencia, marea, líder o lideresa a la que votes haya anunciado de antemano, y de modo explícito, que, si los resultados lo permiten, intentará formar una mayoría de gobierno con las otras fuerzas de izquierda. Bajo el principio de todos unidos en torno al que llegue el primero en la carrera. O eso o igual me voy a la playa.

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