Moreno gana porque lo llamamos Juanma

Si esto fuera un partido de tenis, los demás tendrían que subir a la red y felicitar al presidente electo de la Junta de Andalucía. Sus resultados de ayer sólo le pueden dejar lugar a la duda a quienes no los conozcan: su victoria ha sido un paseo y demuestra a las claras que, en estos momentos, la inmensa mayoría de las y los ciudadanos de la autonomía, al mismo tiempo confían en él y desconfían del resto de las candidaturas, porque en eso también se parecen la política y el deporte: si hay un ganador, hay uno o varios perdedores; si el triunfo es por goleada o, como en este caso, histórico, la derrota también. Los paños calientes, para las friegas.

El éxito de Juanma Moreno, cuyo primer logro es precisamente ese, ser conocido popularmente como “Juanma”, lo cual demuestra que su apuesta por la cercanía, el perfil bajo o llámese como se quiera, ha cumplido su objetivo, es un tres en uno: primero, la distancia sideral de votos que lo distancian del PSOE ha reducido a este, por eso de la perspectiva, al tamaño de una lagartija vista desde los ojos de un dinosaurio; segundo, ha dejado a la ultraderecha sin balas y sin vicepresidencia a su ridícula candidata disfrazada de flamenca de encima de la televisión, como si las y los andaluces fueran los indios de las películas de conquistadores a los que se les cambiaba el oro por unos espejitos. Y, tercero, ha mandado a Ciudadanos y a su líder regional, aquel que declaró en plena pandemia que quién le decía a él que haber contratado a dos mil o tres mil médicos más habría mejorado la asistencia sanitaria, al sitio que se han ganado él y su partido con sus piruetas ideológicas: la nada, el cero a la izquierda. Ya ha dimitido, pero no se notará mucho.

Una parte de esos escaños sobrevenidos o extra se los ha quitado el Partido Popular a los ultras y todos los demócratas lo celebramos

Parece bastante obvio, además, que Moreno no sólo ha pescado en las aguas de la derecha, sino también en las de la izquierda, donde puede que intentasen buscarle un rival clonado, otro hombre poco estridente, de modales amables y trato educado, caminante de la famosa senda hacia el centro, que al final ha demostrado con su hundimiento sin paliativos que la peor forma de pretender imponerte al rival es imitándolo, porque eso que tratas de calcar siempre lo va a hacer él mejor que tú. Es el abecé de la competición, pero hay quien no lo ha entendido. Los socialistas deberán ahora buscar con cuidado, andarse con pies de plomo por los desiertos de la oposición y no contentarse con la teoría autoindulgente de echarle la culpa de todo a la división de la izquierda, no vaya a ser que lo que ayer era un feudo y granero de sus intereses se convierta en un virreinato de los populares, que lo mismo que la alegría va por barrios, la ideología va por ciclos.

A Moreno le ha caído, es innegable, mucho voto útil, que es tan respetable como cualquier otro y, de hecho, tiene un valor añadido: quien te da su papeleta sin coincidir, al menos en gran medida, con tus ideas, se lo ha tenido que pensar mucho o estar muy enfadado con quienes, en principio, congenia, para haberse liado la manta a la cabeza e ido contra sus propias convicciones, en sentido opuesto a sí mismo. Una parte de esos escaños sobrevenidos o extra se los ha quitado el Partido Popular a los ultras y todos los demócratas lo celebramos. Ahora sólo queda que haga palpable la diferencia visible que tiene que existir entre estar en sus manos y obligado a ceder a sus exigencias, como ocurre en la comunidad e Madrid y, de forma escandalosa, en la de Castilla y León, y haberte librado de ellos como quien tira lastre para ganar altura. Eso se comprobará, o no, muy pronto.

El set y partido de Moreno, además, puede interpretarse de otra manera: es la demostración de que no hacen falta ni los histrionismos ni la radicalización de algunas y algunos de sus correligionarios, que en otras regiones bailan al son de Vox y no parece disgustarles en absoluto, sino todo lo contrario: se siguen el ritmo porque están en sintonía. Pero eso, lo repito, debe de ser demostrado de un modo innegable, y si así fuera, entonces quién sabe si estaríamos ante el principio del fin de la formación de extrema derecha, con sus lamentables dogmas, contrarios al sistema de convivencia que exige un Estado de Derecho. La más significada compañera de viaje de los ultras, cuyo modelo sigue y en ocasiones supera, Isabel Díaz Ayuso, ya ha marcado su territorio cuando le han hablado de un PP más centrado y otro más esquinado, el suyo: “No me moveré ni un milímetro.” La coherencia es la virtud de los fanáticos.

Más sobre este tema
stats