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Camaradería asesina e imitación

No hay nada más grupal que la masculinidad, ser hombre es “ser reconocido como hombre por otros hombres”, por eso hay una continua interacción entre lo que cada hombre hace y lo que los hombres de su entorno (personal, familiar, laboral, grupal…) perciben y responden ante su conducta. Y por ello, la forma de ser hombre y de subir en la consideración de su hombría ante los demás conlleva copiar y hacer lo que otros hombres que buscaban el mismo objetivo ya han hecho y conseguido.

Esta situación que se entiende fácilmente en cualquier ámbito de la sociedad, y que lleva a hablar de modelos y de reproducción de pautas y comportamientos, como cuando se dice que los chicos quieren hacer las cosas que hacen Messi o Ronaldo, sorprendentemente se cuestiona o se pone en duda sólo en violencia de género. Y digo “sólo en violencia de género” porque nadie duda de la “imitación” de los asesinos cuando, por ejemplo, se han producido diferentes atentados terroristas atropellando a peatones de manera similar al que se llevó a cabo en Niza en julio de 2016, cuando un camión conducido por un yihadista asesinó a 86 personas. Tampoco se cuestiona que cada vez que vamos a un aeropuerto y nos controlan el equipaje de mano y los líquidos, es porque se puede repetir un atentado como el ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001.

Por el contrario, al hablar de violencia de género y de concentración de homicidios, no se tiene en cuenta entre todos los factores que influyen el refuerzo y la identificación que pueda sentir otro hombre que está pensando en hacer lo mismo que un primer asesino ya ha hecho, y se tratan de buscar los motivos de esa concentración en lo que hacen o dejan de hacer las víctimas en sus relaciones.

Cuando se concentran los homicidios por violencia de género no se concentran “mujeres que mueren”, sino “hombres que matan”, es decir, el resultado de la conducta realizada por hombres que asesinan de manera consciente

Cuando se concentran los homicidios por violencia de género no se concentran “mujeres que mueren”, sino “hombres que matan”, es decir, el resultado de la conducta realizada por hombres que asesinan de manera consciente, y tras decidir hacerlo a partir de las razones que encuentran para llevar a cabo esa conducta. Y es en ellas y en los factores que utilizan para elaborar su decisión en lo que debemos centrarnos si queremos encontrar elementos sobre los que actuar para prevenir los homicidios y mejorar la protección de las mujeres.

No tiene sentido que no se aborde un estudio en profundidad sobre este elemento, que es un factor más entre todos los que utilizan los agresores, pero que ante una violencia que produce una media de 6,1 meses cada año con cinco o más homicidios (criterio que utiliza el Ministerio de Igualdad para reunir al gabinete de crisis), no se tenga en cuenta.

Además del estudio que elaboró la Universidad de Granada en 2011, demostrando que había una relación entre un homicidio previo y el que se cometía al día siguiente, la “imitación” de otra conducta es un factor más en la elaboración de las decisiones humanas, que ya hemos visto que está presente en la violencia general, y que también lo está en la violencia de género. Lo vimos, por ejemplo, cuando en junio de 2018 un grupo de cinco hombres jóvenes cometió una agresión sexual en Las Palmas de Gran Canaria y se autodenominaron la nueva manada”, tomando como referencia la conducta violenta sexual realizada por otros cinco hombres en los sanfermines de 2016. También en el caso del entrenador del Rayo Vallecano femenino, que le dijo a su equipo técnico, allá por febrero de 2022, “nos hace falta hacer una como los de la Arandina”, utilizando una agresión sexual en un contexto relacionado con un equipo de fútbol cometida en noviembre de 2017. O cómo un español que asesinó a sus dos hijos en Alemania en febrero de 2017, antes amenazó con “hacer algo parecido a lo que hizo Bretón”. Es decir, en todos los casos se trató de hombres que tomaron como referencia la conducta violenta de otros hombres en circunstancias cercanas a las suyas, y en todos esos casos los hechos previos fueron conocidos a través de los medios de comunicación.   

Todo este tipo de cuestiones fueron analizadas y abordadas en un grupo de trabajo con representantes de medios de comunicación que se creó en el Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído (2008-2011), y que yo mismo coordiné. Se trabajó para tratar de conseguir criterios que ayudaran a enfocar adecuadamente el tratamiento informativo de la violencia de género y sus homicidios, al ser esta una cuestión esencial. Así lo recoge el amplio informe de la UNESCO y ONU-Mujeres, “The big conversation” (2019), en el que se insiste en la importancia del trabajo con los medios de comunicación, y se destacan como efectos negativos la “banalización de la violencia de género” y el “efecto imitación” (copycat effect), citando los trabajos de Toledo y Lagos (2014).

