Por qué el Plan Bolonia ha fracasado

Algunos de los problemas que afectan a la universidad española son bien conocidos. César Rendueles los recordaba hace unos días en una entrevista: infrafinanciación, insuficientes becas y garantía de igualdad de oportunidades en el acceso, mercantilización, precariedad del profesorado, burocratización… Todo ello se vio agravado por los terribles recortes tras la crisis de 2008, de los que la universidad no se ha recuperado; cuando digo precariedad, la palabra quizás se queda corta: dos de cada cinco profesores universitarios en España tienen un contrato de 544 euros al mes. Sin embargo, hoy querría incidir en otro aspecto más de fondo, que quizás solo empezamos a comprender ahora. 

Cuando comenzó el proceso de adaptación de la universidad española al Espacio Europeo de Educación Superior, el conocido como Plan Bolonia, muchos, entonces como estudiantes y junto con nuestros profesores, nos opusimos. Era obvio que el motivo dirigente del proceso, y así se proclamaba literalmente en los documentos oficiales, era adaptar los estudios universitarios a las demandas del mercado laboral. La investigación científica, decíamos nosotros, debía poder ejecutarse con libertad, con criterios propios y, sobre todo, con aquello de lo que más carece la sociedad en general y la academia en particular: con mucho tiempo. Pasamos muchas noches de encierro en las facultades estudiando estos documentos, nos manifestamos y debatimos con altos cargos universitarios y políticos. En este marco tuvo lugar la adopción del modelo grado-master, importado del entorno anglosajón. Ello suponía, advertimos ya entonces, la degradación de contenidos en favor de “competencias”, prácticas y trabajos de clase, la disminución de la calidad de los estudios de grado y el encarecimiento salvaje de las matrículas de master. 

Los proyectos de investigación arden con una oferta incesante de actividades que es literalmente imposible de seguir

Ahora que llevamos en torno a una década desde su instauración, y algunas somos ya profesoras en vez de estudiantes, podemos valorar los resultados. Tomemos lo que pienso que es un síntoma. Este curso tengo el honor de coordinar un seminario de lectura de Hegel. No ha sido idea  mía: ha sido una petición de estudiantes, que acuden a sus profesores solicitando organizar actividades fuera del programa oficial de estudios porque, según sus propias palabras, no encuentran en los estudios oficiales, ahora un curso más cortos, con menos asignaturas específicas y sin asignaturas anuales, la posibilidad de profundizar en el estudio de las grandes obras del canon filosófico con el tiempo y la dedicación que ellas exigen (los que tuvimos el privilegio, como estudiantes, de poder dedicar un curso entero a estudiar un prólogo o un par de parágrafos de Kant, Nietzsche, Aristóteles o Hegel constatamos que, contra todo pronóstico, un curso no era demasiado tiempo, sino en todo caso demasiado poco). Lo cierto es que no es el único caso: solo en la UCM, tenemos este curso, si no me equivoco, unos seis seminarios de lectura sistemática de autores (Husserl, Nietzsche, Foucault, Kierkegaard, Hegel) fuera de los estudios oficiales. Los proyectos de investigación arden con una oferta incesante de actividades que es literalmente imposible de seguir; a este paso, los profesores tendremos que adoptar un rol casi de emprendimiento y marketing para diseñar qué ofertar

Quizás parte de ello es el entusiasmo de la vuelta a la actividad presencial. Pero creo que no es solo eso. Por supuesto, siempre han existido seminarios y actividades complementarias, pero percibo que recientemente las necesidades y los intereses de la comunidad universitaria están empezando a desbordar notablemente la oferta docente oficial; y la degradación de los estudios de grado y master tras la implementación del Plan Bolonia no me parece un factor menor a ese respecto. Desde luego, tampoco ayuda el modelo de competición y su sumisión a los criterios de las agencias de evaluación, que ahoga la investigación entre trámites y burocracia y encorseta el pensamiento a los formatos estandarizados de los papers

Al menos desde Leibniz y ciertamente con Hegel, los filósofos modernos se preguntan cómo institucionalizar el saber, y quieren poder decir una palabra sobre su diseño desde la universidad o el Estado; quizás los estudiantes nos están avisando hoy de que es hora de repensar qué hicimos con nuestro modelo de universidad

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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política y escritora de dos libros: 'Fetiche y mistificación capitalistas' (2ª Edición) y 'La crítica de la economía política de Marx'.

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