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“Te quitaré lo que más quieres”

Ángela González Carreño tuvo que huir con su hija Andrea, que sólo tenía 3 años, después de que su marido la agrediera a punta de cuchillo en la cocina. Cuatro años después, el padre -Felipe Rascón, que no se olvide nunca ese nombre- aprovechó una visita no vigilada para matar a la menor y después suicidarse. En ese momento, Ángela había interpuesto cincuenta y una denuncias alertando del riesgo que corrían tanto su hija como ella, pero sobre todo la niña. Que no la dejaran a solas con él, era su ruego. Nadie la tomó en serio. La justicia hizo oídos sordos, el sistema falló. Poco antes del crimen, el asesino de su hija le había escupido a la cara seis demoledoras palabras: “te quitaré lo que más quieres”.

Era 2003 y por aquel entonces todavía faltaba un año para que se aprobara la primera ley de violencia machista. Tampoco nadie había bautizado este tipo de violencia, la que se ejerce contra los hijos e hijas para hacer daño a la madre. Habría que esperar hasta 2015 para que a los menores se les empezaran a considerar víctimas directas y a 2021 para que la Ley de Infancia modificara el Código Civil y se pudiera decretar la suspensión del régimen de visitas en casos de violencia machista, como se explica aquí. Aunque esa misma norma introducía una excepción: los jueces podrían restablecer los encuentros si así lo consideraban para el bien del menor.

Tras el crimen de dos menores a manos de su padre este fin de semana en Almería, hay una pregunta que se repite: ¿cómo es posible que un hombre con una orden de alejamiento y con pulsera telemática pudiera pasar algunas horas cada fin de semana a solas con sus hijas? La Fiscalía se opuso a que se estableciera un régimen de visitas, pero fueron las partes las que acordaron lo contrario. Explicaba en esta entrevista Teresa Peramato, la Fiscal de la Sala Delegada de Violencia de Género, que quizá haya que revisar en profundidad el recurso del “mutuo acuerdo” en los casos de violencia machista. Sólo hay un culpable, y es el asesino. Pero si hay algo que hoy sabemos con certeza gracias al feminismo es que un maltratador nunca puede ser un buen padre, por eso la pregunta resulta obligada: ¿es coherente dejar en manos de la propia víctima, de por sí en una situación de extrema vulnerabilidad, la valoración del riesgo real al que se exponen ella y sus hijos? ¿Se puede considerar una decisión libre? Cuesta creerlo tras las informaciones que apuntan a que el padre de las menores asesinadas chantajeó a la madre asegurándole que podría volver a Rumanía, su país natal, si dejaba la red de acogida.

De poco servirán los avances legislativos si los procesos se enredan en interminables trámites burocráticos. O si la falta de perspectiva de género hace que sean los jueces con sesgos machistas los que decidan el peligro del padre maltratador

El juzgado también pudo oponerse al acuerdo, pero no lo hizo. A estas alturas resulta incuestionable la falta de medios y de perspectiva de género presentes en la judicatura. De poco servirán los avances legislativos si los procesos se enredan en interminables trámites burocráticos. O si la falta de especialización en igualdad hace que sean jueces con sesgos machistas los que no ven peligro en el padre maltratador. Son esos magistrados que no dudan en arrebatar a sus hijos a madres como Irune Costumero o María Salmerón alegando el falso Síndrome de Alienación Parental -prohibido en España precisamente por la Ley de Infancia- los que se muestran reacios a suspender las visitas cuando el padre es un maltratador. 

Es hora de dejar de hablar de fallos en el sistema como si fueran un fenómeno impredecible y ponerse manos a la obra para detectar las grietas que permiten estos crímenes. Hablemos de violencia vicaria, esa que se ejerce contra los hijos para hacer daño a las mujeres y que ni siquiera está recogida aún en el Código Penal. También es hora de poner el foco en los menores, de considerarlos sujetos, protagonistas de sus vidas. Consideremos un retroceso que las decisiones que atañen a su futuro las tomen profesionales sin perspectiva en derechos de la infancia y sin tener en cuenta las situaciones de violencia a las que están expuestos.

Cuando la hija de Ángela González fue asesinada por su padre, aún no había recuento de los menores a los que sus progenitores mataban. Después, José Bretón asesinó a los dos hijos de Ruth Ortiz. Ricardo Carrascosa asesinó a las hijas de Itziar Prats. David Oubel mató a las hijas de Rocío Vieitez. Tomás Gimeno a las de Beatriz Zimmerman. Son algunos de los casos más mediáticos, pero hay muchos más: desde 2013 han sido asesinados 54 menores por sus padres. Te quitaré lo que más quieres, le dijo el asesino de su hija a Ángela González. Seis palabras para demostrar que un maltratador nunca puede ser un buen padre.

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