Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, dijo en una de sus aventuras El Quijote. Me encanta esa frase por sencilla y certera. Me gusta tanto que la incorporé en el discurso que tuve el honor de declamar en la graduación de educación primaria de uno de mis hijos, hace unos años ya.
Hoy para mí significa lo importante y necesario que es observar y escuchar, contrastar y cuestionar, dimensionar y relativizar en la era de la información infinita. Una nueva era en la que debemos extremar las precauciones y mantener permanentemente desplegados nuestros sensores para discernir entre esa información parcial, sesgada, artificial y maliciosa que nos asedia por multitud de canales, de aquella información honesta, basada en evidencia, trazable, que también está disponible pero que requiere más esfuerzo llegar a ella.
Aun con información veraz, nuestra capacidad de reflexionar, analizar y llegar a conclusiones está condicionada por quiénes somos, por nuestros orígenes y procedencias, por nuestras compañías, nuestro código postal de residencia, nuestras ocupaciones, por si llegamos con holgura o no llegamos a fin de mes, por nuestras preocupaciones y nuestras aspiraciones.
Nuestros sensores, esas herramientas innatas y también adquiridas que detectan la información que nos rodea y nos ayudan a entenderla y a responder a ella, no nos ofrecen una visión 360 de la realidad, solo la que dibuja la perspectiva desde la que observamos los asuntos: desde arriba o desde abajo, de lejos o de cerca, desde dentro o desde fuera. Por eso, andar mucho, como decía El Quijote, es importante y necesario, para ver mucho y hacerlo desde diferentes ángulos, también desde todos aquellos que no son los cotidianos. Y hablar y escuchar mucho, más si cabe con aquellos a quienes nos parecemos menos, porque quienes nos parecemos solemos hablar de lo mismo, con el mismo tono, similar vocabulario y convencidas de que eso de lo que hablamos lo es todo.
Revisar, ventilar y recalibrar nuestros sensores amplifica nuestra comprensión de la realidad, y también nuestra empatía
Nuestros sensores son también de alcance limitado, porque son muchos los puntos ciegos a los que no llega la luz, la información, los datos y las preguntas: porque se encuentran fuera del perímetro de referencia. Y están fuera porque no nos paramos a comprobar si llevamos las anteojeras puestas, esas persianitas que nos obligan a mirar de frente para no despistarnos del camino, o para no asustarnos de lo que hay ahí fuera (“ojos que no ven”), y que nos limitan el despliegue del pensamiento lateral, ese que nos anima a hacer preguntas innovadoras, fuera de la caja, que busca soluciones creativas y poco convencionales, que nos invita a huir del frustrante “siempre se ha hecho así”. Anteojeras que nos impiden o nos desincentivan mirar más allá, hacer doble clic, identificar riesgos, explorar oportunidades y anticipar impactos. Todo eso tan interesante que sí hacen otros, sin anteojeras puestas, por nosotras.
Nuestros sensores están además calibrados de tal modo que nos hacen otorgar mucha importancia a unas cosas y menos a otras. Aunque sea a priori lógico y comprensible que no ponderemos de igual manera lo que nos es más cercano por nuestras circunstancias personales, familiares o profesionales, que lo que está más alejado –tan alejado que es invisible a nuestros ojos–, que no lo veamos no quiere ni puede significar que no esté pasando, que no exista y que no sea, también, muy importante. Tampoco ponderamos de igual manera los efectos que sobre otros puedan tener nuestros actos o su ausencia, que los que sobre nosotros o nuestras circunstancias puedan tener los actos u omisiones de otras personas (eso de la paja y la viga en el ojo de según quién).
Revisar, ventilar y recalibrar nuestros sensores es una tarea de mantenimiento que amplifica nuestra comprensión de la realidad, y también nuestra empatía.
Junto con mis mejores deseos para todos y todas en este año que pronto estrenamos, os animo a sumaros a mi propósito personal de abandonar prejuicios pegajosos, a desplegar la curiosidad, a vencer la pereza de hacernos preguntas, especialmente las incómodas, y a buscar respuestas en los lugares adecuados a pesar de que ello suponga más esfuerzo, más conversaciones incómodas, más desgaste y puede que hasta más dolor. Ampliemos perímetros de visión, cambiemos de perspectivas, recalibremos nuestras ponderaciones –al menos de vez en cuando– para permitir a nuestro sistema operativo personal resetearse, actualizarse y no colapsar.
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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de Madrid.
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