
El golfo de Trump
Como si de un dios se tratase, en una semana Trump ha hecho el mundo a su imagen y semejanza. Sin embargo, lejos de aumentar las preocupaciones por la posible efectividad de su agenda política, hay una especie de expectación casi más propia de la industria del entretenimiento, para atender atónitas a la próxima entrega del trumpismo. Sus bailes excéntricos con un himno gay, su performance con la firma manual de cientos de decretos para escenificar su drástica oposición a la administración anterior, su siestecilla en una Iglesia, su despiste con los BRICS, su rebautizo al Golfo de México y un largo etcétera de gags que nos tienen de forma permanente atendiendo al dedo y no a la luna.
Me recuerda un colega profesor de filosofía el irónico parecido de nuestros tiempos con la novela de ciencia ficción Qué difícil es ser Dios, de Arcadi y Boris Strugastki. En ella conocemos a través de su protagonista un planeta alternativo imaginario, atascado en un sistema feudal que ejerce su régimen de terror contra intelectuales, artistas y cualquier persona que represente los valores humanistas que se han convertido en el mayor objeto de persecución del régimen. La estupidez se convierte en una especie de salvaguarda ciudadana en ese fascismo de corte medieval que diseñaron los soviéticos. Una subversión que no suena ajena si pensamos en la desposesión de derechos a la que estamos acudiendo en todos los rincones de nuestro planeta. En nombre de la libertad, en nombre del amor a una patria, cada día son más los dirigentes políticos que se suman al desmantelamiento de lo democrático. Un desmantelamiento que, sin embargo –y he aquí el golferío peligroso del señor Trump–, no será presentado en términos de austeridad ni recortes, sino que nos lo comeremos envuelto en entretenimiento. El desmantelamiento de la democracia sí será televisado, y de hecho, pagaremos por informarnos sobre él, o mejor dicho, por consumirlo, en un vídeo de 20 segundos en determinada red social, en el último episodio o canción de nuestra plataforma de streaming favorita, o en respuesta generada por una IA a nuestras más tortuosas dudas.
En nombre de la libertad, en nombre del amor a una patria, cada día son más los dirigentes políticos que se suman al desmantelamiento de lo democrático
La estrategia es efectiva. En la primera semana de gobierno de Trump hemos escuchado terribles exabruptos como los indultos relacionados con el asalto al Capitolio, la retirada de EEUU del Acuerdo de París y de la OMS, la inminente desaparición de las políticas LGTBIQ, contra la violencia de género o a favor de los derechos sexuales y reproductivos, el cambio radical en la política migratoria, la presión a los aliados de la OTAN para el aumento en el gasto militar, la reanudación del envío de armas a Israel o la delirante economía de coacción arancelaria con la que no deja de amenazar. Y digo que la estrategia es efectiva porque, lejos de discutir sobre cómo pararle los pies a esta nueva terrorífica y neofeudal forma de fascismo, el resto del mundo más bien parece terminar discutiendo sobre aquellos temas que él mismo ha ido proponiendo. Su batalla contra el feminismo, contra las personas trans, la migración, la efectividad del Estado de bienestar como modelo social y económico, el multilateralismo o incluso la falta de legitimidad de las instituciones democráticas se han convertido en los asuntos de los que debatimos una y otra vez, como si el problema más urgente para resolver fuera verdaderamente acabar con las bolleras, las travestis, los moros, los comunistas o quien sea el intelectual a batir en el planeta Arkanar.
El peligro de esta estrategia es su efectividad. Efectivamente, está en juego la democracia, o peor aún: estamos asistiendo ya a un gobierno de la demagogia. Un gobierno que, a pesar de haber sido elegido por la gente, no se debe a ella, sino que tiene una agenda diferente a la del bien común. Trump representa hoy en día la erosión misma de las instituciones democráticas, el imparable avance del autoritarismo, el asentamiento de una forma de Gobierno de unos pocos muy ricos que, amparados en la desinformación que ellos mismos generan a través de los medios y tecnologías de la información que poseen, te harán creer que el peor problema de la democracia es la democracia en sí misma. Eso sí, seguro que querrás deslizar el dedo para ver el siguiente episodio.
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