Hombres anormales
El machismo lo tiene fácil, cuando un hombre recurre a la violencia contra las mujeres en cualquiera de sus expresiones y es descubierto, como ocurrió con Dominique Pelicot en Francia y ahora con el “electricista de Barcelona”, la explicación que da es que son “hombres anormales”. Da igual que en todo momento actuaran con coherencia y tomaran las medidas oportunas para no ser descubiertos y continuar con sus violaciones durante años, y que la propia investigación criminal se refiera a ellos como hombres “normales” y “corrientes”.
También da igual que todo el mundo los considerara “normales” antes de ser descubiertos, al final dicen que son “anormales” porque hacen cosas que no hacen la mayoría de los hombres, confundiendo la normalidad con la habitualidad. Y una vez que son considerados “anormales”, es fácil pasar a la idea de “monstruo”, “loco”, “psicópata”… o ampliar la justificación diciendo que actúan bajo los efectos del alcohol y las drogas, para que si ellos son normales su conducta sea “anormal”.
Pero, curiosamente, esta argumentación solo la utilizan cuando la violencia se dirige contra las mujeres, no cuando se trata de un terrorista, de un mafioso o de un capo del narcotráfico. Ni tampoco cuando es una mujer la que comete el homicidio de un hombre. Sólo es un argumento reservado para aquellas ocasiones que permitan evitar cuestionar la base estructural sobre la que se levanta la violencia contra las mujeres, para que todos los hombres, con independencia de que usen la violencia o sean unos “santos varones”, se beneficien de los privilegios que les da el orden androcéntrico.
Y tampoco lo dicen en otras circunstancias en las que solo unos pocos hombres logran alcanzar el máximo nivel de la materia correspondiente, como puede ser Pablo Picasso o Antonio López en la pintura, Rafael Nadal en el deporte, José Ángel Valente en la poesía. Nadie dice de ellos que sean unos “anormales” porque sean muy pocos.
Todo ello refleja precisamente lo que quieren ocultar, la construcción androcéntrica de la cultura que permite dar sentido a la realidad. Por eso la violencia sexual se mantuvo como un delito contra la honestidad, que tenía más en cuenta el impacto de la agresión sobre la familia que sobre la propia víctima, hasta 1989. Y por esa razón también durante más de 30 años se diferenció entre abuso sexual y agresión sexual, y con ello se minimizó la violencia sexual que se cometía en ambientes “normales”, como la familia, los centros educativos, los espacios deportivos para niños y niñas… y se situaba el problema en circunstancias poco frecuentes que permitían construir la imagen del “violador perfecto”, como un hombre desconocido que asaltaba a la víctima en lugares solitarios y oscuros utilizando una gran violencia física. Todavía prevalece esta imagen en la sociedad, como reflejan los informes del CIS.
De hecho, en el informe del CGPJ sobre las sentencias de violencia sexual dictadas por el Tribunal Supremo en 2020, el porcentaje de agresiones sexuales sobre mujeres mayores de 18 años protagonizados por hombres de la familia es del 20%, y el de hombres conocidos el 42,8%. En la violencia sexual sobre niñas y niños, los hombres autores que formaban parte de la familia representaron el 37,7%, los conocidos el 31,2%, y los profesionales de colegios o actividades deportivas el 24,7%. Es decir, la mayoría de esos agresores sexuales era de las familias de las víctimas y cercanos a ellas. ¿También eran esos familiares “anormales” y la familia no fue capaz de identificarlos?
Los violadores son hombres normales que deciden violar. No hay patología, sino poder y unas referencias androcéntricas en la sociedad para reforzarse en su decisión y violar
Los violadores son hombres normales que deciden violar. No hay patología en la decisión de mantener sexo con una mujer en contra de su voluntad, hay poder y unas referencias androcéntricas en la sociedad que cada agresor sexual utiliza a su manera para reforzarse en su decisión y violar. Solo hay que detenerse un momento y levantar la mirada a nuestro alrededor para darse cuenta de los elementos que facilitan este tipo de decisiones, como la cosificación y sexualización de mujeres y niñas, la pornografía, la prostitución presentada como un ejercicio de voluntad al margen de la construcción machista, los úteros de alquiler… Y luego las canciones, la publicidad, las series y las redes sociales que conducen a la auto-cosificación de las mujeres como forma de reconocimiento, para luego decir que son ellas las que “provocan”. Todos esos elementos en cada uno de sus escenarios presentan a las mujeres como “objetos” para la satisfacción de lo que los hombres y su modelo androcéntrico decidan. Luego cada cual hará lo que considere, pero el escenario es el mismo para todos.
Sin embargo, todo eso no se ve. Lo importante es hacer creer que son hombres “anormales”, como también dicen de los que asesinan a sus parejas o exparejas sin tener en cuenta los datos objetivos que muestran lo contrario. En otro informe del CGPJ, en este caso el que analiza las 1000 primeras sentencias de homicidios por violencia de género, solo el 1,4% fue diagnosticado de algún tipo de problema mental para no ser responsable del homicidio, aunque nadie se para a pensar qué clase de “locura” es esa que lleva a hacer lo mismo que los hombres cuerdos, como si la cultura no tuviera influencia sobre los enfermos mentales.
La clave es tener el poder para decir lo que es normal y quién es normal, lo han hecho a lo largo de toda la historia y sólo el progreso crítico ha permitido acabar con sus razones, como cuando consideraban “enfermos” y “anormales” a las personas homosexuales, algo que aún mantienen muchos, o cuando entendían que las personas con alguna dependencia de sustancias tóxicas era unos “viciosos” y “anormales”.
Por eso conforme la sociedad reacciona contra la construcción androcéntrica machista y se identifican los diferentes casos de violencia contra las mujeres, más necesario se hace recurrir al argumento de los “hombres anormales” para defender la anormal construcción de la desigualdad.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.