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Un país en vilo: los escenarios que se abren a Pedro Sánchez y que marcarán "una nueva etapa política"

Un falso "patriotismo"

I.- Durante muchos años, la mayor preocupación de los españoles y españolas fue el desempleo, y no nos faltaba razón. Las cifras de parados eran pavorosas, pues llegaron a alcanzar los cinco millones, alrededor del 25%, y, además, los contratos temporales rondaban el 30% del total. Dentro de estas lastimosas cifras, la suerte de las mujeres era todavía más lamentable, con más paro, contratos más breves e inciertos y salarios más bajos. Sin embargo, en estos últimos cinco años, a pesar de la pandemia, de las guerras y otras calamidades, la situación ha mejorado notablemente, incluso diría que se ha producido un cierto vuelco en el mercado de trabajo. El desempleo ha descendido a 2,7 millones, alrededor del 12%, los contratos temporales se han reducido a la mitad —14%—, el número de personas que trabajan ha ascendido a cerca de 21 millones —récord histórico—, y las mujeres han alcanzado la cifra de 10 millones, el 47% del total, la tasa de ocupación más alta de nuestra historia. Ya sé que todavía hay aspectos bastante mejorables, pues aún contamos con un desempleo superior al europeo, y una parte excesiva de este empleo corresponde a sectores que no se caracterizan por su alto valor añadido, aunque este déficit también está mejorando lentamente.

II.- Yo, por ejemplo, me alegro mucho de que en esta cuestión tan esencial para nuestras vidas, España vaya mejor que antes. No obstante, observo perplejo que las derechas, en vez de alegrarse, como hace cualquier buen español, están cada vez más furibundas, a veces hasta rabiosas y dicen sandeces como que las cifras de empleo están “dopadas”, como si crear un puesto de trabajo fuese como darse un chute. Eso sí, al mismo tiempo, los presidentes de las autonomías del PP se vanaglorian de los excelentes datos de empleo de sus respectivas comunidades, como si no pertenecieran a un país llamado España. Y sin solución de continuidad truenan contra el “comunismo” que nos invade y que está a punto de “romper España”. No sé si se dan cuenta de que es lo mismo que se decía en 1936, con el fin de justificar el golpe de Estado del 18 de julio de aquel infausto año. La diferencia es que hoy resulta grotesco y patético, pero no menos tóxico.

II.- Cosa parecida ha ocurrido con el dramático asunto del terrorismo de ETA. También durante años ha sido tema de intensa preocupación en el ánimo de la ciudadanía. Ha costado sangre, sudor y lágrimas vencer a la violencia etarra, pero, al final, la democracia española y sus aliados, bajo un gobierno socialista, la derrotaron y hace más de diez años que ETA ya no existe. Una de las mayores alegrías que uno tuvo en su vida política, hasta el punto de que llegué a pensar —quizá ingenuamente— que cuando venciéramos al paro y al terrorismo “España sería un paraíso”. Pues no, para sectores de las derechas y “despistados” de siempre ETA sigue ahí, viva y coleando, por lo visto mutada en Bildu y, en consecuencia, tanto esfuerzo y sacrificio no han servido para nada. En vez de alegrarse de que eso que algunos han llamado “izquierda abertzale” rechace la violencia y participe, con normalidad, en las instituciones democráticas, se irritan y enervan ante esa perspectiva. Cuando lo sano sería congratularse, aunque no sea necesario para ello ni perdonar ni olvidar, pero sí hacer política para que España avance y mejore.

Observo perplejo que las derechas, en vez de alegrarse, como hace cualquier buen español, están cada vez más furibundas, a veces hasta rabiosas y dicen sandeces como que las cifras de empleo están “dopadas”, como si crear un puesto fuese darse un chute

III.- Me temo que está sucediendo lo mismo con el tema de Cataluña. Hace pocos años —2017— la situación en esa comunidad era calamitosa y peligrosa, con violencia callejera, enfrentamiento social e intentos secesionistas. Hay que ser muy falsario para no reconocer que la situación actual es mucho mejor y, no obstante, las derechas no valoran lo conseguido, sino que truenan con el “España se rompe”, e incluso alguno llama a la “rebelión”. Se afirma, sin base ni fundamento, que se está favoreciendo a los  “nacionalismos” catalán y vasco en demérito de otras autonomías, violando así el principio de igualdad, en un ejercicio sistemático de falseamiento de la realidad. Por ejemplo, que yo sepa, tanto el traspaso de los cercanías —Rodalies— como la quita del 20% de la deuda con el Estado no son exclusivos para Cataluña, sino que están abiertos a quien las solicite y las negocie. Lo mismo se puede decir de las “terribles” concesiones hechas a Junts con el fin de que se hayan podido aprobar las sustanciosas mejoras sociales de los últimos decretos-leyes. No veo en qué perjudica el que se reduzca o elimine el IVA en el aceite de oliva, o que se deje en manos de las comunidades el completar, a su voluntad, el 30% que aporta el Estado en el pago del transporte. En el tema más delicado de la inmigración conviene precisar y no confundir al personal sufridor. Como debería ser conocido, la emigración e inmigración son competencia exclusiva del Estado —ex. Art. 149,2 ª CE—. Sin embargo, el art.150.2 permite la transferencia o delegación a las autonomías mediante ley orgánica. En este caso parece que se trata de una delegación en la que, en todo caso, la ley establecerá las “formas de control que se reserve el Estado”. Además, para el caso de que dicha delegación se extendiera a otras comunidades, el mismo artículo prevé leyes de armonización.

