“Confesiones” de un rey Clara Ramas San Miguel
Zapatero
Revisada la hoja de servicios del presidente Zapatero resulta risible el retrato que se hace de él como un peligroso bolivariano amigo de dictadores y terroristas. Como recuerdan una decena larga de profesores y especialistas en La democracia y sus derechos, recién publicado y presentado en el Ateneo de Madrid esta semana, fue Zapatero quien trajo a España, situándola en la vanguardia mundial, derechos nuevos de ciudadanía, esos que dan alma y cuerpo a un país decente, una palabra –la decencia– que se ha puesto más recientemente de moda como aspiración colectiva y que él fue de los primeros en utilizar.
La España decente que su Gobierno imaginaba promovió el reconocimiento de los derechos de las minorías, el matrimonio homosexual, la protección integral contra la violencia machista, el avance en la igualdad plena de mujeres y hombres, el cuidado de las personas dependientes, el reconocimiento de la España represaliada y humillada tras el golpe de Estado franquista, la guerra y la dictadura. Aunque al lado de esos avances parezcan asuntos menores, también dotó al parlamento de competencias nuevas, por ejemplo en lo que respecta a la autorización previa de intervenciones militares en el exterior o el nombramiento del presidente de la radiotelevisión pública nacional. El mismo presidente nos sacó de una guerra ominosa de la que todos terminaron saliendo más tarde y acabó con ETA enfrentando mientras una oposición violenta del Partido Popular, acaso solo superada en virulencia por la que sufre ahora Pedro Sánchez. Los que tenemos más de 40 años recordamos a los obispos en las calles, a aquellos “peones negros” en la Puerta del Sol, las sesiones de control brutales, los insultos despiadados, las trompetas del Apocalipsis que anunciaban la destrucción de España y la muerte de la familia. No solo no se cumplieron los penosos augurios, sino que los gobiernos conservadores siguientes, aupados sobre la ola de una brutal recesión económica mundial, no derogaron ni enmendaron ni una sola de las iniciativas progresistas promovidas por los socialistas. Ni una: ni siquiera se atrevieron los conservadores a detener ese supuesto “crimen” que atribuyen a la interrupción voluntaria del embarazo, reformada también bajo el liderazgo de Zapatero.
Pues bien: resulta que Zapatero, el otrora amigo de terroristas y traidor de los muertos, ahora es un cómplice del dictador Nicolás Maduro. Para González Pons, en la más lunática de las acusaciones que se han perpetrado en los últimos días, Zapatero es “el urdidor” de un “golpe de Estado” que se ha producido en Venezuela gracias al Gobierno de Sánchez. Está visto que la astracanada y el delirio siguen siendo rasgos entre algunos de los dirigentes del PP.
Es literalmente absurdo acusar a Zapatero o al Gobierno español de traición y de complicidad con Maduro
Reproduzco aquí la reducción al absurdo que ha hecho el periodista y consultor venezolano Jesús Seguías en X. Todos los líderes opositores, incluida María Corina Machado, han reconocido y alabado tanto el sacrificio de Edmundo González como candidato a la presidencia de Venezuela como su decisión voluntaria de refugiarse en España por la implacable persecución del perdedor gobernante. Porque “afuera de Venezuela es más útil que adentro bajo las actuales circunstancias de intenso acoso y represión”. Estaba claro que de no haberse marchado o de no haber pasado a la clandestinidad, a Edmundo lo habrían encarcelado: ya pesaba sobre él la tercera orden de presentarse ante las autoridades venezolanas, acusado miserablemente de los más graves delitos. González decidió marcharse, como hicieron antes otros muchos líderes de la oposición democrática venezolana. Nadie podía exigir a un diplomático y escritor jubilado de cierta edad entregarse para ser de inmediato encarcelado. Lo hizo en circunstancias parecidas Leopoldo López, mucho más joven, y se le encerró en la prisión militar de Ramo Verde. Fue el propio Zapatero, por cierto, quien medió para su liberación. Edmundo González también podría haberse refugiado en alguna embajada por meses o años, como decidieron otros. Su decisión última de marchar para España recibió, repito, el beneplácito inmediato de los líderes políticos venezolanos ganadores de las elecciones presidenciales.
Por eso es literalmente absurdo acusar a Zapatero o al Gobierno español de traición y de complicidad con Maduro. Zapatero, Sánchez y Albares han hecho lo que tenían que hacer: facilitar el refugio en España, como tantas otras veces, a los líderes de la oposición venezolana. A ningún exiliado político se le ocurriría buscar acomodo en un país que fuera cómplice de sus opresores. Es tan ridículo que resulta cómico. También están haciendo el Gobierno español y Zapatero el papel que conviene a España y a Venezuela en las actuales circunstancias: dar un margen para que en enero tome posesión quien sin duda ganó: Edmundo González. Pero para tal cosa es necesario que el régimen que de hecho controla por completo el país asuma la derrota y tenga unas condiciones “seguras” de salida. Es complicado que suceda, pero la presión internacional sería clave, como lo sería el mantenimiento de la activación de la ciudadanía venezolana, cada día más difícil de prolongar. Si no siente esa presión interna y externa para marcharse como han dictado las urnas, el régimen se encastillará y Venezuela será un régimen aún más autoritario e inexpugnable.
Yo comprendo la impaciencia de los legítimos ganadores de las elecciones tras décadas de resistencia bajo la bota autoritaria de Chávez y Maduro, dictadores de nuevo cuño. Siento sin embargo que no aciertan al acercarse tan íntimamente al Partido Popular, entrando en el juego de sus cuitas nacionales y de su férrea deslegitimación de Sánchez. Permitir que el PP haga un uso partidario y destructivo de la delicada posición mediadora y prudente del Gobierno español es errar en la estrategia para el desalojo de Maduro. Menos justificable me parece la posición del PP, que queriendo aparentemente ayudar a los representantes venezolanos que han ganado las elecciones, y utilizando espuriamente la moderación del Gobierno de Sánchez, están permitiendo que Maduro acuse a Edmundo y a María Corina Machado de ser peligrosos activistas de extrema derecha, lo que sin duda no son.
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