Deseando debatir sobre la amnistía

Que la política tiene mucho de representación y teatro es una obviedad, pero hay veces que la dosis es tal que tapa la realidad, o al menos dificulta verla. Desde el 23J estamos asistiendo a un proceso in crescendo de teatralización que se alarga en el tiempo y crece en intensidad.

Tras el verano, el mes de impasse hasta la celebración de la primera votación de investidura y finalmente el encargo del Rey a Pedro Sánchez para formar gobierno, toca ya ir dejando ver las posiciones que legitimen cada paso en dos escenarios: el del acuerdo del PSOE con las fuerzas independentistas o el de la repetición electoral.

Como todo en la vida, es clave acertar con la dosis y la medida. Que las fuerzas independentistas tienen reivindicaciones claras como la amnistía y el referéndum es conocido, pero, ¿es creíble que su voto a la investidura dependa de un referéndum? Máxime cuando en la resolución pactada se utiliza una fórmula tan ambigua como "se compromete a trabajar para hacer efectivas las condiciones para celebrar un referéndum de autodeterminación”. Algo parecido a lo que hace el Consell de la República Catalana al plantear una consulta a sus bases para preguntar: “¿El Consell de la República debe promover el bloqueo a la investidura del presidente del Estado español por parte de los partidos independentistas catalanes?” Semejante interrogante puede interpretarse o bien como la petición de un cheque en blanco para negociar, o bien como una maniobra para reclamar protagonismo de un Consell que nadie sabe exactamente qué ascendente tiene.

Esta teatralización es más intensa de lo que cabría esperar porque el debate público se está produciendo en abstracto. Si se sigue la opinión de destacados constitucionalistas, la discusión sobre la amnistía no es jurídica –aquí Xavier Vidal Foch analiza hasta 22 sentencias en que el Tribunal Constitucional ha respaldado distintas amnistías–, sino política. Y es en ese terreno de juego en el que debe darse. Ahora bien, ¿de qué amnistía estamos hablando? Porque no es lo mismo hacer tabula rasa y meter allí a todo aquel que haya tenido causas con la justicia relacionadas con el conflicto político desde el 2013, que distinguir entre quienes quemaron contenedores o pusieron lazos amarillos en sus ayuntamientos frente a quienes fueron juzgados y pagaron con años de cárcel, o quien declaró la independencia, la dejó en suspenso y huyó.

Amnistías ha habido muchas en la historia. Como recuerda en este trabajo el periodista Xosé Hermida, desde la primera en el 403 A. C. en Atenas que documenta Guillermo Altares en Los silencios de la libertad (Tusquets), hasta las 289 entre 1990 y 2016 vinculadas a acuerdos de paz o fin de conflictos que recoge la jurista Louise Mallinder. Para comprender su alcance, sentido y variedades, el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Córdoba Manuel Torres Aguilar publicó a principios de año Historia del indulto y la amnistía: de los Borbones a Franco (Tecnos).

La discusión sobre la amnistía, clave para la investidura de Pedro Sánchez y la conformación de un gobierno progresista con el apoyo de los nacionalistas, no puede darse en abstracto, porque lleva la política al terreno de la moralidad, donde los argumentos se construyen sobre principios irrenunciables. Amnistía por principio sí, para superar el conflicto; o amnistía por principio no, para evitar la impunidad. El debate debe salir de ahí para situarse en el plano de la política, es decir, del poder, y desde allí, discutir sobre si la medida concreta, con límites definidos y términos precisos, ayuda o no a un acuerdo en Cataluña y con Cataluña.

La discusión sobre la amnistía no puede darse en abstracto, porque lleva la política al terreno de la moralidad, donde los argumentos se construyen sobre principios irrenunciables

La sociedad española debe abordar este debate sobre la base de una propuesta concreta que permita analizar si, en efecto, la amnistía puede ayudar a superar uno de los momentos más aciagos de esta etapa democrática española, si ofrece garantías para avanzar en una mejor convivencia –fin último de la política–, o si simplemente es una huida hacia adelante sin saber exactamente a dónde llegar. Así estamos: deseando conocer la propuesta para empezar a debatir.

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