¡La banca siempre gana! Helena Resano
“Que haga su intervención desde una sauna”.
Pues mira, te digo. Poca política hacemos desde las saunas.
Supongo que no podremos saber con total seguridad si ese es el comentario exacto que hizo la concejala del Partido Popular Andrea Levy en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid el pasado jueves. Según algunas personas que se encontraban cerca de ella, eso fue lo que dijo mientras intervenía el socialista Antonio Giraldo, que denunció los hechos en el mismo momento. Levy se defendió posteriormente en un programa de televisión asegurando que estaba haciendo referencia a “las saunas del padre de Begoña Gómez”. Bueno.
Lo dicho, no podremos saber cuál fue el comentario con total seguridad. Pero ya debería decirnos mucho el mero hecho de que nos parezca perfectamente creíble que este comentario haya podido tener lugar en un ambiente institucional. Especialmente, por parte de la derecha. Al fin y al cabo, no nos pillaría de nuevas.
Aún nos resuena el bochornoso momento en el que, no hace tanto, la diputada de Vox Alicia Rubio pedía a Eduardo Rubiño, de Más Madrid, que “se cuidase durante el Orgullo”. “Aunque él a mí me odia, yo no le odio. Le pido por favor que se cuide en el Orgullo. Cuídense, cuídese durante todas las fiestas del Orgullo, ¿de acuerdo?”. Todo con una sonrisa burlona de oreja a oreja y desatando las risas entre sus compañeros de la Asamblea de Madrid. Quizá no le dio una hostia mientras le gritaba “maricón”, pero, amigos, amigas, amigues: eso, con todas las de la ley, es lo que llamamos una agresión homófoba. No os atreváis a decirme que esto fue “un incidente aislado”. Poco después, un portavoz de Vox tomaba la consciente de decisión de tratar en masculino a la portavoz de Más Madrid, Jimena González, durante un Pleno. De forma repetida, refiriéndose a ella como “don Jaime”. Pura violencia tránsfoba.
La lista sigue. Referencias a pedofilia y pederastia al mencionar banderas o actos relacionados con la comunidad LGTBIQ+ por parte de Vox. Ayuso haciendo referencia a lo trans como “una moda extranjera dañina para los jóvenes” y culpando a los derechos de las personas trans del aumento de los suicidios entre estos. O riéndose con sorna de este colectivo, bromeando con que su “vicepresidente puede ser su vicepresidenta”, su “consejero de Justicia, su nueva consejera”, o sobre cambiarle el nombre a Enrique Ossorio a “Enriqueta Ossorio”.
Que creamos que una agresión verbal homófoba es perfectamente posible en el marco de una institución pública tiene un motivo bastante claro: que ya pasa todo el tiempo. La violencia homófoba, tránsfoba, etc., es una de las armas políticas de la derecha. Las agresiones lgtbifóbicas se usan a modo de violencia correctiva en la política para hacernos entender a todas las personas queer que ese no es nuestro sitio. Y nunca permitirán que lo sea.
Las agresiones lgtbifóbicas se usan a modo de violencia correctiva en la política para hacernos entender a todas las personas queer que ese no es nuestro sitio
Por mucho que la representación haya avanzado, la clase política de este país sigue teniendo una cosa muy clara: que las instituciones públicas son su cortijo privado, que les viene dado casi por nacimiento. Que la política es un lugar reservado para una clase social específica: para los privilegiados, para los que han nacido en el dinero, para los cis, para los heterosexuales, para los normativos. Para los que van a asegurarse de que el statu quo, ese que tanto les beneficia a ellos, no cambia. Para los que van a hacer políticas para ellos, sus familias y sus colegas. Y agredir a cualquier persona que venga de otro estrato será mandatorio, no sea que intenten hacer una política que beneficie a otras personas.
Pasa con las personas LGTBIQ+. Pero pasa también con las migrantes, las racializadas, las que tienen discapacidad. Hasta con las mujeres feministas. Y con la clase obrera en general, como si no fuéramos mayoría. Años han estado riéndose y atacando a Irene Montero porque, para poder estudiar y alcanzar su posición política, tuvo que “trabajar de cajera”. “¿Cómo va a ser ministra alguien que tuvo que trabajar de cajera?”. ¿No es precisamente la derecha la que tanto habla de meritocracia? ¿No deberían precisamente admirar a la ahora eurodiputada por haberse abierto camino desde la clase trabajadora hasta un puesto de alta responsabilidad? Lo que molesta a la derecha no es que Montero fuese cajera; es que una persona de clase obrera tomase un puesto que, en sus ojos, está reservado para ellos; para los que han nacido para tomarlo, independientemente de su talento, su compromiso político o sus méritos. Y, sobre todo, les molesta que una persona que no pertenece a su élite consiga una posición de toma de decisiones. Porque esto podría significar que se tomasen decisiones que beneficien a otros que no sean ellos mismos.
La clase política, que no es otra cosa que la clase alta económica manteniendo a raya a quienes no han nacido en ella, tiene miedo. Tienen miedo a que se hagan políticas distintas. Para otras personas. Para la mayoría, de hecho. Y es ese miedo el que da paso a la violencia.
Agreden, se ríen, nos insultan. Señal de que están nerviosos. Señal de que están empezando a ver cómo la política deja de hacerse exclusivamente desde la Castellana y el barrio de Salamanca. Ahora la política puede hacerse desde otros lugares. Y no hay suficientes agresiones, mofas e insultos que paren eso. Es hora de reivindicar el orgullo de hacer política desde los márgenes. Desde los barrios. Desde los movimientos asamblearios. Desde los espacios migrantes. Desde los colectivos activistas. Y, por supuesto, también desde las saunas.
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