Las guerras y las crisis siempre las pierden los mismos y siempre las gana el dinero

Las guerras las gana el dinero y las crisis económicas los ricos. Que esa tragedia y ese drama no son cosas tan distintas lo demuestra el hecho de que tanto las primeras como las segundas las pierdan las y los de siempre. Así que mientras nos preguntamos si serán más fuertes las sanciones que le pone Occidente a Rusia por invadir Ucrania o las bombas que el matón del Kremlin lanza sobre militares y civiles, a nadie se le ocurre, al parecer, cuestionar si vale de algo mandar armas y apoyo humanitario a Kiev al mismo tiempo que se le sigue comprando gas a Moscú, lo que supone continuar financiando a los mismos que, en teoría, se quiere detener. Las sanciones tienen un límite, al parecer. Y, en cualquier caso, la duda se repite, ya la hemos tenido en otros tiempos a la hora de analizar el terrorismo yihadista, que te mata con los fusiles que compra gracias al dinero del petróleo que te vende. Los mismos combustibles que mueven el mundo lo envenenan, en todos los sentidos, pero eso no hace que la clase dirigente, en la política y en los negocios, apueste de verdad, sin medias tintas ni cortinas de humo, por las energías renovables que, entre otras cosas, nos harían menos dependientes y nos librarían de malas compañías. Los beneficios son demasiado jugosos y hay mucha gente a sueldo de los dueños de la caja fuerte. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que a Putin, dejando aparte su sueño expansionista, le interesa un planeta inestable, porque eso multiplica el precio del gas y el petróleo. Así mata dos pájaros de un tiro.

Las sociedades modernas, gobernadas con mano de hierro por oligarquías como esas élites a las que en estos momentos terribles quieren castigar con bloqueos, prohibiciones de visados y embargos de cuentas Estados Unidos y la Europa comunitaria, sólo que las nuestras, al parecer, son invisibles o no se quieren ver ni que se las vea, funcionan así: unos ganan y los demás pierden, pase lo que sea, estemos en la coyuntura que estemos y se comercie con lo que se comercie, da igual lanzallamas que vacunas, máscaras anti-gas que mascarillas. Porque la cuestión es que de un tiempo a esta parte vamos de un precipicio a otro, de las quiebras a las guerras y perdidos entre las ruinas que dejan unas y a otras, o ahora, también, por las arenas movedizas de pandemia, eso produce bancarrotas y catástrofes sin fin, y resulta que en los mismos lugares donde tanta gente se ve con el agua al cuello otros se hacen de oro y además los aplauden. ¿Lo explicamos, al menos a nivel local, con algunos números?

¿Por qué están muriendo ahora mismo mujeres, niños y hombres inocentes en Ucrania? ¿Por la patria? ¿Por defenderse de un individuo como Putin al que media humanidad le desea que acabe en el Tribunal de La Haya y la otra media en el congelador de Gadafi?

La cúpula del Ibex ha ganado en un año tan duro para tantas personas como fue 2021 ni más ni menos que doscientos noventa millones de euros, un veinte por ciento más que el año anterior. Y el directivo mejor pagado ha sido el jefe de Iberdrola, que se echó al bolsillo trece millones doscientos mil, elevando sus ganancias más de un ocho por ciento. En su conjunto, mientras la oscuridad y el frío cercan a muchas y muchos ciudadanos, las compañías eléctricas ganan en España dieciocho millones al día. A pesar de todo ello, resulta que oyes una y otra vez a determinados analistas que eso no tiene absolutamente nada que ver con que la luz suba y suba y suba, hoy mismo hasta fulminar su marca histórica en España: quinientos cuarenta y cinco euros por megavatio hora. Pero ellos dicen que no, que lo que pasa es que la luz sube porque sube el gas. La famosa pescadilla que se muerde la cola. Sin embargo, ¿cómo es posible hacer esas cuentas y que les cuadren, si resulta que para producir nuestra luz usamos sólo un cinco por ciento de gas? Eso suena raro, lo mismo que el hecho de que, según los datos oficiales de Eurostat, los beneficios sobre ventas de las hidroeléctricas alemanas sean del cinco por ciento, la media europea del diez y la de nuestro país sea del dieciocho y medio. Es un saqueo.

Las noticias saltan de esto a lo otro, algunas se llevan los titulares y otras desaparecen como se ha evaporado la pandemia de la zona en conflicto y nadie la menciona a pie de foto, en esas imágenes de andenes inundados por multitudes que esperan con desesperación y sin protección alguna la llegada de un tren: a quién le importan la distancia social y las medidas sanitarias cuando lo persiguen tanques, granadas y ametralladoras. Pero que no nos hablen de víctimas colaterales igual que si las hubiera de otra clase, En una guerra, todas lo son; en el terreno moral, no lo es ninguna. ¿Por qué están muriendo ahora mismo mujeres, niños y hombres inocentes en las ciudades de Ucrania? ¿Por la patria? ¿Por un ideal? ¿Por defenderse de un individuo como Putin al que media humanidad le desea que acabe en el Tribunal de La Haya y la otra media en el congelador de Gadafi? No niego que esos sentimientos existan, somos animales viscerales. Pero la realidad es que están matándolos porque para quienes dan la orden del exterminio no valen nada, son apenas un obstáculo minúsculo en el camino hacia el poder. ¿Le están ya haciendo daño a Rusia las sanciones? Puede que sí, cuando para detener su masacre exige que se cumplan tres condiciones y la realidad es que dos de ellas ya casi se dan, la cesión de Crimea y la independencia de Donetsk y Lugansk, que la súper potencia controla con papeles o sin papeles. Pero, en cualquier caso, a quienes se ha llevado por delante este ataque brutal ya no les va a servir de nada. Al resto, nos queda la constatación de que no hemos aprendido nada, de que todas las eras están a un paso de volver a la Edad Media y, por añadidura, que estamos en manos de desalmados, cuando no de absolutos imbéciles. Putin a un lado, a otro Trump. En medio, los de siempre, los muertos de siempre.

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