Por otra parte, en estos años, la Comunidad de Madrid ha atraído el mayor volumen de inversiones y ha acrecentado su ya copiosa oferta cultural con la nueva Galería de las Colecciones Reales; al Principado de Asturias ha llegado, al fin, el AVE, que todavía espera el País Vasco; en el puerto de Valencia se ha realizado una gran inversión con el fin de ampliarlo y convertirlo en uno de los más grandes del Mediterráneo; Sevilla ubicará la Agencia Espacial Española y A Coruña la de Supervisión de la Inteligencia Artificial, en la línea de descentralizar las instituciones del Estado. Y nadie ha clamado, ante estas medidas positivas, que se esté violando el principio de igualdad o favoreciendo a unas determinadas CC.AA. No observo, pues, esa desigualdad que se denuncia, con el fin de enfrentar territorios. Sin embargo, es obvio que existe la desigualdad, pero de otra naturaleza, como la que existe entre la mayoría menesterosa y los cada vez más ricos, entre hombres y mujeres, etc. Desigualdades que se acentúan con las políticas de las derechas de bajar impuestos y deteriorar los servicios públicos, como ya sucede en algunas comunidades autónomas.

En todo caso, lo que resulta abracadabrante es que, después de lo que ha costado que ciertas fuerzas nacionalistas acepten, de hecho, la legalidad constitucional, ahora se las amenace con ponerlas fuera de la ley. Menos mal que las posibilidades de que tal desaguisado salga adelante son remotas, pero, en cualquier caso, “oído y ojo al parche”. Otra cuestión es cometer la ingenuidad de pensar que Junts u otros van a velar por el interés general de España, o que el Gobierno pueda seguir planteando plenos como el de los decretos leyes, pues convendría afinar la manera de trabajar los “negocios”. 

IV.- Es evidente que hay asuntos que no están funcionando y que requieren de medidas enérgicas. Me refiero a tres sobre los que vengo insistiendo y que no son, desde luego, sobre los que vienen machacando la derecha y sus abundantes “terminales mediáticas”. El primero es el de la pobreza infantil, escandalosa en este país y en esta época. Quizá se podría paliar con algún tipo de medida específica —renta/ayuda— finalista, en base a acotar el colectivo afectado y la naturaleza de las carencias, así como sus posibles remedios. La segunda hace referencia a la situación de los jóvenes, que no encuentran empleo conforme a sus conocimientos, con salarios escasos y que, en muchas ocasiones, tienen que emigrar, con la triste pérdida de capital humano que ello comporta. Un tema ligado al anterior es el del inalcanzable precio de la vivienda en alquiler, un asunto en el que la democracia española está fallando. Un derecho por naturaleza fundamental se ha dejado en manos, casi en exclusiva, del puro mercado. Es como si la salud o la educación las hubiésemos abandonado al mero negocio mercantil, como algunos pretenden. La creación de un abundante parque público de viviendas de protección oficial —no vendibles ni pignorables— es una tarea prioritaria que, sin duda, llevará años. Y, en tercer lugar, tenemos un nivel de sueldos y salarios españoles que es inferior al de los países avanzados de Europa. Aquí conviene, de entrada, hacer dos matizaciones. La primera es que no es riguroso comparar rentas salariales sin equiparar, también, el nivel de precios. Cuando hacemos las dos cosas, podemos observar que la brecha se reduce, aunque no desaparece. La segunda es que el nivel de salarios depende, en gran medida, de la calidad del sistema productivo, del nivel de productividad, del valor añadido en los diferentes sectores, de las inversiones en I+D+i, de la formación, etc. Es complicado contar con salarios altos cuando una parte sustancial de la población trabaja en sectores con bajos niveles de productividad o escasas habilidades digitales. Y este es un serio problema que no depende, solamente, de la política económica de los gobiernos, sino de hacía dónde fluyen las inversiones productivas que realiza, sobre todo, el capital privado. 

V.- Tengo la impresión de que estas —y otras parecidas— son las que más deberían importar, y no donde las derechas han situado el grueso del ataque. Una embestida que aparece como muy “nacionalismo español”, excluyente, enfrentado a otros “nacionalismos”, tan sectarios como el primero, pero muy poco patrióticos. Porque el patriotismo del que hablaba Cervantes, los liberales de Cádiz o el constitucional de Habermas, nunca es excluyente o sectario. Es, por el contrario, un patriotismo que se congratula cuando las cosas van bien, gobierne quien gobierne, que se alegra cuando la situación mejora en otros países. Sobre todo ahora, con la globalización, cuando si hay un estropicio en cualquier parte del mundo seguro que nos acabará cayendo un ladrillo o guijarro en nuestras cabezas.

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Nicolás Sartorius es abogado, escritor y presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas.

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