Protocolos: ¿algoritmos o recomendaciones?

Hace unos días, tras dedicar tres jornadas de trabajo voluntario en la zona cero de la dana, tuve la oportunidad de ver el documental 7291. El impacto emocional de estas dos experiencias, cada una en su categoría, es inenarrable, y no pretendo centrarme en él.

Sí me quiero centrar en un elemento común y protagonista en la gestión de las catástrofes extraordinarias en los que creo que podemos convenir que se catalogan como sendos eventos: la Dana del 29 de octubre y la pandemia del covid-19. Me refiero a los protocolos.   

La RAE recoge hasta cinco acepciones para el término protocolo, cuya esencia común radica en ser un acuerdo de reglas o secuencias detalladas de un proceso de actuación o de comunicación. Hay protocolos de emergencias, de seguridad, de prevención y actuación frente a situaciones de acoso (laboral, sexual, etc.), clínicos, oficiales, sociales, empresariales, universitarios, eclesiásticos, diplomáticos, militares, deportivos, científicos y de comunicación, entre otros muchos. En cualquiera de sus aplicaciones los protocolos son guías esenciales para el funcionamiento ordenado, seguro, uniforme, sistemático, coherente, claro y eficiente de sistemas complejos.

Los protocolos son directrices que establecen cómo se debe proceder en las situaciones para las que son diseñados. Establecen de forma ordenada y por escrito quién ha de hacer o no hacer qué, en qué momento, con quién, con qué recursos humanos y materiales, y por qué canales. Están, o debieran estar, accesibles, informados, testados, entrenados, revisados, actualizados y perfeccionados para su adopción incuestionable llegado el momento de su activación. Si ocurre A, se activa de forma automática a partir de la recepción de una determinada información, una secuencia de instrucciones o pasos definidos, no ambiguos, ordenados, trazables y finitos (B). 

Un protocolo se parece más, por tanto, a un algoritmo que a una norma, porque un algoritmo no interpreta, simplemente ejecuta una acción si se produce un determinado evento. Un algoritmo tampoco improvisa, ni cuestiona. Obviamente, no es inmune a contener errores de diseño y sesgos de todo tipo, pero entrenado, tensionado y evaluado su funcionamiento en diferentes escenarios (para esto sirven los simulacros), estos errores y sesgos habrán de tender a cero porque habrá habido ocasión de identificarlos y eliminarlos, mitigarlos o compensarlos. De corregirlos, en definitiva. 

Un protocolo se parece más a un algoritmo que a una norma, porque un algoritmo no interpreta, simplemente ejecuta una acción si se produce un determinado evento. Un algoritmo tampoco improvisa, ni cuestiona

Evitar las dudas y la improvisación sobre la marcha en momentos de crisis en la toma de decisiones (¿Qué hago?), en el orden de los procesos (¿Por dónde empiezo?), en la designación de responsables (¿Quién manda aquí? ¿Quién emite instrucciones y quién las sigue?), de agentes implicados (¿A quién aviso?, ¿A quién pido ayuda?) en todos aquellos momentos y circunstancias en los que ya sea por la urgencia o por la relevancia de la situación, es lo que ofrece un protocolo de actuación. Tener esas respuestas ya resueltas permite que los esfuerzos se concentren de forma inmediata y prácticamente “sin pensar”, porque “ya está pensado”, en ejecutar la respuesta material. 

El Plan Territorial de Emergencia de la Comunitat Valenciana (PETCV) fue aprobado por el Decreto 243/1993, de 7 de diciembre, del Consell y su elaboración prevista en la Ley 2/1985, de 21 de enero, de protección civil, siguiendo los criterios marcados en la Norma Básica de Protección Civil, del Real Decreto 407/1992, de 24 de abril. Atendiendo a la obligación de revisión obligatoria cada seis años, la versión vigente data de marzo de 2023. Se autodefine como “un documento técnico formado por el conjunto de normas y procedimientos de actuación que constituyen el dispositivo de respuesta de las Administraciones Públicas frente a cualquier situación de emergencia colectiva que se produzca en el territorio de la Comunitat Valenciana”. He leído antes de escribir estas líneas las 278 páginas en las que se materializa y puedo afirmar con rotundidad que es, literalmente, un protocolo de actuación con todos los atributos descritos más arriba. Y también, testigo de la secuencia y evidencia de los acontecimientos, que no se activó cuando ocurrió A.

El documental 7291 desvela que las personas responsables de la elaboración de los protocolos de no derivación a centros hospitalarios de las personas que vivían en residencias de mayores en la Comunidad de Madrid afirman que no eran más que una recomendación. Si este fuera el caso, nos encontraríamos frente a uno de esos algoritmos diseñados para sugerirnos una determinada opción a partir de la información que ofrece nuestra ubicación, nuestra huella digital (o historial clínico, en este caso), nuestra edad… como los muchos que tenemos habitando en las apps de nuestro teléfono móvil. De ser este el caso, y al margen de los sesgos subyacentes y la sociopatía que destilan estos protocolos, las preguntas previas que habrían de resolver para ejecutar una respuesta material sin cuestionamientos, improvisaciones o interpretaciones en un momento de estrés, desconcierto, falta de información y riesgo para la vida, no se resuelven sino que se multiplican. De ser una recomendación y no una instrucción, la responsabilidad de la autoridad que la emite se diluye en el caos al que contribuye a magnificar. 

Un protocolo no es una recomendación, es una orden. Y las órdenes se cumplen.

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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid.

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