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El secuestro farmacéutico de las vacunas

Si volvemos al origen de los miedos volvamos al origen del problema y las exigencias. El fin del covid es elástico e interminable, para enero se anuncian más restricciones, algunas más agotadoras en lo psicológico que en lo real, y el horizonte de la vacunación global se pone en 2024. Los gobiernos aprueban planes de recuperación con cifras descomunales para un rescate que no acaba de despegar por los frenazos del covid. Los planes se enfrían con cada nueva ola. En definitiva, el falso dilema ‘salud-economía’ ha quedado más que despejado y a la ecuación hay que sumarle ‘la salud de todos o de ninguno’. Hay quien defiende que esas fronteras existen. Como me comentó un colega periodista en una tertulia: es mejor que haya vacunas en Zamora que en Sudáfrica. Un axioma a cortísimo plazo, por no mencionar la parte moral. Sin vacunación global, sin reparto equitativo de las vacunas, no salimos de esta.

Hemos llegado hasta aquí gracias a la ciencia y no terminamos de salir en parte por culpa de un mercado blindado de beneficios millonarios. ¿Cómo podemos seguir sin abordar el negocio de las farmacéuticas? ¿Cómo es posible que el debate de la liberalización de las patentes se haya enterrado desde mayo hasta hoy? ¿Cómo puede darnos tan igual que Europa tenga el 70% de la población vacunada y África el 7%?

Sin vacunación global, sin reparto equitativo de las vacunas, no salimos de esta

Desde la política se pidió el pasado mayo tímidamente liberar las patentes. Lo hizo Joe Biden y le siguió Europa. Las farmacéuticas respondieron con una agresiva campaña de descrédito y se tapó el debate sin dar una respuesta seria a por qué no se hacía. A los dirigentes, les avalan los expertos. Tom Frieden, ex director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, ha sido de los más contundentes: “Los estadounidenses pagaron por la vacuna de Moderna que ahora tiene 12 mil millones en el banco. Ya es hora de que EEUU se asegure de que comparta esta tecnología de manera mucho más amplia”.

Este mes, Pfizer espera cerrar el año con un beneficio de 31.450 millones de euros. Hasta septiembre había facturado 21.200 millones y los ingresos totales se han disparado un 91%, una cifra jamás lograda por una farmacéutica, según varios bancos de inversión. La pregunta es: ¿no es hora de parar? Si todos hemos asumido el coste y los sacrificios de la pandemia, las Big Pharma no pueden seguir haciendo caja, con contratos opacos, sin cumplir del todo los objetivos, como si la salud fuera su coto privado. La exclusividad y el mal reparto de las vacunas están matando gente. 

Aunque los expertos no pueden determinar todavía qué alcance en mortalidad y hospitalizaciones tendrá la nueva variante, ómicron nos ha devuelto la ansiedad, la incertidumbre, el agotamiento y cierta irritación colectiva solo de pensar en repetir lo que dábamos por conjurado. En los países ricos, arrastrados por la batería de restricciones que se levantan en cadena de un país a otro, aumentan la depresión, la soledad, la fatiga, los suicidios. Se estancan las carreras y los proyectos vitales, se dispara el temor por el futuro. Toda una generación que no ha podido incorporarse con normalidad a su primer empleo no hace más que recibir broncas por hacer botellones. Por no hablar del estrés, la angustia psicológica, el burnout. La salud mental se ha vuelto tan frágil que las enfermedades relacionadas con el estado de ánimo son cada vez más palpables. La cadena de consecuencias de no vacunar a toda la población es tan evidente, que se hace incomprensible no abordar la salud pública universal y el reparto de vacunas de manera urgente y hacer como si las farmaceúticas no pintaran nada en esto.

Es cierto que los expertos añaden otros problemas. Entre ellos, la reacción de los más ricos: acaparación de fármacos, aceleración de las terceras dosis y bloqueo de suministros. Lo ha denunciado el doctor Seth Berkley, director de la alianza de vacunas Gavi, que lidera la iniciativa de la ONU para llevar las vacunas a países en desarrollo, poniendo sobre la mesa la cifra del acuerdo Covax: 10.000 millones de dosis han ido a los países que han podido comprarlas, mientras el programa de reparto a los más pobres ha entregado poco más de 700 millones de dosis. No sabemos cómo estaría el mundo si se hubieran liberalizado las vacunas en mayo. Pero conocemos el resultado de hacerlo como hasta ahora. Más miedo, menos salud, más restricciones, más de 50.000 vidas al día. 

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