Qué ven mis ojos

Imagina a Leonard Cohen cantando: primero la 'ley mordaza', luego la reforma laboral

No te quejes de que te prohíban el paso si la línea roja del suelo la has pintado tú

A menudo, la única forma de que deshacer un nudo sea tan fácil como hacerlo es cortar la cuerda. Si te entretienes en intentar soltarlo con las manos, el ahorcado se muere. Ahora que la pandemia de coronavirus que nos ha tenido secuestrados dos años parece que al fin empieza a dar síntomas de agotamiento, el actual Gobierno de coalición puede dedicarse también a otras cosas. La primera ha sido dar todos los pasos que hacen falta para echar atrás, por fin, gran parte de la Ley de Seguridad Ciudadana, que no se conoce como ley mordaza por casualidad. La segunda, aunque sea al tran-tran y forcejeando consigo mismo, será minimizar los daños, que fueron muchos, de la reforma laboral que llevó a cabo el Partido Popular cuando estaba en la Moncloa. Por suerte, esto no lo pueden bloquear desde la calle de Génova, igual que hacen con el Consejo General del Poder Judicial, y los límites de las reformas que lleven a cabo, en este territorio y en otros, PSOE y UP los marcarán ellos mismos, con la ayuda de sus socios parlamentarios de quita y pon. No será fácil, porque nunca lo es, menos aún en un país donde la derecha tiene altavoces por todas partes.

Es cierto que en España siempre parece más difícil hacer políticas de izquierdas que de derechas. Cuando el PP se hace con la vara de mando, inmediatamente toma decisiones tajantes en el terreno ideológico y en el económico, sin complejos, como alardeaba José María Aznar. Tanto que hasta un alcalde como el de Badalona puede irse de su cargo mediante una moción de censura, lanzando a los cuatro vientos juramentos de que regresará por la puerta grande y gracias a los votos que lo volverán a sentar en la silla que acaban de moverle. El problema es que ha aparecido en los papeles de Panamá y que tendrá que resolver, antes que nada, las sospechas que recaen sobre sus movimientos financieros. Y después, ya si eso, hablamos de volver y de lo que surja.

La ley mordaza ha sido una vulneración grave de los derechos de las personas en nuestro país, ha servido para prohibir defenderse de determinados abusos y, como suele ocurrir en ese espectro reaccionario, ha santificado a la autoridad por encima de la libertad. Aquí tenemos, por lo general, unos cuerpos de seguridad que no tienen nada que ver con lo que se ve en otros lugares, empezando por Estados Unidos, donde los agentes tienen el gatillo fácil y las víctimas de sus disparos y sus palizas se cuentan por miles cada año. Pero en todas las cestas de manzanas hay algunas podridas y quienes abusan de una fuerza que tienen la obligación de medir con cuidado: la diferencia entre un sistema totalitario y una democracia es que, en la segunda, cuando ves un policía te sientes protegido y, en la primera, te sientes amenazado. Algunos extremos de la regla impulsada por Rajoy y los suyos eran delirantes y eran también peligrosos: convertir en un delito, por ejemplo, que se haga una foto o se grabe a los antidisturbios en una manifestación ofrece más riesgos que ventajas. Y así tantas cosas.

Ahora viene, sin embargo, una gran batalla, que es la derogación, que no se producirá, o cambio, ya veremos si más o menos profundo, de la fatídica reforma laboral del PP. Que hay que hacer algo sólo lo puede negar quien gana mucho y paga poco en una España donde las diferencias laborales son abismales, donde los jóvenes no encuentran ocupación o tienen que aceptar sueldos miserables con los que es absolutamente imposible vivir. Los contratos basura son el pan nuestro de cada día. El despido ha sido prácticamente libre o con unas indemnizaciones paupérrimas. Y mientras tanto, muchas empresas han obtenido beneficios y sus consejos de administración se han repartido millones.

Cualquiera con un sentido mediano de la igualdad y la justicia tendría que escandalizarse por esta clase de desigualdad en la que los números azules son siempre para los mismos y los rojos también. No hay más que ver lo que ocurrió con los bancos: fueron rescatados con dinero público, no lo han devuelto, los peces grandes se han comido a los chicos y cuando se han hecho con las entidades más modestas y, sobre todo, con su clientela, han despedido a tres cuartas partes de sus plantillas y cerrado cientos de sucursales. El paro de toda esa gente, como es lógico, lo vuelve a pagar el Estado, igual que ha pagado los ERTE de la pandemia.

No se puede ser progresista y asustadizo, no se puede tener miedo a aquello que se combate. Por eso la gran prueba que tiene ante sí el gobierno PSOE-UP es la de pintar sus propias líneas rojas en el suelo, la de saber hasta dónde se atreve a avanzar. “Si no te atreves a ponerte a prueba, nunca sabrás lo extraordinario que puedes llegar a ser”, dice la poeta Maya Angelou. O si lo prefieren con música, podemos acordarnos de Leonard Cohen, que tenía una canción en la que se decía: “Primero tomamos Manhattan, ahora vamos a por Berlín”, e imaginárnosla con un pequeño cambio en la letra: “Primero fue la ley mordaza, luego la reforma laboral.” A mí me suena bien. Si me la ponen, la bailo.

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