Honestamente, no sé dónde está la sorpresa en el Me too que se está dando estos días dentro del Partido Socialista. De hecho, y por desgracia, rara vez debería sorprendernos una oleada de denuncias de acoso y agresiones sexuales de hombres en cualquier organización, industria o ámbito. En todo caso, nos puede sorprender que esas denuncias salgan a la luz. Que sean escuchadas. Que se haya conseguido crear el clima de seguridad y confianza a las víctimas para que sientan que no tienen que seguir cargando solas con el peso de lo que han sufrido. Que estos casos sean visibles y podamos estar hablando de ellos es un pequeño éxito más del indispensable trabajo del movimiento feminista.
Dicho esto, es necesario hacer varios apuntes sobre las denuncias a Paco Salazar, José Tomé, Javier Izquierdo, Antonio Navarro, Francisco Luis Fernández o Toni González que ahora conocemos. Y, sobre todo, a la reacción que estas han causado.
Voy a empezar con lo más obvio. Estos días leía cientos de declaraciones de usuarios de redes sociales, pero también de representantes políticos y periodistas conservadores haciendo alusión a esta oleada de denuncias dentro del PSOE, recordando también casos como el de Íñigo Errejón o las acusaciones hacia Juan Carlos Monedero. “Resulta que la derecha es machista pero todos los casos de acoso sexual a mujeres que salen son del PSOE, Sumar o Podemos”. Hombre, decir eso cuando el Partido Popular lleva tiempo lidiando con un goteo incesante de casos similares en su propio seno (el último estos días, José Ignacio Landaluce, alcalde de Algeciras), pues tiene sorna. Especialmente cuando estos casos se han intentado ocultar y apenas se ha hecho mención a ellos. Quizá creen que sus votantes no van a exigirles que rindan cuentas por casos de acoso sexual a mujeres porque es algo que no les termina de importar demasiado. Y ahí es cuando entendemos un poco mejor este comentario de: “todos los casos de acoso sexual se dan en la izquierda”. Claro que no es el caso, pero teniendo en cuenta el compromiso tácito que dice tener gran parte de esta con la lucha contra el machismo, es obvio que cada caso que se dé en ella hará muchísimo más ruido. Eso por no hablar de la mayor facilidad (tampoco mucha más, pero algo, al menos) que puede haber en un partido de izquierdas para denunciar una situación de acoso sexual frente a un partido de derechas. Una diputada de Vox que sufriese acoso por parte de un compañero, ¿tendría apoyo dentro de su partido para denunciarlo? Quizá no sea demasiado alentador ver cómo a condenados por violencia machista como Carlos Flores se les ofrece, de forma posterior a la condena, la oportunidad de ser el candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana. ¿Perdería la víctima su puesto de trabajo y toda su carrera política si denunciara el acoso que ha sufrido, mientras que a su acosador igual le dan un ascenso? Fijaos si será misógino Vox que a mediados de este año consiguió que la mismísima Rocío Monasterio acusase al partido de haber sido machista con ella. La misma que hace unos años trató de reclutar a jóvenes para realizar una contramanifestación al 8M. Ya han tenido que esmerarse.
Que probablemente haya mucho más machismo entre las derechas que entre las izquierdas es una obviedad. Pero es que esto no va de competir por quién tiene más o menos casos de machismo. Esto va de erradicarlo por completo. Y en eso, por desgracia, hay suspenso general.
Acertadas son las declaraciones de Cristina Hernández, actual directora del Instituto de las Mujeres. “Las feministas llevamos años diciendo que el machismo es estructural y sistémico. ¿A qué se creían que nos referíamos? Precisamente a esto. Por tanto: ni sorpresa ni vergüenza. Solo contundencia, responsabilidad y acción”.
Por desgracia, rara vez debería sorprendernos una oleada de denuncias de acoso y agresiones sexuales de hombres en cualquier organización, industria o ámbito
El compromiso para erradicar las violencias machistas no puede ser un eslogan, un conteo o establecer un protocolo vacío que no tendrá sentido alguno si, antes, no creamos un entorno seguro y de confianza para que las mujeres se sientan protegidas antes de denunciar. El compromiso tiene que ir muchísimo más allá. Tiene que darse, además, en cada persona implicada en una organización. Y tiene que incluir el hecho de que cada una de estas personas entienda de verdad el significado de la lucha feminista, de la educación inclusiva, de los micromachismos. Tienen que ser conscientes de la sutileza de las aristas de un sistema que te hace caer en conductas misóginas, muchas veces incluso sin darte cuenta.
Vale, vamos a establecer un protocolo y a endurecer nuestra reacción contra los agresores machistas. Pero, ¿vamos a exigir a cada persona de nuestra organización que se forme de manera obligatoria y constante en cuestiones de consentimiento, respeto y diversidad? ¿Vamos a tener plena asistencia en jornadas feministas periódicas? ¿Vamos a ver a los hombres de nuestro partido corregir los comentarios machistas que hagan sus compañeros en un momento de desconexión y risas?
A mí me alegra ver que hay una reacción auténtica ante los casos de acoso sexual a mujeres. Pero me encantaría ver también a Pedro Sánchez salir a decir que le ha echado la bronca de su vida a sus famosos amigos de 40 y 50 años a los que, según él, tanto incomodaban los avances del feminismo hace un par de años. O a otros muchos cargos del partido salir a pedir perdón por haber desviado la atención de la lucha feminista para centrarla en atacar, también de manera machista, a las mujeres trans (entre las cuales se dan algunos de los porcentajes más altos de violencia sexual a manos de hombres). Me parecería estupendo ver cómo se doblan los esfuerzos en educación inclusiva, en formación para la diversidad. Que se dé importancia de verdad a un Ministerio de Igualdad que parece haber sido secuestrado con la misión de pasar con un perfil bajo durante toda la legislatura, y así poder distanciarse de los ataques que recibió la institución por parte de los medios y la oposición cuando era Irene Montero quien estaba al frente.
No basta con hacer control de daños. No nos interesan las promesas vacías y la palabrería dedicada a esperar a que suceda algo que haga que esto se olvide. El machismo se encuentra arraigado en todas partes: es estructural, es sistémico, es cultural. Está bien una disculpa; es necesaria. Está bien tener un protocolo. Pero nada cambia si no hacemos un trabajo de raíz. Si no dejamos de usar el sufrimiento de unas víctimas para atacar a unos u otros. Si no nos comprometemos de forma general a cambiar un poco la forma en la que vemos y entendemos el mundo, la forma en la que nos relacionamos. Y eso solo lo podemos hacer con el compromiso de todos.
Honestamente, no sé dónde está la sorpresa en el Me too que se está dando estos días dentro del Partido Socialista. De hecho, y por desgracia, rara vez debería sorprendernos una oleada de denuncias de acoso y agresiones sexuales de hombres en cualquier organización, industria o ámbito. En todo caso, nos puede sorprender que esas denuncias salgan a la luz. Que sean escuchadas. Que se haya conseguido crear el clima de seguridad y confianza a las víctimas para que sientan que no tienen que seguir cargando solas con el peso de lo que han sufrido. Que estos casos sean visibles y podamos estar hablando de ellos es un pequeño éxito más del indispensable trabajo del movimiento feminista.