Necesitamos un partido democrático de derechas

Uno suele alegrarse de los errores del adversario, se cantan y se celebran los goles del otro equipo en propia meta y provoca risas el gallo del cantante extranjero cuando está compitiendo en Eurovisión con el artista nacional. Si nos reímos de nosotros mismos por un traspiés al bajar las escaleras, resulta normal que las carcajadas y las ovaciones acompañen la equivocación de los contrincantes.

Hoy es posible en España un Gobierno progresista por los errores del Partido Popular a la hora de gestionar la crisis en Cataluña. Cuando los catalanes refrendaron un Estatuto de Autonomía en 2006, compatible con otros Estatutos en el territorio español, el Partido Popular presentó un recurso de inconstitucionalidad contra 114 de sus artículos. El fallo del Tribunal Constitucional provocó una manifestación inmediata bajo el lema Som una nació. Nosaltres decidim.

Desde entonces se generó una dinámica en la que un sector del catalanismo hizo demagogia sobre la realidad política para adquirir protagonismo a costa del independentismo y, por su parte, el PP alentó la guerra entre Cataluña y España por motivos electoralistas. Los votos ofendidos que se pudieran conseguir en Madrid, León, Sevilla o Badajoz fueron más valorados que la búsqueda de soluciones estatales a un problema que oscurecía la convivencia dentro y fuera de Cataluña. Se llegó a extremos por fortuna hoy superados, pero vivimos todavía las consecuencias. El PP, por ejemplo, no gobierna ahora en España porque su política electoralista y manipuladora en favor del centralismo ha motivado la feliz paradoja de que le resulte imposible aprovechar el resultado de las elecciones para pactar con la derecha vasca y catalana.

Confieso que me alegro de ese error de cálculo, y también me alegro de que las circunstancias hayan favorecido una comprensión del valor de la diversidad cultural española en otros sectores políticos. Pero las alegrías por el error del contrario se llenan de tristezas cuando la dinámica provoca un deterioro no ya de la competición, sino de la propia entidad de la convivencia y la democracia.

España necesita una derecha democrática para que se pueda discutir democráticamente sobre la sanidad pública, la educación, los salarios, las pensiones y los caminos de Europa

España necesita una derecha democrática para que se pueda discutir democráticamente sobre la sanidad pública, la educación, los salarios, las pensiones y los caminos de Europa. Es muy grave que el malestar interno del PP se esté convirtiendo en un peligro para la democracia. Más que revisar el origen de su situación y sus errores, el PP sigue en la dinámica de cultivar el odio, dispuesto a generar problemas más que a buscar soluciones o acuerdos. Por este camino alimenta la crispación nacional y se acerca de forma alarmante a la extrema derecha. No es un disparate pensar que hoy el gran enemigo electoral del PP es Vox y eso se debe, ¡segundo gran error!, a que su política de oposición fanática está posibilitando el fortalecimiento de las proclamas antisistema e irracionales de la extrema derecha.

El tercer error del PP es intentar ocupar el espacio de Vox para que sus votantes no tengan que irse a otro sitio. Las proclamas racistas, el desprecio a las inversiones públicas, la falta de responsabilidad ante los propios errores y el envenenamiento institucional componen ya su realidad prioritaria. Estamos en un viaje de vuelta. Si una parte decisiva de la Transición española se debió al paso de la derecha franquista a las nuevas formas democráticas de la UCD, hoy vemos un viaje de vuelta del PP hacia los horizontes de la extrema derecha.

Más que cualquier error coyuntural, esta dinámica es una tristeza para la sociedad democrática, tanto a nivel nacional como internacional. Son malos los vientos que recorren el mundo. La palabra guerra vuelve a sonar al servicio de unos intereses económicos que no están dispuestos a poner límite a sus ambiciones. La crispación interna es el viento que mueve las heroicas banderas de la guerra. 

Uno suele alegrarse de los errores del adversario, se cantan y se celebran los goles del otro equipo en propia meta y provoca risas el gallo del cantante extranjero cuando está compitiendo en Eurovisión con el artista nacional. Si nos reímos de nosotros mismos por un traspiés al bajar las escaleras, resulta normal que las carcajadas y las ovaciones acompañen la equivocación de los contrincantes.