Tenemos el análisis, los estudios y la experiencia que nos indica la influencia de un homicidio previo en algunos agresores que se ven reforzados y se sienten identificados con el hombre que para ellos se presenta como modelo de la hombría que ellos mismos quieren reproducir con la violencia y el homicidio. No será el único factor, ni siquiera el más importante, pero es un factor que incide en el resultado y como tal tenemos que abordarlo, sobre todo cuando el análisis de la evolución de la acumulación de homicidios por violencia de género también nos aporta referencias importantes que debemos corregir.

Según la serie histórica, la media de meses con cinco o más homicidios por violencia de género cada año es de 6,1, pero si la analizamos por periodos comprobamos que ha variado. De 2003 a 2011, año en el que el grupo de trabajo con los medios de comunicación coordinado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género concluyó sus trabajos con una serie de recomendaciones para tratar informativamente los homicidios de esta violencia en las televisiones, la media de meses con concentración de homicidios, es decir, con cinco o más homicidios, era de 8,1. Sin embargo, desde 2012 a 2022, cuando las recomendaciones ya eran públicas y comenzaron aplicarse de manera voluntaria, la media descendió hasta 4,6 meses al año. Si comparamos los dos periodos observamos que se ha producido un descenso del 41,9% en el número de meses con concentración de homicidios.

La situación actual es crítica y trascendente, puesto que se observa un aumento de los dos elementos que el informe de la UNESCO y ONU Mujeres destaca como objetivos a evitar. Por una parte, aumenta la banalización de la violencia de género con todo lo relacionado con el “negacionismo” y su confusión con otras violencias. Y por otra, se observa una concentración de casos, situación que debe ser analizada con más perspectiva y seguimiento, pero de la que ya podemos destacar un dato grave, como es que la media de mujeres asesinadas dentro de los periodos de concentración en los cinco últimos años ha aumentado. Concretamente ha sido de 7,4, mientras que en los años que siguieron a la recomendación sobre el tratamiento informativo de la violencia de género (2011-2017), fue de 6,6 homicidios. Es decir, el número de mujeres asesinadas en los periodos de concentración ha aumentado 0,8 puntos, lo cual representa un incremento del 12,1% en el número de mujeres asesinadas dentro de los periodos de concentración durante los últimos cinco años (2018-2022).

La solución, como alguien con un afán simplista y reduccionista suele decir, no es dejar de informar, sino todo lo contrario, informar más y mejor, sobre todo poniendo el énfasis y la crítica en la conducta de los asesinos

La situación, como indicaba, es dramática y preocupante. En primer lugar, por el resultado, con ese aumento de mujeres asesinadas en cada periodo de concentración y la posibilidad de que también se produzca un incremento en el número de periodos. Y en segundo lugar, porque los factores que están incidiendo en esta situación obedecen a un cambio en la política dándole entrada al negacionismo, y a un distanciamiento para abordar los factores que inciden en los resultados observados, como ocurre con la pasividad para analizar y actuar sobre la concentración de homicidios por violencia de género, y en qué grado influye el impacto que tiene la información en ese refuerzo de las conductas de aquellos hombres que previamente ya han decidido asesinar a sus mujeres o exmujeres, y están pensando en materializarlo.

La solución, como alguien con un afán simplista y reduccionista suele decir, no es dejar de informar, sino todo lo contrario, informar más y mejor, sobre todo poniendo el énfasis y la crítica en la conducta de los asesinos, y en una cultura que les proporciona las referencias para usar la violencia contra las mujeres desde la normalidad hasta llegar al homicidio.

Ese informar más y mejor no sólo debe contribuir a disminuir la concentración de homicidios, como ya hemos visto que sucedió a partir de 2011 con las recomendaciones que se dieron, sino que también debe contribuir al conocimiento y la conciencia crítica social ante la violencia de género, porque no tiene sentido que frente a los 60 homicidios de mujeres que se producen de media cada año, homicidios que representan el 20 % de todos los que se cometen en nuestro país, sólo el 0,8 % de la población considere la violencia de género entre los problemas principales (CIS 2022).

Si a la falta de información se le une la desinformación que ahora potencian algunos medios y las redes sociales, y a la pasividad histórica se une la negativa a actuar sobre los elementos específicos de la violencia de género, el resultado es, y seguirá siendo, el que tenemos: violencia contra las mujeres y homicidios como parte de ella, unas veces concentrados en cortos periodos de tiempo [ver aquí los últimos datos de este verano], otras dispersados entre los días, pero siempre homicidios de mujeres asesinadas por hombres que miran a otros hombres.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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