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Primero tocan la trompeta del apocalipsis y luego le dan la vuelta y la usan para la ley del embudo

No todo vale, oímos decir a menudo a unos políticos de otros, resaltando la manera en que algunas y algunos se pasan de la raya, sacan los pies del tiesto o, como se dice ahora, cruzan líneas rojas que deberían ser respetadas. Lo contrario, que todo valga, es en muchos sentidos una negación de la propia democracia, que si de algo va es de ponerle normas y límites a la convivencia, para que los de siempre no se lleven lo de todos y además a cualquier precio, caiga quien caiga y lo que caiga, incluido el propio sistema. La lucha por el poder, sin embargo, está llena de golpes bajos y árbitros comprados, de manera que con frecuencia no gana el mejor, sino el más tramposo y no llega antes quien más corre, sino quien no se para ante nada.

Las ideologías no están de moda, igual se han muerto como, dicen que lo hicieron Dios, la novela y qué se yo cuantas cosas más, pero si no se han muerto tampoco están de parranda, sino que han sido suplantadas por términos vagamente filosóficos como el neoliberalismo, cuando no por argumentos utilitarios como la macroeconomía, que intenta hacerse pasar por una visión realista y práctica de estas sociedades entregadas a la religión que más gente practica en este mundo: la del dinero.

En España, a las mismas puertas de unas elecciones, los partidos entran en contradicción con sus propias consignas un día sí y otro día también; ya hemos visto lo que dice la actualidad, que sumar y vetar pueden ser verbos sinónimos, aunque parezcan lo contrario, y si lo analizamos un poco más en profundidad vemos que la humillación pública a Unidas Podemos deja claro que en ese terreno lo que conviene se hace suceder, por darle la vuelta a esa frase atribuida a Shakespeare. Y aún lleva más allá el mismo utilitarismo sin principios el hecho de que los líderes del Partido Popular se rasguen las banderas porque el Gobierno acepte un voto de Bildu en el parlamento de la nación, mientras ellos mismos los avalan en el del País Vasco o, en el colmo de la desfachatez, clamen contra el independentismo catalán que quiere romper España y tal y tal, al mismo tiempo que su formación va a propiciar que en Barcelona sea alcalde Trías, hombre del fugado Puigdemont, todo con tal de que no gobierne el PSC. Las líneas rojas a veces son azules.

En España, a las mismas puertas de unas elecciones, los partidos entran en contradicción con sus propias consignas un día sí y otro día también; ya hemos visto lo que dice la actualidad, que sumar y vetar pueden ser verbos sinónimos

El centro no existe, pero los medios sí, y muchos de ellos prestan sus altavoces al griterío que hace que se oiga más no al que más tiene que decir sino al que más chilla. Faltan matices y sobran atizadores. Y todos los guisos llevan sal gruesa. Y todas las reglas son exclusivamente para los demás. La socialista histórica Amparo Rubiales deja la presidencide a del PSOE de Sevilla tras llamar "judío nazi" a Bendodo, del PP. Bien, pero eso es poner alto el listón de la tolerancia al insulto para que luego se lo pasen por abajo personas tan relevantes como Isabel Díaz Ayuso, que llama de forma recurrente a Pedro Sánchez “filoetarra”  y amigo de terroristas. ¿Va a dimitir ella también? No lo verán los ojos de nadie, es lo que tiene la ley del embudo, que cuando le das la vuelta sirve de trompeta del apocalipsis y contribuye a incrementar la algarabía que hay quien quiere hacer pasar por un himno patriótico.

Las encuestas, por su parte, dicen que esto va a ser un paseo militar para Feijóo y los suyos. Viendo lo que ha pasado en la capital, uno ya se las cree. O, para ser más exactos, uno ya se lo cree todo. 

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