A la mierda con la autoestima Luis García Montero

El caso de Karla García Gascón ha resucitado algunos debates enquistados en la izquierda. Sin embargo, volver a preguntarnos sobre si la identidad condiciona la ideología, o si determinada ideología puede justificar la violencia es una urgencia democrática ante el tsunami ultra que baña nuestro día a día.
Karla es trans, es actriz y, además, es facha. En los tiempos que corren estas son cualidades aparentemente incompatibles. Predomina en muchos sectores de la cultura, la política o los medios de comunicación un sentido común que nos impide aceptar la posibilidad de que una persona pueda tener una ideología contraria a la defensa de los intereses de la identidad que representa. Sufrimos al asistir a semejante contradicción una especie shock identitario. Cómo va a ser posible que una persona trans no esté a favor del resto de causas hermanas de la que genuinamente le es suya, nos preguntamos indignadas; ¡o incluso de la suya propia! Sin embargo, a nada que se profundice en la cuestión, es fácil topar con los innumerables ejemplos que contravienen este sentido tan común. A mí, que soy una identidad con patas, me ha parecido siempre sorprendente encontrarme, por ejemplo, otras bolleras que fueran de derechas. Cómo olvidar a todos los maricones del Partido Popular, los coqueteos con Ayuso de Alaska y Mario, el negro de Vox o el del otro pseudo medio de comunicación. Qué decir ante todos los cinturones rojo obrero de las ciudades de nuestro país teñidos de verde ultraderecha. Podemos incluso ponernos thatcherianas y preguntarnos cómo es posible ser mujer y no feminista, ser pobre y no ser comunista, ser negro y apoyar a Trump. El shock es fuerte, pero cada uno de esos ejemplos muestra con crudeza algo que es difícilmente digerible para la izquierda y muy goloso para la derecha: la lógica identitaria no ordena nuestra ideología.
Sí, se puede ser trans, mujer o negro y ser de derechas. El problema democrático es que existan posiciones políticas que quieran gobernar para que las personas trans, las mujeres o las migrantes tengamos menos derechos
Este es un asunto puñetero que ha llevado a conocer los subsuelos electorales a los proyectos políticos más exitosos. Es por ello que el despiece debe ser quirúrgico. Tras ese primer susto, el rechazo de posiciones esencialistas en lo que a la identidad se refiere es usado perversamente en muchas ocasiones para anular la posibilidad de tener en cuenta la identidad como una cuestión relevante a la hora de diseñar el orden social. Claro que tampoco son denostables los riesgos que conllevan los esencialismos que llevaron a ese shock. Dicho de otro modo, es un peligro democrático que en nombre de la lucha contra ese esencialismo se nos diga que no hacen falta etiquetas o que aquí ya todos tenemos derechos. Bajo esta estrategia, las derechas de todo el mundo han enmascarado el racismo, la lgtbiqfobia o el machismo en nombre de la libertad. Aquí en casa lo hemos escuchado bajo los greatests hits como la que no puede es porque no quiere, ser trans es un sentimiento o migran por las pagas. Y desgraciadamente en los terribles mensajes en redes sociales de una actriz trans que parecía venía a llevarse todo el beneplácito automático de todos los que luchan contra esos machacones éxitos de las derechas. Y aquí está el segundo riesgo, que más que un peligro democrático, es una torpeza política. Una ingenuidad woke, el dilo-tata-ismo que han bautizado por ahí, que consiste en adjudicar a cualquiera que pueda representar una identidad fuera de la norma (o sea, a casi cualquiera que no sea un hombre blanco heterosexual) una actitud moral exquisita así como la capacidad de representar no solo a los que tengan una identidad como la suya, sino a todos los que luchen por que sus identidades puedan existir. Esta torpeza, en los tiempos de las redes sociales, que es además efervescente, y convierte de forma inesperada a cualquiera en nuestro mesías político durante unas horas, hasta que la cague, o hasta que a los que peleen por esa causa o por la que sea les deje de interesar. Cuando eso sucede, aparece la carroña anti identitaria de nuevo, y dejando caer su sospecha: quizás ser mujer, ser trans, ser negro o pobre no era tan relevante como pensabais. Linchamiento, y a seguir. Y no nos confundamos aquí, no se lincha igual a una mujer que a un hombre, no se lincha igual a una gitana que a una paya, ni a una trans que a una cis. El odio es también transversal a la ideología, y esa es una de las grandes lecciones de la política identitaria. Tan cierto como que se puede ser facha y trans es que se puede ser una pedazo de tránsfoba de izquierdas.
El ciclo que va del shock a la carroña es perverso porque tapa de forma muy acertada lo que verdaderamente es útil de las identidades para construir un nuevo orden social en el que nadie se quede atrás. Y es que contra la política de la identidad se han dicho muchas cosas. Se ha dicho, por ejemplo, que hay que tener cuidado con el supuesto privilegio epistemológico que da ser una cosa en concreto para hablar de esa cosa. En el fondo, este peligro habla de una pérdida de privilegios, y pone de manifiesto que para que alguien que nunca ha tenido voz, la tenga, es probable que otros pierdan esa voz, pierdan ese privilegio de poder hablar o simplemente estar. Y he aquí la cuestión. ¿Es lícito exigirle a quien por su identidad nunca ha tenido voz que una vez pueda hablar use solo su voz para defender su identidad? ¿No es justo que puedan existir mujeres machistas, trans fachas, negros xenófobos u obreros que voten a Vox? En mi opinión sí lo es, pues tener una identidad por la cual seguro tienes más probabilidades de vivir peor no te convierte automáticamente en una santa, sino simplemente en una persona que vive peor. Así que sí, se puede ser trans, mujer o negro y ser de derechas. El problema democrático es que existan posiciones políticas que quieran gobernar para que las personas trans, las mujeres o las migrantes tengamos menos derechos. La urgencia es reconocer todas las identidades para redistribuir todos los privilegios de tal modo que no haya forma de ser que te obligue a vivir peor. Incluso si la forma de vivir que uno elige no es revolucionaria. Para todos, todo es para todos, todo; incluso para los fachas. Creer en la justicia social es lo que nos diferencia.
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Ángela Rodríguez Pam es exsecretaria de Estado de Igualdad.
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