Jóvenes "pro-sistema" y violencia sexual

Nadie considera “antisistemas” a los jóvenes que se juntan para llevar a cabo violaciones grupales, ni a los que desnudan a sus amigas con aplicaciones de IA, ni a los universitarios que usan los chats para cosificar y sexualizar a sus compañeras de clase, ni tampoco a aquellos que se graban manteniendo relaciones sexuales para luego compartir las imágenes… Con frecuencia vemos que mucha gente llama “antisistema” a jóvenes que en una manifestación rompen la luna de un escaparate, queman un contenedor o se enfrentan a la policía, y, de algún modo, lo que nos dicen de esos jóvenes es que están actuando contra el orden dado y lo que representa. En cambio, los que violan, desnudan, graban y exhiben a las mujeres como objetos no se ven como contrarios al sistema y a lo que representa.

El sistema convive con la violencia sexual como parte de la normalidad, porque está construido bajo las referencias androcéntricas que presentan a las mujeres en una posición inferior, para que quienes son situados en la posición superior, los hombres, las puedan utilizar como propiedad o como objetos. La posesión de las mujeres da lugar a la violencia de género en las relaciones de pareja y su cosificación a la violencia sexual.

La complicidad de la sociedad androcéntrica con la violencia sexual es tan manifiesta que se refleja en hechos tan objetivos como los siguientes:

  • El 13% de las mujeres de la UE sufre violencia sexual. El 7% lo hace dentro de las relaciones de pareja y el 6% fuera de ella (FRA 2014).
  • En España, el 13,7% de las mujeres ha sufrido violencia sexual. El 12,4% de los casos fueron agresiones grupales (Macroencuesta 2019).
  • La violencia sexual que sufren las niñas es producida por agresores que forman parte de la familia o del círculo de personas conocidas en el 75,3% de los casos (CGPJ, 2021).
  • El 99,6% de los agresores sexuales son hombres (Macroencuesta 2019).
  • A pesar de la trascendencia de los hechos y de la gravedad de las consecuencias, sólo se denuncia un 8% de las agresiones sexuales (Macroencuesta 2019).
  • El posicionamiento de la sociedad ante la violencia sexual recurre a mitos y estereotipos que responsabilizan a las víctimas al justificar los hechos bajo la idea de provocación (72,2%) o de culpa (8,5%) (CIS Julio 2017).

Toda esta situación forma parte de la llamada “cultura de la violación”, lo cual significa que las violaciones no se deben a circunstancias puntuales ni se producen en contextos particulares, sino que son parte de una normalidad que juega con elementos de la sociedad que, primero, sitúa a las mujeres en una posición inferior a los hombres y sometidas a sus decisiones y deseos, luego las cosifica y sexualiza y, finalmente, se muestra pasiva y distante ante las agresiones cometidas por los hombres para terminar responsabilizándolas a ellas en lugar de a los agresores.

Elementos como la pornografía y el acceso a ella a edades cada vez más tempranas es un factor que potencia la respuesta violenta sexual, pero lo hace porque previamente las mujeres están cosificadas y sexualizadas

Y cuando la realidad es cultura, quienes se socializan en ella siguen el dictado de sus mandatos para ser en ese mientras tanto y llegar a ser en lo esperado. Los niños aprenden a ser jóvenes bajo los elementos que definen la masculinidad, y los jóvenes se hacen mayores a partir de esa semilla de la identidad masculina. Igual que ocurre con las niñas bajo la feminidad, pero mientras que las niñas, las jóvenes y las mujeres han tomado conciencia de la injusticia que supone la desigualdad y del verdadero significado de sus consecuencias, y han cambiado; los niños, los jóvenes y los hombres no sólo no lo han hecho, sino que se sienten cuestionados y atacados por el cambio de las mujeres.

La violencia sexual que ahora están protagonizando chavales jóvenes, muchos de ellos menores de edad, es un síntoma de lo que ocurre en la sociedad, no hechos al margen de ella.

