Qué ven mis ojos

Ha llegado el centro-ultraderecha

"Un delincuente puede tener dos tipos de cómplices: los que vigilan y los que miran para otra parte"

"La verdad nunca se cuenta en horarios de oficina", dijo el escritor y gran jefe del periodismo gonzo Hunter S. Thompson, y hoy en día creerle resulta más fácil que nunca en un mundo en el que sólo parece existir una moral: la doble. Eso sirve para la política, donde ningún cargo público sale de casa sin llevar una vela para Dios y otra para el diablo, seguro de que enciendan la que enciendan los que van a quemarse son los demás, pero también para el resto de las cosas, porque la moral es como el agua, cuando baja el nivel, bajan todos los barcos, los trasatlánticos y las lanchas de goma. El periodismo es otra parte de la realidad, de hecho se supone que su función es contarla, pero hace mucho tiempo que los zombies a sueldo del neoliberalismo han entrado también en esa cabaña, de ese modo en que lo hacen ellos, no rompiendo a golpes las paredes de madera, sino comprándoles a los dueños la finca. Son cuatro pasos muy simples: primero, un canto de sirena; después, un crédito; luego, una crisis y para finalizar, un desahucio. O algo no se sabe si aún peor: una oferta a la vez inaceptable e irrechazable, como lo son, por desgracia, todas las que tiene que aceptar quien lo ha perdido todo.

El caso es que hay muchos indicios preocupantes, aquí y allá, injerencias de todo orden, accionistas con bandera, presiones sin fin… Un presidente del Gobierno reciente ha llegado al límite de ahorrarse los atajos y telefonear en persona a los dueños de un gran medio de comunicación para exigirles el despido de uno de sus reporteros, cuyas opiniones le resultaban incómodas. Ahora, la llegada de Vox y sus maneras de vaqueros del lejano Oeste, seguro que multiplica hasta el infinito el número de denuncias a quienes den informaciones que consideren perseguibles, algo relativamente fácil, al menos de poner en marcha, en un país donde existen en el Código Penal los delitos de ofensa religiosa, patriótica y demás.

El precio de que la banca siempre gane es que siempre pierdan los mismos

Es difícil ejercer la libertad cuando se está maniatado, y sin ella, no hay periodismo, al menos uno que se merezca ese nombre. Así que uno aplaude cada día a las y los compañeros que se tiran a la piscina para lo único que merece la pena hacerlo, nadar a contracorriente, y se enfrentan al Goliat del dinero, que se ha comprado las hondas y las piedras. El término periodismo amarillo proviene de un personaje de una tira cómica que llevaba una camiseta de ese color y por el que peleaban el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst, mientras sus periódicos luchaban también por ver quién era más sensacionalista de los dos. Alguien de la competencia les puso el sobrenombre que ha acompañado desde entonces a ese tipo de prensa dada a la exageración, y se detuvo a explicar por qué: “We called them Yellow because they are yellow”, un trabalenguas que recuerda que en inglés la otra acepción de la palabra amarillo es cobarde. Hoy el problema no es ese, no falta arrojo, ni vocación, ni talento, sino que sobra miedo, lo mismo en las empresas de comunicación que en todas las demás. Para eso se preparan los desplomes financieros, los estallidos de las burbujas y demás artimañas del poder que buscan justificar medidas como la reforma laboral del Partido Popular, que tanto sufrimiento y tanta bancarrota ha traído a España y que, sin embargo, muchas plumas, micrófonos y pantallas defienden a capa y espada, ante el anuncio de ciertas medidas del actual Gobierno para, al menos, suavizarla, lanzando advertencias de la ruina que eso acarrearía.

O está el asunto de las elecciones andaluzas, que demuestra que el noventa por ciento de lo que algunos defienden es elástico, porque un día dicen una cosa y el siguiente la cosa más opuesta posible a la anterior. Porque, ¿todo eso contra lo que clamaban contra los supuestos peligros para nuestra Constitución, ya no importa si los que proponen saltársela, por ejemplo al proponer desmontar el Estado de las autonomías, aparte de ser de los suyos le pueden dar el cargo de presidente? En la calle Génova tenían más cosas en B, no sólo el dinero, también la ideología, claro, eso ya se sospechaba. Como ejemplo fácil, de ahí salió y ahí vuelve el líder de Vox, por mucha pantomima que estén haciendo estos días. Pero hay demasiados artículos en los que no se habla de eso salvo lo imprescindible, ni de las opiniones de la nueva formación sobre las leyes de género, que ya empiezan a compartir Casado y los suyos, a la fuerza ahorcan, o igual ni eso. Y de lo que sí se habla es del gran triunfo que supone desalojar al PSOE de la Junta. Nadie niega que la alternancia es sana, pero ¿a qué precio? ¿Para ponerse en manos de quién?

Pero no nos preocupemos, todo tiene remedio, sólo hace falta un genio que arregle lo que se ha roto. Y eso, ya lo dijimos la semana pasada, está hecho: tenemos a Albert Rivera, que cómo no se iba a llamar igual que Einstein, si no ha inventado la teoría de la relatividad, pero sí el centro-ultraderecha. Sin problemas, le lavamos la cara, le cambiamos el nombre, se le blanquea un poco el discurso, y listo. Menos mal que había venido a regenerar la democracia española, porque si es así y parece que va a terminar ayudando a resucitar a la Falange, no queremos ni pensar lo que habría hecho si sus primeras intenciones hubieran sido menos tranquilizadoras. Claro que es reincidente, ya pactó con la ultraderecha en Europa, esto es sólo una repetición de la jugada. Y ese el problema pequeño: el grande es que tantos medios de comunicación estén ayudando a echar tierra sobre el asunto y a echarle un cable a esta operación de enmascaramiento que acabará en descarrilamiento. Primero había un aforismo periodístico que sostenía que si tu madre te decía que te quería, tu obligación era comprobarlo. Luego fue sustituido por otro que aconsejaba no permitir que la verdad estropease nunca una buena noticia. Pero es que estas no son buenas, son falsas.

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