El golpe ético

La convivencia democrática no sólo se pone en peligro cuando un ejército da un golpe militar. También existen los peligros de los golpes éticos de Estado si las dinámicas impuestas en la sociedad degradan las realidades e imponen una violencia palabrera de mentiras y calumnias. Los golpes militares asaltan el poder a punta de bayoneta, con cadáveres por las calles y ruido de ametralladoras en las noticias. Los golpes éticos llenan las conversaciones y los domicilios de muertos vivientes, posibilitando que la podredumbre no se materialice en los sepulcros, sino en las instituciones y en los ámbitos de la comunicación.

En las democracias consolidadas, ya que no es posible la conspiración de un golpe de Estado, hay movimientos interesados en los golpes éticos que desacreditan los espacios públicos. Quien quiera entender los programas que intentan desacreditar la autoridad de la política, para dejar las manos libres al neoliberalismo depredador o instaurar una fanática propaganda autoritaria, tiene ante sus ojos y entre sus dedos la posibilidad de curiosear en el barro de Twitter. Sus movimientos son muy ilustrativos.

Twitter puede ser un buen espacio. Como red social, facilita la comunicación, permite destacar los artículos que uno considera interesantes, anuncia actividades culturales, convoca citas, enriquece las vías de la convivencia. Pero el espacio público es una incomodidad para los que quieren imponer su dogma sobre el bien común o el egoísmo individual sobre la convivencia justa. Por eso Twitter se ha convertido en un suburbio del fango en el que el insulto, la calumnia, la ocurrencia sucia y la desinformación interesada llevan la voz gritante.

Los partidarios del fanatismo cultivan su ira de forma fría para hacer irrespirable la voluntad de respeto y de diálogo en la que se funda la convivencia democrática

Imponer un tono de sospecha generalizada, crear la atmósfera del todos son iguales y no se puede creer en nada, es una dinámica directa contra la autoridad de la política y la democracia. Así que convendrá tener en cuenta una primera paradoja: el cultivo del dogmatismo en la actualidad de la comunicación no responde a las mentalidades que están convencidas de una verdad, sino a los intereses que consideran útil no creer en nada. Si yo grito A, y tú B y tú C de manera obsesionada, no provocamos una elección entre las letras del abecedario, sino la idea de que cualquier letra es una estafa. Y este cinismo es el mejor aliado para el que quiere tener las manos libres en busca de la estafa o del vivir al margen de cualquier regulación.

La otra paradoja interesante de Twitter tiene que ver con la verdad. La democracia invita a no considerarse nunca en posesión de la verdad y a buscar puntos de vista, debates y acuerdos que logren definir los marcos de convivencia. Pero buena parte de la gente que tuitea se desentiende desde el principio de la verdad, porque lo que considera importante es estar en posesión de la mentira. Cuando leemos un disparate en Twitter, una calumnia o una afirmación desquiciada, y tenemos la curiosidad de entrar en la cuenta del opinador, comprobamos con mucha frecuencia que responde a una cuenta de nombre inventado, con poquísimos seguidores y poquísimo tiempo de permanencia. Hay despachos creados para multiplicar la mentira y la desesperación.

Así que los partidarios del fanatismo cultivan su ira de forma fría para hacer irrespirable la voluntad de respeto y de diálogo en la que se funda la convivencia democrática. No entrar en el juego, no responder en el mismo fango, negarse a la crispación y al odio, es tan necesario como denunciar las estrategias que quieren dinamitar la información, los espacios públicos y la autoridad de la política.

Resulta imprescindible oponerse a los golpes éticos que hoy sufre la democracia, y no sólo en las cuentas feroces de Twitter, sino también en algún estercolero que se disfraza de periódico en manos de algunos personajes indecentes que se disfrazan periodistas.

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