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Folclore contra el hastío

Antes, no hace tanto, la gente se iba del pueblo a la ciudad para vivir mejor. Para ganar más, pero también para ver más. Para conocer lo diferente. Ahora, la ciudad ya no garantiza ni una cosa ni la otra. Sueldos por los suelos y vivienda por las nubes, la gente sigue yéndose a la ciudad, pero ya no vive necesariamente ni mejor ni simplemente bien. Lo diferente, lo propio, está en peligro de extinción en las ciudades, grandes y pequeñas. Aquello que distinguía una calle de Madrid de una de Xixón o de Porto desaparece al paso de animales como la bendita vaca de esa cadena que coloniza nuestros edificios singulares con su colección de plásticos fútiles.

La primera vez que detecté que todas las ciudades eran ya la misma ciudad hacía un viento horrible, era abril de 2011 en Chicago. Me había escapado unas horas de la cobertura periodística que me había llevado allí y, todavía devota de la Lonely Planet, hice bastante esfuerzo para incluir en la ruta clásica la visita de rigor al “barrio hípster”. Entonces hípster era una palabra común. Quería ver “la vida real de los jóvenes” como yo, según prometía la entusiasta guía. Sus cafeterías, sus tienditas, sus librerías. Llegué con mucho trabajo, porque la orientación callejera no es uno de mis atributos, y recuerdo nítidamente el instante en que bajé el brazo agarrado a la Lonely y pensé: yo ya he estado aquí, esto es lo mismo, qué horror.

Cuando venía a España, compartía en mis redes imágenes de la cotidianeidad en la casa de mi abuela, en el campo con mis padres y mi hermana, fotos llenas de servilletas Gracias por su visita en los bares de tapas de Zamora. A la gente le encantaban esas estampas. Detecté entonces algo más, algo que ahora es un secreto a voces: estamos rescatando lo que antes se percibía como antiguo, cutre, poco sofisticado. No miramos a lo antes descartado por nostalgia, sino por urgencia. Tenemos la mirada harta de ver lo mismo en todas partes. Buscamos algo propio, una señal de que usted, sí, está aquí y no en cualquier otro lugar indistinguible.

Estamos rescatando lo que antes se percibía como antiguo, cutre, poco sofisticado. No miramos a lo antes descartado por nostalgia, sino por urgencia. Tenemos la mirada harta de ver lo mismo en todas partes. Buscamos algo propio, una señal de que usted, sí, está aquí y no en cualquier otro lugar indistinguible

Esta semana se ha comentado mucho sobre el nuevo chulapismo en Madrid. A mí me parece fenomenal y hermoso que también personas que no sabían dónde queda “la pradera” o personas quizás llegadas anteayer a la capital se pongan un clavel en la melena y vayan a pasar un miércoles de mayo al exterior con sus seres queridos y se sientan todos parte de algo común. De eso han ido desde que el mundo es mundo las fiestas populares. Este fenómeno no empieza ni acaba en Madrid. Hace tiempo que late por todas partes. Ha llegado a Premio Nacional de las Músicas Actuales con su máximo exponente, el brillante asturiano Rodrigo Cuevas. En ese lugar tan despreciado e ignorado del que yo vengo, la meseta, la gente más moderna e interesante que conozco está apuntándose a bailes tradicionales, rescatando la memoria de las viejas (como dice el Rodrigo Cuevas zamorano, don Guti) y volviendo a la vida de la merendola en mesa larga y la verbena que, si me preguntan, es la vida mejor.

Hastiados del aplanamiento estético y cultural, blandimos nuestras palabras propias (cuzo, me presta) y los anillos que nacieron botones de trajes típicos en un intento de volver a divertirnos, de disfrutar de lo diverso, de hacer caer el reino de lo frío: el diseño minimalista, la ropa triste, los blancos, los metalizados, las paredes desnudas, los pisos que parecen haber sido robados, esa música anglosajona que ni molesta ni emociona, no te toca. Como dijo el genio asturiano en una entrevista aquí en infoLibre esta semana: "La agitación cultural en el medio rural es muy importante porque genera muchísima autoestima colectiva, y esta sirve para todo: para hacer mejor las cosas, para que la gente se quede, para que valoremos lo que tenemos y no dejemos que se destruya y lo perdamos". 

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