Verónica Forqué, yo quería tu abrigo

Yo quería tu abrigo negro y tu boina. Y quería tus ojos y quería tu sonrisa. Yo quería tu voz y tu forma de hablar. Yo te quería a ti mucho antes de conocerte, mucho antes de poder decírtelo a la cara aquella tarde tan fría en Madrid.

La primera vez que te recuerdo, con toda claridad, ibas vestida de criada de buena familia. En aquel Madrid de los años 70 tú eras Vito, el personaje que escribió Delibes, el que Mercero llevó al cine, la “chica” que trabajaba en “la casa bien”, la cómplice incondicional de un príncipe de tres años, recién destronado, que abrazado a tu delantal se sentía rey.

Y tal y como te quería aquel niño en la ficción, empecé a quererte yo al otro lado de la pantalla. Aquel día, Verónica, entraste en mi vida como referente del cine, pero también como claro ejemplo del influjo que el arte, el talento y el trabajo de otros puede ejercer en nuestro ánimo. De cómo la luz ajena llega a iluminar la propia vida. 

Y al igual que el pequeño Quico te sentía más suya que a su madre en algunas secuencias, yo te sentía tan mía como siento a mis amigas. Inexplicable complicidad que traspasaba la pantalla y me llevaba a formar parte de la pandilla de todas las Verónicas: de Cristal, de Ana, de Chusa, de Pepa, de Kika, de Luci, de Gloria…

Y a cada una la quería por algo, o por todo. Por ese puzle emocional de ternura y humor, fragilidad y entereza, inocencia y sabiduría que completabas en cada personaje. Mujeres diferentes y un sello común a todas, la luminosidad de Verónica presente incluso en el dolor.

Yo quería tu voz y tu forma de hablar. Yo te quería a ti mucho antes de conocerte, mucho antes de poder decírtelo a la cara aquella tarde tan fría en Madrid

Un 13 de diciembre de 2016, la vida nos unió en un acto de “Héroes de cuatro patas”, perros de trabajo jubilados a los que Rosa Chamorro y su gente buscan hogar.

Aquella tarde pude decirte, por fin, lo mucho que te quería antes de conocerte, sin tú saberlo. Y me contaste que tú te reías conmigo antes de conocerme, sin saberlo yo. Y aquella complicidad que siempre había traspasado la pantalla era la misma sentada a tu lado. Allí estábamos las dos riéndonos, comentándolo todo, la radio, el cine, los perros, la vida, lo bonito que era tu abrigo… yo quería uno igual.

Cuando acabó el evento salimos juntas, compartimos taxi y te dejé en la puerta del Zara cubano, tenías una cena. Nos despedimos como dos amigas de siempre y nos dimos los teléfonos con el deseo de volver a vernos alguna otra vez…

Aquella otra vez nunca llegó, la vida está llena de vacíos. Aunque yo me quedé tranquila, había tenido la oportunidad de darte las gracias por haber iluminado mi vida desde niña con tu talento y tu trabajo. Cinco años y un día después, se apagó tu luz.

Pero en el cine, cuando la sala queda a oscuras, la realidad desaparece. Entonces la ficción toma el poder y vuelve a iluminarlo todo. Y ahí seguiré yo, Verónica, contigo y con todas ellas: con Cristal, con Ana, con Chusa, con Pepa, con Kika, con Luci, con Gloria, haciendo eso que hacen las amigas, reír a carcajadas y llorar a mares.

When you’re smiling

 

Yo quería tu abrigo negro y tu boina. Y quería tus ojos y quería tu sonrisa. Yo quería tu voz y tu forma de hablar. Yo te quería a ti mucho antes de conocerte, mucho antes de poder decírtelo a la cara aquella tarde tan fría en Madrid.

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