Muros sin Fronteras

El negocio de la indignación permanente

Ramón Lobo

Vivo en un país en el que una parte de la clase política necesita estar siempre indignada, sobre lo que sea y contra quien sea. Lo esencial es no perder un grado de combustión. Hay miedo a parecer un dirigente de la derechita cobarde, un independentista laxo o un izquierdista vendido. Supongo que más allá de sus declaraciones permanentemente indignadas habrá recesos para cuidar el corazón, evacuar aguas mayores, ventosear a discreción, ver los programas basura de televisión o alabar a un rival por lo bajini, sin que nadie les oiga. Trump no es el único impostor que vive en un reality show.

El fútbol no entra en el capítulo de los asuntos normales porque suele ser, y más ahora con el VAR, fuente de gran indignación. El hooliganismo balompédico se ha trasladado a la política y a una parte del periodismo, sea el deportivo o del otro. Los periodistas tendemos a ejercer el rol de barra brava de un equipo-partido, pero disfrazados de árbitros. A algunos se les nota más que a otros. Vivir de la indignación es rentable para los que no saben hacer periodismo.

Nos falta empatía, nos sobra estupidez.

David Jiménez, ex director de El Mundo y autor del libro El Director (Libros del KO) que levantó ampollas en la profesión, lo explicó hace unos días en un artículo publicado en The New York Times. Relacionaba el impacto de la segunda ola del covid-19 en España con la incapacidad de compromiso de nuestros políticos, enfangados en el juego a corto plazo, convencidos de que ese tacticismo se llama estrategia.

El deterioro del debate político, reducido a un griterío entre fanáticos sin cerebro, es el eje del libro La luz que se apaga (Debate) de Ivan Krastev. Esta entrevista realizada por Ana Carbajosa es un excelente aperitivo: "Pasamos de la república de los ciudadanos a una república de fans".

Una parte de la ciudadanía, que antes vivía en un mundo aparte, el llamado real, ha empezado a indignarse por cualquier minucia. Es capaz de enfadarse por asuntos opuestos, es decir, por esto y su contrario, porque el Gobierno nos confina y porque el Gobierno no nos confina. Los italianos, siempre astutos, inventaron el piove, porco governo. El objetivo no es la coherencia, sino participar en el enfado colectivo. Desde la irritación sentimos pertenencia.

Las redes sociales son las venas de la sociedad tecnológica. No ayudan a mejorar el debate de las ideas, sino a suplantarlas por supercherías. Con la distribución incontrolada de toxicidad están poniendo en peligro los cimientos de la democracia. Prima la ley del más fuerte, que suele ser la ley del más rico. Generan, agitan y esparcen indignación, odio y desprecio a la verdad. El debate intelectual está en manos de algoritmos cuya función es simplificar lo complejo. Es una sociedad infantilizada y acrítica. No dejen de ver el documental The Social Dilemma The Social Dilemma(Netflix).

Me he sumergido en los dos primeros capítulos de Patria, mini serie de HBO basada en la novela de Fernando Aramburu. Recuerdo las muestras de indignación política que provocó el cartel publicitario. Muchos de los que anunciaron su baja de HBO ni siquiera estaban suscritos porque la cultura casa mal con el grito. Son más bien de 13TV. Dijeron que igualaba a una víctima de ETA con un etarra torturado. ¿No hubo acaso torturas? ¿No existió un cuartel de Intxaurrondo con el coronel Galindo al mando? Todo forma parte de una misma realidad compleja en la que las víctimas no dejan de serlo: tampoco, sus asesinos.

Ya no se escucha el ruido indignado de los Pablo Casado y su claque mediática. El objetivo no es abrir o cerrar un debate cualquiera, sino mantener la presión indignada. Sucede con todo lo relacionado con la Monarquía. La Corona parece el vértice de una forma anormal de hacer política y negocios. Es algo que no beneficia al rey.

Los monárquicos desmedidos, los pelotas y oportunistas son el principal enemigo de Felipe VI, mientras que los líderes de Podemos están empeñados en apuntalarle en el trono. Nos falta paciencia china y jugar al ajedrez. No vemos el largo plazo. Los políticos indignados siempre han preferido el póker y si se sienten mucho españoles, el mus.

Isabel Díaz Ayuso es la actriz elegida por Pablo Casado para ejercer de presidenta indignada de la Comunidad de Madrid. Llevado por un arrebato, el líder del PP unió su suerte política a la de IDA, al declarar que era el ejemplo de lo que el PP quería para España. Ahora está atrapado en sus palabras.

La indignación permanente contra el Gobierno, lo único que sabe hacer, no le ha permitido contratar los rastreadores comprometidos para pasar de fase, ni reforzar la sanidad pública ni mejorar la atención primaria. Tampoco le ha dejado tiempo para decir la verdad. Viaja subida a un caballo desbocado que responde por las siglas MAR. Es una misión suicida en la que solo mueren pacientes de Covid. Quiere que la intervengan para volver a acusar a Pedro Sánchez de comunista bolivariano. IDA está a un paso de inaugurar una franquicia española de la secta estadounidense QAnon.

El Gobierno de Sánchez también está indignado, pero lo disimula mejor. Debe de ser obra del gurú Iván Redondo. Harto de las críticas del tándem Casado-IDA, Moncloa ha decidido dejar a la presidenta de Madrid que se queme en su propia hoguera. Es una competición de la gallina que se libra en la salud de todos los madrileños.

El PP ha tratado de disimular la incompetencia de su actriz en un griterío que acusa a toda la izquierda de ser parte de una conspiración ideológica contra IDA. Es curioso porque no existen los mismos problemas con otras Comunidades gobernadas por el PP pese a que nadie, más allá de Asturias, lo está haciendo bien.

Vallecas es el primer brote verde de una ciudadanía cansada de tanta pantomima e ineptitud. Aún no es Portland, pero todo se andará.

PD: ¿Por qué llamamos distancia social a la distancia física de seguridad? Distancia social es la que hay entre los ricos que no pagan impuestos y los panolis que los pagan todos.

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