Baja laboral flexible Cristina García Casado
La irrelevancia de la jornada escolar con comedor y extraescolares gratuitas
Creo que el título que he elegido para esta tribuna es arriesgado, al resumir de forma muy explícita la opinión que aquí desarrollo, y que puede inducir a una decisión mayoritaria de abandonar la lectura aquí mismo. También, porque puede resultar extraña a muchas familias la denuncia implícita en el título sobre la ausencia de comedor en muchísimos centros escolares en los que se imparten etapas educativas obligatorias, como ocurre en los institutos públicos.
El debate que surge en torno a la jornada escolar —continua o intensiva versus partida—, especialmente en la etapa de educación infantil y primaria, es recurrente por estas fechas, y también cuando en los centros, cada par de años allá por el mes de enero, se ha de decidir si abrir o no este melón, primero en los consejos escolares integrados por equipos directivos, representantes del cuerpo docente y representantes de las familias y, segundo, en función del resultado de la votación allí realizada, proceder (o no) a invitar a las familias a decidir, con su voto, si la jornada de su centro escolar ha de ser de un tipo o de otro.
Lo he vivido en varias ocasiones siendo presidenta de una AMPA de un cole público, y como representante en el consejo escolar de ese mismo centro. Reconozco que, motivada por la inercia, la falta de información y mi propia jornada laboral, que fue en formato reducido por cuidado de cachorros durante catorce años, he sido muchos años defensora de la jornada partida, la única que conocía hasta la pandemia. También —recapacito— porque no he tenido estrecheces para sufragar el coste del comedor, sobre el que ahora volveré, ni para acompañar a mis hijos a sus actividades extraescolares fuera del centro escolar, al parque, o a rondarles cerca por las tardes. Mi horario de entrega y recogida durante esos catorce años de infantil y primaria ha sido a las ocho y media de la mañana y a las cinco de la tarde, gracias a la AMPA que ofrecía servicios de conciliación y actividades extraescolares asequibles.
Porque el horario escolar en modalidad de jornada partida es, más o menos y según de qué territorio hablemos, de 9:00 a 12:30 y de 14:30 a 16:00; y en modalidad intensiva, de 9 a 14. Fuera de ese horario, hacen falta billetes para atender necesidades básicas de la infancia, como comer, jugar o estar acompañado de una persona adulta que la cuide. Por supuesto que hay programas de becas de comedor que sufragan las administraciones públicas, pero en algunas de ellas están dirigidos exclusivamente a familias ultrapobres y/o que acumulan una serie espeluznante de catastróficas desdichas a sus espaldas, que son las que acreditan puntos positivos en la valoración para la concesión de esa beca. Beca que, a razón de unos cinco euros por comensal y día lectivo, pues no llega a los noventa euros al mes.
Son muchas más las familias que, sin ser ultrapobres, enfrentan serias dificultades para financiar el coste que supone el comedor escolar
Sin embargo, son muchas más las familias que, sin ser ultrapobres, enfrentan serias dificultades para financiar el coste que supone el comedor escolar. A tal punto que hacen sus cálculos para valorar si les compensa pagar el comedor o, por el contrario, asumir todo lo que implica no hacerlo en un contexto de jornada escolar partida: preparar la comida; acudir a las 12:30 al cole; recoger al cachorro o cachorros; ir a casa; comer; hacer un poco de tiempo; volver al cole antes de las 14:30, que es cuando empiezan las clases vespertinas; y estar de vuelta de nuevo a las 16:00, que es cuando termina la jornada escolar. Con la jornada intensiva es todo absolutamente igual, salvo el horario del comedor, que es de 14 a 16, y que por tanto ahorra a familias que no utilizan el comedor todo el trajín descrito de idas y venidas.
Pero no se pueden reducir las soluciones a una cuestión exclusivamente de horarios y de jornadas. Además de la gratuidad del comedor escolar, que considero básica y central, urge que los equipamientos de los centros escolares estén al servicio de la infancia más allá del horario lectivo, con actividades extraescolares de calidad, asequibles o gratuitas, a cargo de profesionales.
Y no solo. Se (me) quedan muchas cosas importantes fuera por falta de espacio y porque el asunto no es tan simple como nos quieren hacer pensar. Un asunto abordado con diagnósticos parciales y sesgados, y a menudo poco honestos, porque, en infinidad de aspectos esenciales, no es lo mismo un cole público que un cole privado concertado. Por ejemplo, de la complejidad administrativa a la que están sometidos los centros públicos cuyos equipamientos son propiedad y responsabilidad de los ayuntamientos, que han de autorizar previamente absolutamente todo lo que dentro ocurre y que tienen, literalmente, la llave de las puertas, los privados concertados están eximidos.
Queda fuera también la visión y opinión de las y los docentes desde una perspectiva pedagógica y laboral, que no he abordado.
Y volviendo al comedor, considero de valor incalculable que todo niño y niña disfrute de al menos una comida completa y equilibrada al día en el mejor entorno y con la mejor compañía posible, que es en su cole y con su pandilla.
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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid.
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