La portada de mañana
Ver
El Gobierno sacará adelante el plan de reparación para víctimas de abusos con o sin la Iglesia

Ideas Propias

La Filosofía: hablar de todo o hablar del todo

Manuel Cruz Ideas Propias

Experimenté un agradable sobresalto hace unos días al ver el titular de una entrevista a Encarna Cuenca, presidenta del Consejo Escolar del Estado, publicada en el diario El País. “Deberíamos preguntarnos si hacen falta tantas asignaturas en la enseñanza obligatoria”, podía leerse allí. Mi sobresalto, lo reconozco, estaba atravesado de una cierta nostalgia, porque la crítica a lo que denominaba “asignaturitis” era una de las preocupaciones principales de Emilio Lledó cuando, hacia finales de los sesenta del pasado siglo, se discutía en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona lo que quedó en la memoria de los estudiantes de la época como Plan Maluquer. Frente a ese viejo modelo asignaturesco, propiciado en gran medida, a qué ocultarlo, por los intereses corporativos del profesorado y de los departamentos, el autor de La memoria del logos proponía un planteamiento mucho más libre, en el que la optatividad constituía un elemento insoslayable.

No era fácil que este planteamiento alternativo pudiera cuajar, como con el paso de los años se ha podido constatar. Pero el motivo de la dificultad no son solo los intereses corporativos de unos o de otros, sino también una cierta inercia que desborda con mucho el ámbito de la educación. La justificación que tienden a presentar los defensores de las asignaturas relaciona la necesidad de estas con el signo de los tiempos en sentido amplio, con eso que hace ya un siglo el Ortega de La rebelión de las masas denominaba “la barbarie del especialismo”. No parece, desde luego, que el argumento orteguiano haya caducado. Por el contrario, el crecimiento exponencial que viene experimentando el conocimiento desde hace décadas se diría que ha terminado por convertir aquel especialismo (correlato del asignaturismo) en un destino casi ineludible.

En la entrevista mencionada, Encarna de Cuenca apuntaba los motivos para su escepticismo ante la proliferación de asignaturas. Por un lado, se preguntaba: ¿el saber está tan compartimentado?, pregunta que mucho me temo que, según hacia dónde miremos, solo admite una respuesta afirmativa. En efecto, si dirigimos la mirada hacia la enseñanza superior, esto es, hacia el ámbito universitario, podremos comprobar que no solo es que el saber esté compartimentado, sino que los compartimentos con frecuencia son completamente estancos, incluso cuando ello contraviene la más mínima lógica. Así, en la misma década de los sesenta del pasado siglo que antes mencionábamos, Manuel Sacristán elogiaba, como un modelo de transversalidad en el conocimiento, que en la Facultad de Derecho se impartiera la asignatura de Filosofía del Derecho, pero hasta hoy no es el caso que los profesores de las facultades de Filosofía salgan de ellas para impartirla. De la misma forma que ni los profesores de Historia visitan las facultades de Filosofía donde se imparte la materia Filosofía de la Historia, ni los profesores de esta última disponen de la oportunidad de dirigirse a los estudiantes de Historia para hacerles conocedores de su perspectiva teórica. Son solo dos ejemplos de entre un sinfín que se podría proporcionar.

Pero la presidenta del Consejo Escolar del Estado planteaba una segunda consideración que convendría no echar en saco roto, especialmente en los actuales momentos, en los que se está diseñando, en aplicación de la LOMLOE o Ley Celáa, la forma concreta que adoptarán los nuevos contenidos de la ESO. Afirmaba Encarna de Cuenca en la misma entrevista: “Cuando tienes que resolver un problema en tu vida, no piensas si estás usando tus conocimientos de matemáticas, de ciencias o de historia, sino que todos los saberes trabajan juntos”.

No parece que vayan en esta línea algunas de las primeras medidas anunciadas al respecto por parte del Ministerio de Educación, como la de que la asignatura de Filosofía dejará de ser opcional en el cuarto curso de la ESO. Frente a dicha medida, el manifiesto de la plataforma en defensa de la Filosofía de Castilla-La Mancha ha señalado, con sencilla precisión, la importancia de la misma en el proceso educativo: “La centralidad de la Filosofía implica dos cuestiones esenciales; por un lado, su capacidad para establecer vínculos, contraponer, jerarquizar, analizar y, en definitiva, ordenar el conjunto de los conocimientos que se imparten desde cada una de las asignaturas en nuestros centros educativos. Y por otro, su capacidad para reflexionar críticamente no solo sobre dicho sistema de conocimiento, sino también sobre el conjunto de creencias, valores e ideas propios del presente y del pasado. La Filosofía ofrece esa perspectiva amplia, abstracta, sistemática y racional capaz de ordenar la realidad, de darle sentido, es decir, de comprenderla en su totalidad”. Con otras palabras: si existe alguna asignatura-no-asignaturesca, ella es, precisamente, la Filosofía.

Tal vez algunos se confunden, e interpretan que esta reivindicación adolece del mismo carácter corporativo que las que puedan presentar otros sectores que también defienden una mayor presencia de sus respectivas materias en los planes educativos. No discuto las buenas razones a su favor que estos últimos puedan esgrimir, pero en todo caso, sí me atrevo a afirmar que son de naturaleza diferente a las que esgrimen los partidarios de la presencia de la Filosofía en la ESO. Porque no son las mismas las razones por las que importa que nuestros adolescentes estudien matemáticas, literatura o historia, y corresponde a los poderes públicos ponderar el valor de unas y de otras. En el caso de la Filosofía, hay que decir, por seguir con el manifiesto, que todo lo que ella ofrece está, en el ejercicio de nuestra libertad, al servicio de poder mejorar y transformar la realidad que nos está ayudando a entender. Me gustaría pensar que nuestras autoridades educativas son sensibles a un argumento de este tipo.

Muere a los 80 años el filósofo Antonio Escohotado

Muere a los 80 años el filósofo Antonio Escohotado

Quizá algunos de los que malinterpretan el signo de la reivindicación de la Filosofía, malinterpretan también la figura de quien se dedica a ella y piensan que filósofo (o filósofa, por descontado), es alguien que habla de todo, esto es, de cualquier cosa, de lo que le echen. Se confunden por completo. El filósofo no habla de todo: el filósofo habla acerca del todo. Un todo que intenta abarcar con su mirada en gran angular. Ya sé que es un matiz que más de uno —por ignorancia o por conveniencia de algún tipo— considerará insignificante o sin el menor interés. Pero es ahí, y no en otro sitio, donde se juega la profunda razón de ser del quehacer filosófico.

_________________________________-

Manuel Cruz es filósofo y expresidente del Senado. Su último libro es Democracia: la última utopía (Espasa)

Más sobre este tema
stats