Uno de los errores que cometemos con frecuencia es fragmentar la realidad en diferentes elementos y contextos, como si cada uno de ellos pudiera explicar por sí mismo alguna de las consecuencias que en un momento determinado se presenta con la intensidad suficiente como para llamar la atención general, como ha ocurrido con las violaciones grupales, los chats universitarios y escolares, los desnudos por IA, la grabación de relaciones sexuales para exhibirlas o la violación repetida de una compañera con discapacidad. Nada de eso es casual ni al margen de lo que está sucediendo en la sociedad, aunque sobre cada una de esas conductas pueda haber elementos que tengan una incidencia más directa. De hecho, si las analizamos en conjunto vemos una serie de elementos comunes en todos esos comportamientos:

  • Las mujeres son presentadas y utilizadas como objetos para satisfacer los deseos de los hombres que llevan a cabo las conductas.
  • Desprecio de los hombres a las consecuencias que sus comportamientos puedan tener sobre las mujeres, les da igual el daño, el dolor o el trauma que puedan sufrir.
  • Necesidad de compartir y de mostrar sus conductas ante otros hombres para ser reconocidos como tales y reforzar la fratría masculina.
  • Indiferencia sobre las derivaciones que se puedan producir sobre ellos al conocerse los hechos.
  • Percepción de complicidad y justificación por parte de un sector amplio de la sociedad.

Todos esos elementos comunes indican que no se trata de decisiones aisladas, todas comparten los elementos de una cultura en la que dichas conductas son presentadas como parte de unas circunstancias. El hecho de que ahora se presenten de una forma más directa y frecuente obedece a los instrumentos disponibles, especialmente las redes sociales y el impacto que tienen en la imitación por parte de otros hombres, pero sobre todo a una dinámica social en la que los valores androcéntricos se están reorganizando bajo argumentos que hablan de “negacionismo de la violencia de género” y de “hombres criminalizados”.

Y esa situación que se ve en la política, en los medios, en las redes, en la publicidad, en las canciones, en los videojuegos… es la que se traslada a la juventud para que los chicos encuentren razones para comportarse del modo que luego vemos en los resultados comentados. Pero no se trata de elementos aislados e inconexos, sino de referencias ordenadas e integradas en el modelo androcéntrico.

No considerarlas como parte de una misma realidad que actúa de forma lineal y directa para reforzar y potenciar la lectura de las circunstancias y las respuestas consecuentes, nos conducirá a fracasar en la solución. Es cierto que elementos como la pornografía y el acceso a ella a edades cada vez más tempranas es un factor que potencia la respuesta violenta sexual, pero lo hace porque previamente las mujeres están cosificadas y sexualizadas, y porque son presentadas como un objeto que los hombres pueden utilizar para satisfacer sus deseos de poder, porque la violencia sexual no es sexo, es poder.

Si los niños y jóvenes vieran pornografía, pero no existiera la desigualdad, la cosificación de las mujeres, ni el machismo que los presenta como más hombres al realizar esas conductas no se traduciría de forma tan directa en agresiones sexuales. Los hombres no son seres inertes que quedan sometidos a las influencias externas que los empujan a realizar conductas no deseadas o inconscientes, son personas que toman decisiones a partir de los elementos que configuran la realidad, y buscan resultados que formen parte de ella para ser reconocidos por dichos logros.

El hecho de que nadie considere a los violadores, en grupo o individuales, ni a los jóvenes que desnudan a sus amigas con aplicaciones, ni a los que las sexualizan y presentan como destinos sexuales, como “antisistema” dice mucho del propio sistema. Y no lo hacen porque en verdad, tal y como hemos explicado, actúan a favor de un sistema que da razones para que se produzcan esas conductas, y luego justificaciones para minimizarlas e integrarlas.

Todo ello indica que, en definitiva, son jóvenes “prosistema”, y que cada caso también actúa como un mensaje y una advertencia para las mujeres, y como “ejemplo” para otros hombres.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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