Malos recuerdos

En medio de las polémicas crispadas y el protagonismo de las noticias impuestas, conviene abandonar el vértigo, ir al teatro, abrir un libro o elegir con uno mismo otro tipo de conversación. Los recuerdos prestan una ayuda doble, porque permiten huir del presente más nocivo y luego nos ayudan a volver a la realidad con otro temple. Elegir las preocupaciones con cuidado es un modo de comprometerse con la convivencia.

Cuando se discute sobre una España en grave peligro de romperse, con amenazas como una amnistía, un pacto difícil con nacionalistas o unas tensiones políticas insoportables, pienso en el camino que me llevaba de mi casa a la Facultad de Filosofía y Letras y a las conversaciones propias de un tiempo que se jugaba la posibilidad de una convivencia democrática. Años 70. Entre profesores y alumnos, había en los extremos quien consideraba que cualquier cambio era una ofensa a la dignidad española o quien se oponía con indignación ante los acuerdos que no supusiesen una transformación radical de la sociedad. Pero se habían asentado las ideas que aprobaban los pactos, las invitaciones a la convivencia, con la esperanza de que convivir fuese el mejor modo de comprender las posibilidades de la realidad, amortiguando los discursos fanáticos y las interpretaciones sesgadas.

Cuando los mismos que advierten los peligros de ruptura en España se sientan junto a los que niegan la violencia machista, desprecian a los homosexuales y censuran obras de teatro, recuerdo el camino que me llevaba de casa al colegio de los Padres Escolapios en Granada. Años 60. Yo tuve suerte en mi colegio, porque el acuerdo sobre la libertad democrática había calado incluso entre los sacerdotes y profesores de aquel tiempo, que me hablaban de Antonio Machado, Federico García Lorca y Blas de Otero. Recuerdo también otro tipo de sacerdotes y unas costumbres humillantes para las mujeres, sometidas a una manera de entender la feminidad que determinaba de forma asfixiante su papel en la vida.

Ahora el ruido de las crispaciones y los falsos peligros en la prensa manipulada oculta la información veraz sobre la realidad. Entonces no eran los ruidos, sino los himnos, y nadie leía noticias sobre el robo de niños pobres que hacían las monjas y las falsificaciones de partidas de nacimiento para que los matrimonios adinerados y estériles pudiesen tener herederos, o sobre el infierno de los homosexuales en las consultas psiquiátricas decididas a remediar su enfermedad con choques eléctricos. El cheque y los choques viven en todas las épocas, pero en las dictaduras tienen un impudor humillante y dañino.

En su negación a aceptar la diversidad, la derecha española se posiciona en los discursos extremistas que desprecian los acuerdos para convivir

Los recuerdos ayudan a elegir las conversaciones en el presente. Los árboles seleccionados por la crispación ocultan el bosque. En el debate sobre la investidura, más que obsesionarme con un personaje antipático o sobre los matices manipulados de la Constitución y la amnistía, los paseos del pasado me ayudan a conversar conmigo mismo sobre los mejores caminos para lograr la articulación de España, la democracia social, resolviendo las cicatrices abiertas por los errores del pasado. Y me conducen, sobre todo, a pensar en la España que no debe permitirse, ni siquiera en forma de chiste, la vuelta nostálgica a un pasado que fue cruel contra la mayoría de su población. En su negación a aceptar la diversidad, la derecha española se posiciona en los discursos extremistas que desprecian los acuerdos para convivir.

Hemos tenido la suerte de que la antigua simpatía de Alfonso Guerra ponga las cosas en su sitio. Entre tanta polémica y tanta confusión, su chiste de viejo cascarrabias sobre la peluquería de Yolanda Díaz escenificó bien hasta qué punto ha cambiado España. Ahora, por fortuna, hay muchos chistes que ya no tienen gracia, y volver a las risotadas e incomprensiones del pasado sería la peor forma de equivocarnos.

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