La prensa tiene mala prensa

Y los periodistas lo saben. Un problema grave en las sociedades democráticas que queda claro cada vez que un grupo de periodistas se reúne para conversar sobre el estado de su profesión. Así lo he comprobado una vez más al asistir a las Jornadas sobre periodismo en español que ha organizado la Asociación de la Prensa de Cádiz con motivo de la celebración del IX Congreso Internacional de la Lengua Española.

Cuando el Instituto Cervantes convocó en 1997, en Zacatecas, el I Congreso de la Lengua, el debate se centró en el español y los medios de comunicación. Leyendo las actas, uno comprueba que entonces se denunciaban los recortes dictatoriales a la libertad de expresión, pero no preocupaba mucho la pérdida de la dignidad del periodismo en las democracias. Y esa es hoy la cuestión más inquietante. La democracia no depende sólo de poder decir lo que se piensa. Resulta necesario poder pensar lo que se dice, y cuando los periodistas más serios y experimentados piensan en el periodismo se preocupan no sólo por la libertad, sino por la dignidad de la expresión y la información.

Escucho y voy apuntando una lista casi interminable: 1) La confusión entre el oficio de informar y una dinámica comunicativa que no confirma datos y extiende opiniones o bulos interesados. 2) El contagio de esta enfermedad del periodismo basura que sufren antiguas cabeceras. 3) La falta de independencia de unos medios de comunicación que no pueden sostenerse con sus propios ingresos. 4) La trampa de vender como perspectivas de la variedad ideológica (izquierda, derecha, centro) lo que responde con frecuencia a una división diferente: profesionales honestos, sea cual sea su ideología, y profesionales indecentes. 5) El uso de un lenguaje y un tono que nace de la crispación y que participa de los espectáculos polarizados, el insulto y la agresividad. 6) Los sistemas de medición de los impactos que valoran de forma inmediata el alcance de un artículo o un titular, presionando a los profesionales para abandonar el rigor en la búsqueda de lo más llamativo. 7) La pérdida de interés en la información, sustituida por las diversas ofertas de entretenimiento que desligan a la gente de lo que pasa en la calle y de lo que le pasa a ella misma……

Problemas económicos, problemas de plantillas, problemas de quiebra generacional, problemas para meditar lo urgente… Son, en fin, los problemas de una sociedad en la que el tiempo, convertido en una mercancía de usar y tirar, parece un buen aliado de la mentira, la falta de rigor, lo etéreo o la crispación a corto plazo. Las catástrofes que acaban con todo no duran casi nada, pero desvían la mirada de lo que necesita más atención. Elegir noticias parece más difícil que repetir la algarabía.

El compromiso de no mentir supone un valor decisivo en un mundo en el que nadie puede considerarse en posesión de la verdad

Aunque la situación resulta compleja, hay motivos para buscar puntos de luz. Y el primero es que sean los propios periodistas los que piensen de forma crítica sobre los rumbos que ha tomado su profesión. Si una tarea clave de los demócratas es la defensa la libertad de expresión, parece tarea propia de los periodistas asumir la defensa de la dignidad del periodismo, algo que hoy tiene poco que ver con la complacencia gremial, ya que son muchas las interrogaciones, los vientos perniciosos y las podredumbres interiores. El compromiso de no mentir supone un valor decisivo en un mundo en el que nadie puede considerarse en posesión de la verdad. Este equipaje ético resulta imprescindible porque se puede discutir sobre las distintas interpretaciones ideológicas de un dato o una situación, pero no deben confundirse estas interpretaciones con los falseamientos y la falta de rigor.

Otro punto de luz lo encontramos en la recuperación de la dignidad profesional de algunas viejas cabeceras o en la consolidación de periódicos como infoLibre. Una alegría celebrar con los lectores su décimo cumpleaños.

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