Hay que reconocer que Feijóo tiene a veces buenas ideas. La ocurrencia del registro de pirómanos sería fantástica si en lugar de incendiarios se crea un Registro Nacional de Impresentables, para tenerlos identificados y evitar que sigan haciendo daño, con lamentables consecuencias. No hay día sin que un inútil intoxique más que el humo de los incendios y otros tantos salgan a defender su inacción.
Con la lógica indignación de los bomberos forestales y los distintos servicios de emergencias que han participado en sofocar los incendios, la reentré ha llegado, estrenando temporada el señor que debería encabezar el registro de impresentables. Para desviar la atención de la nefasta gestión de los barones del PP mientras España ardía, pidió al Rey que no acudiera a la apertura del año judicial, tratando de crear un fuego institucional al más alto nivel. Dando a entender que Felipe VI sería cómplice del Gobierno democrático de Pedro Sánchez si presidía el acto. Y todo porque un juez, sin base sólida para encausar al Fiscal General del Estado, ha servido de brazo ejecutor a Miguel Ángel Rodríguez, convirtiendo al defraudador confeso y novio de Ayuso en víctima del fiscal.
Desde que algunos jueces se han quitado las caretas, da gusto verles en acción. Un auténtico remake de los tiempos de la dictadura
La realidad es que Feijóo se quedó solo en el plante al Rey. Nadie le echó de menos. Y encima resultó desdibujado en el acto de Ayuso al que acudió de segundón, eclipsado por la presidenta, que se comportó como la maestra que felicita al alumno por haber recitado bien la lección que le enseñó. En el acto, todo transcurrió según lo previsto, el Fiscal General defendiendo su presencia y la presidenta del CGPJ, Isabel Perelló, blandiendo la balanza de la Justicia con discurso idéntico al de la derecha sobre el sacrosanto criterio de los jueces y una supuesta independencia que hay que respetar, porque ellos tienen derecho a manifestarse contra el Gobierno y criticarle en distintos foros, pero son intocables. La advertencia final le valdría un lugar de honor en el Registro de Impresentables: “A pesar de las descalificaciones, el Poder Judicial no va a desviarse de su camino de rectitud”. Vamos, que seguirán por la senda de rectificar lo que no se logró en las urnas.
En esta espiral de impresentables, un señor con pinta de haber escapado de La escopeta nacional o del cómic Martinez el facha ridiculizaba el jueves pasado en el Congreso a las personas que deciden cambiar de sexo y las leyes de violencia de género de paso, invitado por Vox. Su intervención fue tan loca, que lo veías claramente disfrazado de mujer diciendo “Soy mujer, me llamo Francisca Javiera y soy mujer”. Puede que este ex magistrado del Supremo y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos se imagine a sí mismo travestido, de ahí la obsesión rijosa que manifestó de colarse en los vestuarios femeninos cambiando de identidad a su antojo. Hasta los diputados de Vox que le habían invitado se quedaron sorprendidos. Desde que algunos jueces se han quitado las caretas, da gusto verles en acción. Un auténtico remake de los tiempos de la dictadura.
Ya no se lleva guardar las apariencias, eso que durante años se le ha dado tan bien a los que justo ahora presumen de expresarse sin filtros por muy salvajes que sean sus postulados. La moda es acusar a los mal llamados Menas de provocar los incendios, porque corre el rumor, por ejemplo. Cuando ves a Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Sam Altman (Open AI) o Sundar Pichai (Google) escenificar el reverencial agradecimiento a Trump sentados en la misma mesa esta semana pasada, se entiende mejor la propagación de las mentiras que están propiciando el veloz avance de la ultraderecha en el mundo.
Hay que reconocer que Feijóo tiene a veces buenas ideas. La ocurrencia del registro de pirómanos sería fantástica si en lugar de incendiarios se crea un Registro Nacional de Impresentables, para tenerlos identificados y evitar que sigan haciendo daño, con lamentables consecuencias. No hay día sin que un inútil intoxique más que el humo de los incendios y otros tantos salgan a defender su inacción.