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Sobre la salida del euro (réplica a Sánchez-Cuenca)

Carlos Closa

La lectura del excelente artículo de Sánchez-Cuenca sugiriendo, una vez más, la salida del euro me ha provocado una paradoja. Creo que la alternativa propuesta es errónea, pero sin embargo me gustaría que fuese cierta porque comparto las preferencias del autor: una devaluación provocaría una distribución más igualitaria de los costes del ajuste haciendo recaer más peso en los sectores de renta que no han sufrido los efectos de la crisis (fiscales, de ingreso y/o de empleo entre otros). Más aún, comparto con él que conviene un debate profundo e informado sobre una eventual salida del euro.

Sin embargo, creo que a partir de aquí la tesis de que una moneda independiente fuera del euro sería beneficiosa es errónea por varias razones. Para empezar, fuera del euro los costes de financiación de una deuda denominada en euros se dispararían, y el Estado estaría abocado a una suspensión de pagos.

Sánchez-Cuenca argumenta, en su segundo post, que esto no sería una catástrofe y que se recuperaría credibilidad frente a los deudores. No tengo argumentos para refutar esta afirmación (recuperación de la credibilidad) pero, aunque Sánchez-Cuenca alude a otros casos históricos, creo que estará de acuerdo conmigo en que el resultado final es desconocido y que, por lo tanto, entraña un riesgo. Argentina puede servir de ilustración para esa situación: una reducción de riqueza más brutal que la actual aunque, paradójicamente, menos perceptible internamente.

La segunda observación tiene que ver con la gestión de la política monetaria independiente. En teoría, fuera de la moneda única, la política monetaria seguiría las necesidades de la economía española y, entre ellos, contener la inflación (a menos que se siguiese también una política monetaria heterodoxa, cosa posible pero que, por economía del argumento, podemos descartar de momento).

En la práctica, la cuestión es, ¿cómo de autónoma frente al euro sería la política monetaria española? Después de una suspensión de pagos de deuda tan bestial como la que se produciría, los tipos reales en la nueva moneda tendrían que ser muy elevados, tanto para controlar las presiones inflacionistas inevitables como para recuperar la credibilidad y atraer financiación internacional. Y, como en el pasado, la autonomía en la fijación de los tipos de interés español estaría vinculada, en realidad, a la del BCE y el efecto sería, como en el pasado, tipos de interés ligeramente (en el mejor de los casos) o bastante superiores a la zona euro. Es decir, mayores costes de financiación.

Por otra parte, la crisis del año 92 ya demostró que un mecanismo de tipos estabilizado (que no fijo) no protege de las presiones monetarias internacionales y que estas pueden desembocar en devaluaciones. No hace falta repetir las lecciones de países que han recurrido sistemáticamente a la devaluación de sus monedas como medida de ajuste. Podría plantearse la cuestión: ¿Por qué un país debería comprometerse con un mecanismo de tipos de cambio más o menos estable?

La literatura mostró en su momento que una razón importante por la cual un gobierno de un país con una economía menos débil que la de digamos, Alemania, tiene incentivos para buscar estabilidad cambiaria como mecanismo para ganar credibilidad, es decir, asegurar a los inversores que los problemas de competitividad se solucionarán sin recurrir a devaluaciones, mediante intervenciones estructurales. De hecho, la misma ganancia de credibilidad puede decirse que es también una de la razones para la incorporación a la moneda única de las divisas periféricas.

En resumidas cuentas, la propuesta de Sánchez-Cuenca nos trae al escenario anterior a 1999, del que se salió con el euro. Cabe preguntarse por qué en ese escenario los problemas de política monetaria de la economía española iban a encontrar otro cauce diferente al adoptado en aquel momento, es decir, la incorporación al euro. Así pues, creo que el escenario que propone Sánchez-Cuenca es erróneo.

Y, sin embargo, me gustaría que fuese cierto (y esa es la paradoja). ¿Por qué me gustaría? Porque comparto su diagnóstico de que la gobernanza del euro y la política monetaria y fiscal europea debe rediseñarse teniendo en cuenta las necesidades de los estados periféricos o, por usar la terminología de Peter Hall, asumiendo las diferentes variedades de capitalismo de la zona euro y sus diferentes necesidades.

Sánchez-Cuenca cree que la amenaza de salida (el exit) sería un mecanismo para forzar una renegociación. Yo creo que, desafortunadamente, no. Primero, porque no es creíble, por las razones que he expuesto más arriba. Y una amenaza para ser efectiva, debe ser creíble. Pero, segundo, porque las posibilidades de afectar las preferencias de Alemania dependen, esencialmente, de que la salida del euro tuviese un impacto económico significativo para ese país.

Sánchez-Cuenca no atiende a este argumento y, de hecho, yo creo que los eventuales costes de una salida española (o coordinada periférica) no serían suficientes para afectar las preferencias del gobierno alemán. En resumen, no tenemos instrumento de negociación. O sí…

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Carlos Closa es profesor de Investigación en el CSIC y autor de numerosos trabajos académicos sobre integración europea.

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