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Casado tiene un (gran) problema y otras seis conclusiones de las elecciones del 12J

Daniel Basteiro

1. Ante la volatilidad del covid, estabilidad. No han sido unas elecciones pospandemia sino en plenos rebrotes. Y los ciudadanos han premiado a los partidos que integraban los Gobiernos que los gestionaban. No sólo a los de sus presidentes, Feijóo y Urkullu, sino también al PSE. Los Ejecutivos gallego y vasco salen reforzados de la crisis. También el Gobierno central pese a gestionar lo peor de la peor pandemia imaginable. Se hace cierto el dicho. En tiempos de tribulación, no hacer mudanza.

2. Feijóo gana y el discurso de Casado, pierde. El barón del PP conserva la mayoría absoluta en una campaña en la que escondió las siglas de su partido, limitó al máximo las apariciones del equipo de Casado (ni rastro de Cayetana Álvarez de Toledo), empleó un discurso beligerante contra Vox y no desaprovechó la oportunidad de hacer guiños puntuales al Gobierno de Sánchez en busca de parte de sus electores. Mientras, en Euskadi, la alianza con Cs y el regreso de Carlos Iturgaiz, dos grandes bazas de Casado, bajan respecto al resultado de 2016. Su espacio es cada vez más pequeño porque sencillamente apelan a cada vez menos gente aunque aprovechen esas mismas posiciones para dar lecciones a todas las demás fuerzas. Casado quería un PP+Cs en Galicia y Feijóo se opuso. En Euskadi, donde descabalgó hasta al líder del partido, la impuso. Dos más dos, en política, casi nunca suman cuatro.

Feijóo ha reivindicado siempre su voz propia y ha sabido amplificarla hasta aglutinar a todo el centro derecha. En la noche del domingo, se impone. Y eso sin ser él precisamente de centroizquierda sino un dirigente clásico del PP, pero con un gran olfato estratégico. Casado ha desplegado un estilo mucho más agresivo, ha dado carta de naturaleza a Vox y ha dividido el espectro que quería unir. A este paso, en Moncloa querrán que les dure.

3. ¿Será Feijóo el candidato en las próximas generales? Cuanto más decía Galicia, Galicia, Galicia, más se evidenciaba que su modelo es distinto al de Madrid, Madrid, Madrid, capital que amagó con asaltar en la última lucha por el liderazgo del partido. Casado controla por el momento los resortes del partido, pero su posición queda debilitada y surgirán más voces que quieran a un Feijóo o, directamente, al líder gallego. El próximo congreso del partido debería ser antes de las generales, si el Gobierno de Sánchez e Iglesias aguanta (y, de momento, ha salido reforzado de la pandemia). Sólo una conjura de coroneles podría acabar con el general. Dependerá de la oposición que haga y de cómo le vaya en las encuestas.

4. Superada por el soberanismo, la izquierda que quiere articular un discurso para toda España debe reflexionar. Sobre el fondo y sobre la forma. No sólo no lidera Gobiernos en las nacionalidades históricas originales sino que ni siquiera son la alternativa: sólo puede conformarse con ser llave de Gobierno en el mejor de los casos (Euskadi) o influencer del espacio progresista (Galicia y Cataluña).

El BNG rompe el techo de Xosé Manuel Beiras y logra 19 escaños en la cámara gallega (uno más que el histórico dirigente de la formación en 1997). La campaña presidencialista en torno a Ana Pontón y sin rastro de la excentricidad de otras épocas, demuestra la resurrección del BNG tras ocho años de travesía por el desierto. Un trabajo de hormiguita. En Galicia, todo vuelve al origen. Y el origen del espacio de En Marea es el BNG. Pero Ana Pontón está por encima de las siglas y será una política a tener muy en cuenta.

EH Bildu, con 22, se confirma como alternativa al PNV sobre la que articular, quizás en el futuro, un Gobierno vasco de izquierdas. El tiempo dirá cuánto tarda el PSE en dar carta de naturaleza a la izquierda abertzale, con la que ahora pacta pero a la que no reconoce en la práctica como un actor político más, especialmente en Madrid. Si se suman los escaños del PNV a los de EH Bildu, la victoria del nacionalismo es inapelable.

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5. Gonzalo Caballero, o cómo no hacer una campaña. El candidato del PSdeG ha perdido una oportunidad histórica. Con alcaldes en cinco de las siete ciudades gallegas, tres de las cuatro diputaciones, con el PSOE en la Moncloa (como en 2005, cuando Emilio Pérez Touriño alcanzó la Xunta), con el PSE subiendo en Euskadi, el candidato hizo campaña sin estrategia. Contra Feijóo en vez de contra la marca PP, que era su flanco débil. Sin retener a los que votaron a Pedro Sánchez. Sin ninguna iniciativa fresca o distinta. Sin mensaje. Repetir resultado mientras se evapora su aliado en el Gobierno central es un fracaso personal, tanto como la victoria de Feijóo.

6. El espacio del cambio de Unidas Podemos está amenazado de muerte. Es sabido que Iglesias es vicepresidente del Gobierno con el peor resultado de su espacio político (de 71 diputados en 2016 a 35 en 2019). Sus terminales autonómicas, allí donde en principio más votos podían alcanzar (los socialistas y los de los nacionalistas de izquierda) se marchitan. En Galicia, desaparece tras años de trifulcas internas que desperdiciaron las alcaldías. En Euskadi pasan de tercera a cuarta fuerza. Su espacio corre el riesgo de ser fagocitado por el PSOE (en el conjunto de España, ya está ocurriendo) y el soberanismo en plazas clave.

7. Dejemos de hablar de Vox. De 150 diputados en juego, Vox sólo ha obtenido uno y se queda fuera del Parlamento de Galicia, donde ya no tenía ningún concejal, diputado al Congreso o senador. Esa es, quizás, la mayor lección de Galicia y Euskadi al conjunto del Estado. El partido que más habla de España, que más se envuelve en la bandera, es irrelevante en dos comunidades clave y, en el caso de Euskadi, con muchos colores en su arco parlamentario. Esa es la prueba de que los problemas y sociedades complejas no requieren soluciones fáciles. PP y Ciudadanos deberían tomar buena nota. Los que desde la izquierda caen en sus provocaciones, brindándoles un inmejorable altavoz, también. Hay esperanza. 

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