¿Y si las líneas rojas se las ponemos a la lengua, además de a los pies?

La crispación, la llamamos, y es un estado de histeria programada cuyo fin es que los gritos y las banderas no dejen ver lo que hay bajo el discurso propio ni oír el ajeno, a ver si alguien va a entender algo: a río revuelto, ganancia de pescadores. A veces, a la algarabía se le añaden algunas banderas que apelen a instintos básicos de identidad y pertenencia, y se lanzan proclamas nacionalistas que hablan de patrias rotas, constituciones traicionadas, autonomías que se van del país. Si el enemigo resiste, se echa un poco más de leña al fuego y se le pone el cartel de comunista a unos o el de terrorista a otros, porque mientras decir sandeces sea gratis, para qué se van a poner límites. Y cuando el orador o la oradora está en la franja más limitada de la mala educación, se recurre al insulto personal, que obviamente califica a quien lo hace, no a su víctima, y que nos hace preguntarnos qué máquina del tiempo habrá utilizado la o el cafre en cuestión para tele-transportarse a nuestra época desde su Edad Media. Hay trogloditas que se conservan muy bien: por ellos no pasan los siglos.

Un día, una ultraderechista machista con escaño, y lo escribo así para que la mezcla de ches y haches suene a chatarra, lanza sapos y culebras por la boca para demostrar, con su ataque soez a la ministra Irene Montero, que la sintonía de la oradora con la España de la Sección Femenina es digna de un reloj suizo. Y que eso, por supuesto, es lo que querrían de nuevo para España. Otro día, un periodista le pregunta al socialista Patxi López cómo es que el Gobierno ha puesto la Guardia Civil en manos de Bildu, y se queda tan ancho. La respuesta, que lo que se está haciendo es cumplir el Estatuto vigente, es una buena lección, que también podrían tratar de aprender quienes hacen demagogia con la Constitución y sólo se acuerdan de ella cuando truena, pero se la saltan cuando hablamos de los artículos referentes al derecho de todas y todos los ciudadanos a una Sanidad, una educación, un trabajo o una vivienda dignas. Pero las lecciones sólo las aprenden quienes estudian, no quienes copian en el examen al de al lado, que es lo que ocurre en nuestro debate público, que uno suelta el dislate y muchos lo repiten y amplifican: vivimos la edad de oro del bulo y su hermano moderno, el fake.

Cuando el orador o la oradora está en la franja más limitada de la mala educación, se recurre al insulto personal, que obviamente califica a quien lo hace, no a su víctima

Y luego está lo de adelantarse a los acontecimientos y poner el grito en el cielo para ver qué les cae en las manos. La que se ha montado con la ley a la que llamamos del sí es sí, donde cabe todo lo anteriormente escrito, y además en grado superlativo, porque se han alcanzado límites bochornosos. ¿Que el debate es posible y es necesario? Nadie en su sano juicio lo cuestionaría, dada la diferencia de criterios que muestra cada juez: por poner dos casos recientes, un día la Audiencia de Cantabria rebaja las penas a dos delincuentes sexuales que participaron en la violación de una mujer en un hostal de Santander y le bajan la condena de doce a siete años al autor material y de seis a cuatro al cooperador necesario; y otro día la Audiencia de Navarra acuerda que en ningún caso rebajará las penas impuestas a delincuentes sexuales si caben en la nueva ley y que sólo hay que revisar las máximas que excedan los límites en las nuevas horquillas. En resumen, que se desestimará la petición de rebaja de un año de cárcel que solicitó el abogado de uno de los integrantes de esa manada.

Pero de ahí a la avalancha de descalificaciones que se han lanzado a los cuatro vientos, hay un mundo: el que separa lo aceptable de lo inaceptable, lo que puede tener cabida en las instituciones y en la discusión política y lo que no debiese ocurrir nunca, porque las famosas líneas rojas también sería deseable ponérselas a la lengua, además de a los pies. Es necesario y es urgente, porque el efecto dominó funciona, lo que se escucha se repite y el nivel de violencia verbal es insufrible. Ojalá no hubiera tantos altavoces al servicio de quienes no tienen gran cosa que decir pero sí mucho veneno que echarle al agua. No brinden con eso, es pan para hoy y hambre para mañana.

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